Clima extremo: una serie de desastres concatenados expone las falencias de EE.UU.
La principal potencia no está preparada para enfrentar los fenómenos extremos, ni atiende sus causas profundas
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NUEVA YORK.– En los estados de Luisiana y Mississippi hay casi 1 millón de personas sin luz ni agua corriente debido al embate del huracán, que barrió con el tendido eléctrico. En California, los incendios forestales rodearon el lago Tahoe, obligando a la evacuación de miles de personas. En Tennessee, las inundaciones relámpago se cobraron al menos 20 vidas, y cientos de personas más perecieron por la ola de calor en el noroeste norteamericano. Y en apenas un par de horas del miércoles, en Nueva York cayeron 180 milímetros de lluvia y hubo varios ahogados.
El encadenamiento de desastres de este verano a lo largo de todo el territorio norteamericano deja expuesta una cruda realidad: Estados Unidos no está listo para los eventos de clima extremo, cada vez más frecuentes debido al calentamiento del planeta.
“Lo que nos dicen estos eventos es que no estamos preparados”, señala Alice Hill, que supervisó la planificación para el cambio climático en el Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Obama. “Nuestras ciudades, nuestras comunidades, fueron construidas para un clima que no existe más.”
En su primera visita a Nueva Orleans tras el paso del huracán, Biden prometió este viernes no dejar abandonada a las comunidades afectadas.
“Estamos juntos en esto, por lo que no vamos a dejar atrás a ninguna comunidad rural, ciudad, costera o de tierra adentro”, reiteró Biden en una breve sesión informática en Nueva Orleans.
El jueves había reconocido la gravedad del problema hacia adelante. “Estas tormentas extremas y la crisis climática ya llegaron”, dijo el presidente, y señaló que la ley de infraestructura que prevé 1 billón de dólares en inversión pública sigue pendiente de aprobación en el Congreso e incluye fondos para fortalecer a ciertas comunidades contra los desastres naturales. “Es necesario para estar mejor preparados. Tenemos que actuar.”
Falta de preparación
El país enfrenta dos problemas independientes pero interconectados, según los expertos.
El primero es que los gobiernos no invirtieron suficiente tiempo ni dinero para prepararse para el golpe climático pronosticado desde hace tiempo: medidas que van desde apuntalar el tendido eléctrico y los sistemas de drenaje hasta desmalezar el monte bajo para mitigar la ferocidad de los incendios.
“Ahora sufrimos los efectos de la falta de mantenimiento”, dice Kristina Dahl, climatóloga de la Unión de Científicos Comprometidos.
Pero hay un segundo problema, aún más aleccionador: el mundo, los países pueden adaptarse hasta cierto punto, y no más. O sea que si la comunidad internacional no hace más para reducir las emisiones de gases que originan el cambio climático, muy pronto se chocarán con los límites de esa capacidad de adaptación y resiliencia.
“Si ya no estamos pudiendo con la situación actual, hay poca esperanza de que podamos cuando el calentamiento global empeore”, dice Dahl.
La vulnerabilidad de Estados Unidos frente a los fenómenos de clima extremo se vio a las claras con las precipitaciones que inundaron la metrópolis más grande del país. La ciudad de Nueva York lleva invertidos miles de millones de dólares en protección contras las tormentas desde el golpe del huracán Sandy, en 2012, inversiones que parecen haber hecho poco para mitigar el impacto del diluvio.
Los furiosos torrentes de lluvia inundaron la red de subtes y los vagones quedaron flotando. En Central Park se registraron 180 milímetros de lluvia, casi el doble del récord anterior de 1927 para esa misma fecha, según el Servicio Meteorológico de Estados Unidos, que tuvo que emitir por primera vez una alerta de “inundación relámpago”.
Antes de la tormenta, las autoridades del estado y la ciudad activaron los protocolos de preparación: limpieza de desagües, barreras contra anegamiento en el subte y otras áreas sensibles, y alertas a la población. Pero la lluvia fue más intensa y fulminante que cualquier previsión de “evento extremo” que la ciudad hubiera incluido en su nuevo plan de manejo de aguas pluviales.
El daño refleja además la relación entre clima y desigualdad racial: los peores efectos fueron en las comunidades negras de bajos ingresos, que debido a desigualdades históricas son más propensas a las inundaciones, reciben menos mantenimiento de los servicios de la ciudad y por lo general los controles del código de vivienda son más laxos.
La mayoría de los muertos en la ciudad de Nueva York son personas que se ahogaron cuando el agua se precipitó en torrente a sus departamentos en sótanos. En Nueva York, muchos de estos departamentos no cumplen con los requisitos de seguridad, pero se multiplicaron como viviendas accesibles para los trabajadores de bajos ingresos y los inmigrantes ilegales.
Es el caso de Tara Ramskriet, de 43 años, y de su hijo Nick, de 22, que se ahogaron cuando el agua rebasó su departamento en un sótano en el sector Hollis del barrio de Queens. La correntada era tan fuerte que el resto de la familia no pudo rescatarlos, y finalmente una pared se derrumbó y los dejó atrapados adentro.
Furiosos, los vecinos dicen que tuvo que morir gente para que los inspectores fueran al vecindario.
La ciudad de Nueva York es particularmente vulnerable a las inundaciones. Tres cuartas partes de la ciudad están cubiertas por superficies impermeables, como el asfalto, o sea que las precipitaciones no son absorbidas por el suelo, se escurren por las calles y desagües.
La centenaria red de subtes de la ciudad, además, no fue pensada para estas manifestaciones climáticas actuales. Hasta en los días más secos, la red de subtes bombea y extrae más de 53 millones de litros de agua de sus túneles y estaciones. Cuando llueve muy fuerte, el sistema colapsa, como pasó el miércoles.
La Autoridad del Transporte Metropolitano lleva invertidos 2600 millones de dólares en proyectos de “resiliencia” desde que el huracán Sandy dejó bajo el agua la red de subtes, en 2012. Esos proyectos incluyeron el apuntalamiento contra inundaciones de 3500 respiraderos, escaleras y tubos de ascensor. De todos modos, con la inundación relámpago, queda claro que el sistema sigue estando comprometido.
Pero en el caso del huracán Ida, la principal amenaza fue el agua de lluvia que escurría hacia abajo, no la marejada ciclónica que avanzaba desde la costa. Cayó tanta agua que se inundaron los desagües pluviales, se desbordaron los ríos y esa agua entró en los sótanos.
La infraestructura y las inversiones para proteger la ciudad contra las marejadas ciclónicas difieren de las que protegen contra las lluvias extremas. Hacer frente a lluvias intensas implica que haya más lugares que absorban y retengan el agua, ya sea las llamadas “soluciones verdes” como los parques, o estructuras tradicionales, como cisternas subterráneas. También implica aumentar la capacidad del sistema de desagües para manejar mayor volumen de agua.
Traducción de Jaime Arrambide
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