Tantas muertes evitables
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Bajar la siniestralidad vial sigue siendo una asignatura pendiente. Lamentablemente, todas las demoras en este terreno se miden en vidas, perdidas o arruinadas. Unas 135 personas mueren por hora debido a esta causa en todo el planeta; 1,19 millones anualmente.
La realidad nacional y la porteña presentan diferencias. Mientras la tasa oficial de mortalidad en la Argentina para 2023 fue de 9,4 por cada 100.000 habitantes, en la Capital Federal fue de 3,4. Respecto de diciembre 2023, el Observatorio de Seguridad Vial de la Ciudad contabiliza para fin de 2024 un descenso en la siniestralidad vial grave –esto es en hechos que registran como mínimo un lesionado Grado 3, o sea con fractura– del 13.11 %. La tasa de mortalidad vial descendió comparativamente para el mismo mes el 9,37%.
El primer Plan De Seguridad Vial porteño se lanzó en 2016 y, desde entonces, la disminución en el número de víctimas mortales es bastante notoria, pues ronda el 27%. Hoy ya transitamos el tercer plan, cuyo objetivo es reducir en un 40% las muertes en los próximos 3 años y en un 50% para 2030.
Contar con información actualizada y fidedigna es imprescindible para establecer cuáles deben ser las medidas por tomar. No resulta sencillo atribuir variaciones estadísticas a políticas puntuales, tal como explica Mariana Sanguinetti, gerenta del Observatorio Vial de la Ciudad, a cargo del informe. El anuario de siniestralidad vial desglosó que, de las 104 víctimas mortales, el 47% correspondió a peatones y el 35% a motociclistas. La mayor vulnerabilidad de ambos, que se suma a la de ciclistas, es la que los convierte en los más afectados, más aún cuando muchos motociclistas aún se resisten a usar cascos. Los cambios en los exámenes de manejo de motos exigen más destreza al volante para reducir riesgos.
La velocidad sigue siendo el principal factor de riesgo. La mayoría de los siniestros ocurren sobre avenidas en horas del día. La combinación de estos elementos conduce a la necesidad de concentrar los cambios en dichas arterias, incorporando, por ejemplo, cámaras de control de velocidad. El descenso de los límites máximos de velocidad, una polémica medida sumamente resistida, se impone así como la reducción de los carriles, que de por sí han demostrado tender a bajarla. La Organización Mundial de la Salud recomienda que no se superen los 30Km/h en zonas residenciales o donde haya concentración de personas caminando. En nuestra ciudad hay ya calles y avenidas en las que estos límites se exigen.
El 20% de los siniestros mortales involucra consumo de alcohol o de sustancias; endurecer penas a quienes conducen bajo sus efectos es clave tanto como redoblar controles, por ejemplo, en intersecciones críticas.
Por fuera de estas medidas, cabe mencionar también que desde el año pasado las 31 líneas de colectivos que controla la ciudad tienen que sumar asistencia de seguridad, esto incluye sensores de distancia, luces, alarmas e Inteligencia Artificial para detectar el movimiento de peatones y en algunos casos activar frenos automáticos. Estos cambios ya fueron hablados y aceptados por las empresas y se irán implementando.
No lograremos mejorar la seguridad vial con intervenciones aisladas solamente si no sumamos un comprometido trabajo colectivo de toda la sociedad. Priorizar este importante tema de la agenda pública demanda no solo educar preventivamente sino también integrar el trabajo conjunto entre ONG, sector privado y organismos públicos. Reducir el número de víctimas presupone también un profundo cambio cultural que modifique la forma en que nos relacionamos en la calle para que esta sea más amable y segura.
