Hay que ser inteligentes
El País/Uruguay
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MONTEVIDEO.- Uruguay siempre tuvo un activo muy valioso a nivel regional: una política exterior inteligente, y que sabía adaptarse con pragmatismo y sentido del interés nacional, a los vaivenes inevitables en la geopolítica global. Lamentablemente, esto es algo que los distintos gobiernos del Frente Amplio ni valoraron ni han sabido cuidar. Algo que hoy se percibe de forma más expresiva que nunca.
Esta geopolítica global está viviendo hoy un cambio radical. El ascenso de China, la crisis de los estados de bienestar europeos, el renacer del imperialismo ruso, y el factor del integrismo islámico han ido minando los consensos e instituciones que tras la caída del Muro de Berlín nos hacían soñar con un mundo más pacífico, democrático y ordenado. La llegada de Donald Trump al poder en el país más poderoso del mundo, ha sido la estocada final a esa organización global, y hoy nos encontramos en pleno proceso de reacomodo. Un poco como sucede cuando hay un terremoto, y en los días siguientes, sigue habiendo temblores que marcan el asentamiento de las capas tectónicas.
Hay que decir bien claro que Trump, contrario a lo que declaman a diario las dolidas viudas del orden socialdemócrata posterior a la implosión del comunismo, es un temblor, no el terremoto.
En ese sentido, un elemento tan alarmante como ineludible de la era que nos toca vivir es la caída del valor de las instituciones multilaterales y de ciertas normas, en beneficio de una realpolitik, donde la fuerza vuelve a ser el factor central. A ver... nunca dejó de serlo, como quedó claro con la guerra de Irak o, salvando las diferencias, el proceso venezolano. Pero había como una narrativa algo hipócrita que hacía ver como que todo fluía según ciertas normas formales. Pero vaya a explicarle a la oposición venezolana, estafada en varios procesos electorales ante la pasividad de los centros de poder, que las instituciones globales funcionaban de forma impecable durante los años pasados.
Justamente Venezuela es un tema que deja en evidencia buena parte de los desafíos que enfrenta hoy el mundo, y en especial un país pequeño como Uruguay.
A nadie escapa que Maduro es un dictador, que ha robado varias elecciones, y que solo se mantiene en el poder por la fuerza de las armas. Que se ha aliado de manera ostentosa con países como Irán, Rusia o China. Y que ha habilitado el negocio del narcotráfico, como forma de paliar los efectos ruinosos del “Socialismo siglo XXI” en su economía y en la caja del Estado.
El problema es que ahora coincide cronológicamente con un presidente como Trump, que no tiene paciencia con los formalismos institucionales, ni con la injerencia de potencias lejanas, en su propio continente.
De nuevo, el gran desafío para Uruguay no es imponer una forma diferente de relacionamiento global, algo que está muy lejos de sus posibilidades, sino entender cuál es la mejor manera de pararse ante este nuevo mundo, para que nos vaya mejor, y para tener una influencia superior a nuestro peso específico económico, político y militar, tal cual ha sido nuestra tradición.
Y acá vemos el déficit de una política exterior amateur, ideologizada, y que se maneja más por alianzas políticas que por atender el interés nacional.
Por ejemplo, desde que asumió este canciller, ha puesto al país al servicio de los intereses regionales de Brasil. Y ya sea por eso, o por complejos ideológicos, se ha puesto en la vereda de enfrente a Estados Unidos. Un error trágico.
Brasil, y en especial Lula da Silva, representa todo lo que Donald Trump ama odiar. Por su discurso “progre”, por su coqueteo con los BRICS, por su ambición de subpotencia continental.
Además, Lula ha sido una figura clave para que Maduro siga en el poder en Venezuela. Más allá de alguna crítica superficial, fue funcional a su fraude electoral, lo cobijó siempre ideológicamente creyendo que lo podía manejar a su gusto. Y ahora hace muecas de desagrado ante el despliegue militar americano en el Caribe, como si Brasil no tuviera una historia riquísima en el uso de la fuerza para imponer sus intereses en países chicos del continente.
Uruguay tiene que tener claro que ese camino es ruinoso.
Hay que moverse con inteligencia, sutileza, discreción. Y ante la duda, siempre hay que ponerse a favor de la corriente más fuerte, porque pretender nadar en contra es receta segura de ahogamiento.
Lamentablemente, nada de eso es lo que estamos viendo ni en el Palacio Santos, ni en Torre Ejecutiva.



