De Barcelona a Once, un mundo de contrastes
MADRID.- Dos tragedias, dos mundos. Primera hora del día, un tren suburbano entra en la terminal a mayor velocidad que lo debido, los frenos no terminan de actuar y la formación termina incrustada en el andén. Las imágenes dramáticas que llegaban hoy desde Barcelona parecían un espejo de aquella mañana negra del 22 de febrero de 2012 en la estación de Once. En la escena sólo faltaba un elemento: nada menos que la muerte.
El accidente de la estación de Francia causó 56 heridos, uno de ellos grave pero fuera de peligro, mientras que en Buenos Aires perdieron la vida 51 personas y más de 700 sufrieron lesiones de diversa magnitud.
Cuando apenas comienza la investigación en España, las diferencias saltan a la vista: el estado de los trenes, la cantidad de pasajeros que transportaban y la infraestructura de seguridad de las terminales delinean un abismo que separa un siniestro preocupante de una catástrofe abrumadora. También la reacción de los políticos reveló dos formas opuestas de reaccionar ante el dolor.
La sentencia del juicio de la tragedia de Once constató que el tren 3772 de la línea Sarmiento, identificado como Chapa 16, circulaba en un “deplorable estado de mantenimiento”. Era un tren japonés remodelado de 1962 y 1963 que llevaba años sin pasar los controles requeridos. Sin fiscalización estatal. La complicidad corrupta entre los funcionarios que debían controlar y los empresarios que operaban el servicio (TBA) “obturó toda posibilidad de que se adopte alguna medida para prevenir el accidente”, dijeron los jueces.
El convoy que se estrelló esta mañana en Barcelona -de origen español, construido a fines de los años 90- estaba al día en sus inspecciones de mantenimiento. Pasó la última el 18 de julio, según informó el ministro de Fomento de España, Íñigo de la Serna.
En Once, el precario estado de la carrocería permitió que el segundo vagón se montara seis metros dentro del primero, lo que causó la mayoría de las muertes. En el choque de Barcelona resultó clave que los coches hayan resistido casi intactos el llamado efecto acordeón. Por el golpe, descarrilaron los dos primeros y quedó partido el frente la locomotora, más algunos daños en el techo.
Los heridos sufrieron contusiones al caerse a los costados cuando se preparaban para bajar en la última estación. Eran apenas 70 personas en todo el tren. En la tragedia de Once, el Chapa 16 -libre de inspecciones estatales- circulaba sobrecargado, con 1200 pasajeros.
Los funcionarios españoles informaron que el paragolpes hidráulico ubicado en el tope del andén ayudó a amortiguar la colisión. Ese elemento había sido otra de las fallas en Buenos Aires: los peritajes demostraron que la bomba no funcionaba y, por tanto, no le llegaba el agua que debe salir a presión ante la eventualidad de un impacto. “Era solo un impedimento estático del avance del tren”, concluyeron los expertos. Poca diferencia, en todo caso, a darse de lleno contra una pared.
La investigación española deberá demostrar qué pasó con los frenos para determinar si hubo un fallo técnico o algún descuido humano. En Once se estableció que el sistema de frenado estaba en condiciones, pero el maquinista había desactivado el sistema de emergencia conocido como freno de hombre muerto.
Más allá de los aspectos técnicos, los contrastes se agigantan en lo que respecta a la reacción política. La estación de Francia se pobló de altos funcionarios apenas unos minutos después del accidente. El presidente de Cataluña, Carles Puigdemont, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, llegaron de inmediato. Ellos no tienen responsabilidad directa porque el tren siniestrado es operado por Renfe, la empresa estatal española.
El ministro De la Serna voló desde Madrid a Barcelona para recorrer la estación y dar explicaciones a la prensa. El presidente del gobierno, Mariano Rajoy , envió un mensaje a las víctimas al mediodía, antes de empezar una conferencia de prensa convocada con antelación. Contó que había llamado a Puigdemont para ofrecerle “toda la colaboración necesaria”. Es un hecho político: Rajoy y Puigdemont mantienen un duelo político durísimo por el desafío independentista que plantea el gobierno de Cataluña.
El día que la muerte se adueñó de Once ningún funcionario de relevancia pisó la estación. La entonces presidenta, Cristina Kirchner , se recluyó en el silencio durante cinco días. Apenas emitió un comunicado de condolencias cuando habían pasado 13 horas de la tragedia.
Tampoco el ministro Julio De Vido dio la cara. Junto con su jefa decidieron que fuera el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi , quien ofreciera la versión oficial a los medios. A él se le ocurrió la frase que sería su testamento político y el prólogo de un calvario judicial: “Si esto hubiera ocurrido ayer, que era feriado, seguramente hubiera sido una cosa mucho menor”.
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