Siria: poner fin a la guerra
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El 8 de diciembre de 2024, tras más de 50 años de dictadura y 13 años de sangrienta guerra civil, el régimen sirio de Bashar al Assad llegó a su fin. Fueron 13 largos años en los que el tiránico régimen del dictador sirio, protegido por sus patrocinadores, Rusia e Irán, sometió a su pueblo a las más inenarrables atrocidades para mantenerse en el poder.
El conflicto desatado con la Primavera Árabe de 2011 tuvo un impacto devastador: más de 600.000 muertos y 113.000 desaparecidos. Desde el comienzo de la violencia, la pobreza pasó del 33 al 90% y la pobreza extrema del 11 al 66%. Un total de 4,8 millones de ciudadanos sirios han huido del país, especialmente a países limítrofes, mientras que otros permanecen allí en condiciones sumamente precarias.
La guerra ha dañado gravemente la red de salud, educación y energía. La producción eléctrica ha caído un 80% y la mitad de la población no tiene acceso a agua potable. Casi un tercio de las viviendas fueron destruidas o gravemente dañadas y 5,7 millones de sirios carecen de ellas. Entre 40% y 50% de los niños no asisten a la escuela.
Al Assad contó con el respaldo del presidente ruso, Vladimir Putin, a cambio de permitirle la instalación de dos bases militares en un enclave estratégico. La invasión rusa a Ucrania obligó a Putin a reducir el apoyo a Al Assad, a quien solo pudo ofrecer asilo tras su caída.
Siria debe reinventarse luego de medio siglo de dictadura. La transición del país hacia la democracia está a cargo del presidente interino Ahmed al-Sharaa, quien se comprometió a unir al pueblo sirio. Para eso se fomentó el diálogo entre las minorías que fueron clases dominantes, fundamentalmente alauitas, con las desplazadas por la mayoría suní, de la que procede el nuevo gobierno provisional.
A pesar de los esfuerzos para llevar el proceso de integración en paz, los enfrentamientos entre las nuevas autoridades y las fuerzas leales al líder derrocado dieron por tierra el intento. El baño de sangre que los sirios esperaban aterrorizados tras la caída de Bashar al-Assad en diciembre, finalmente llegó. La violencia ha reabierto heridas sectarias con denuncias de asesinatos de familias enteras, niños incluidos, en brutales masacres de alauíes que no hacen más que agravar la precaria situación de un país devastado por la guerra, el desorden y la gravísima crisis humanitaria, fruto de 14 años de conflicto armado. La mayoría ve el derramamiento de sangre como una retribución por los crímenes alauitas cometidos bajo el régimen de los Assad.
Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos en estos ataques fueron masacrados, ejecutados sumariamente o asesinados a sangre fría más de 973 civiles inocentes en las provincias de Latakia y Tartus. Ante la violencia desatada, el secretario general de la Naciones Unidas, Antonio Guterres, pidió una investigación independiente que lleve a que los responsables de estas muertes rindan cuentas.
Pese al fin del régimen de terror del depuesto dictador, Bashar Al Asad, el país sigue sumido en una profunda desestabilización. La diversidad étnica, lingüística, la violencia sistemática de los diferentes grupos, además de la injerencia de diversos actores externos,como Irak, Irán, Rusia o Israel, añaden más incertidumbre al futuro sirio.
Pocos días atrás Ahmed al-Sharaa formó un nuevo gobierno buscando reunificar y reconstruir a Siria y a sus instituciones a través de una transición inclusiva. El gabinete, de 23 ministros, incluyó a cuatro representantes de minorías: un cristiano, un kurdo, un alauí y un druso. El mandatario afirmó que “juntos, gobierno y pueblo, construiremos una nación fuerte y próspera, que refleje nuestra fuerza en nuestra unidad y celebre el progreso alcanzado a pesar de todas las dificultades”.
Es el momento de un diálogo serio enfocado en restablecer la soberanía, la unidad, la independencia, la plena vigencia del Estado de Derecho y la integridad territorial de Siria, así como de satisfacer las legítimas aspiraciones del pueblo sirio, víctima de una guerra que definitivamente quiere dejar atrás.
