Decadencia y tragedia actual de la flota rusa
El Kremlin frente a la reconversión
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Casi trescientos años atrás, Pedro el Grande imponía en Moscú la que sería la consigna más decisiva para el imperio ruso: "Hacia los mares abiertos". Rusia dejaba de ser un centro mediterráneo e iniciaba su camino hacia el Báltico fundando San Petersburgo, y hacia el Sur, conquistando el Mar Negro a los turcos.
Algo más acá, en la Segunda Guerra Mundial, la flota del Norte, basada en Polarnoe en la Península de Kola, aseguraba en feroz combate con los nazis el paso de los convoyes aliados desde Canadá hasta Murmansk.
En la actualidad, la armada rusa tiene cuatro poderosas flotas: la del Pacífico, la del Mar Negro, la del Báltico y la del Norte. El 32% de los portadores de cargas atómicas rusos se ubica en las naves de esas flotas. Son 26 los cruceros misilísticos submarinos que disponen y que integran, además, las fuerzas nucleares estratégicas de Rusia. También integran las flotas dos cruceros portaaviones atómicos pesados, cuatro cruceros misilísticos atómicos pesados, cuatro cruceros misilísticos y cerca de 300 naves de distinto tipo (incluyendo 80 submarinos atómicos multipropósito, como el Kursk, de los que 10 se incorporaron entre 1992 y 1997).
Y, pese a todo, la construcción naval rusa sigue innovando. Está por ser botado el crucero misilístico atómico submarino Yuri Dolgoruki, un nuevo concepto estratégico: es prácticamente imposible localizarlo y su armamento es de última generación. Los cohetes alados Granit no tienen, en la práctica, parangón mundial.
Estado calamitoso
Sin embargo, el estado general de la flota no difiere en mucho de lo que ocurre con todas las fuerzas armadas rusas. En Sebastopol, cuna de la gloria naval y base de la flota del Mar Negro, Ucrania y Rusia siguen peleando por el reparto de los barcos, y en la misma base ondean dos pabellones: el ruso y el ucranio. Este último en franco romance con la OTAN, lo que agudiza el sordo enfrentamiento. Según oficiales navales, la condición de los barcos es calamitosa. No hay presupuesto para su mantenimiento y ha sido el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov -jugando su carta nacionalista y populista para lograr figuración política-, el que financió la construcción del crucero misilístico Moscú para ponerlo en servicio.
Se calcula que el 70% de las flotas se encuentra en estado de carencia y sin realizar los servicios de mantenimiento y reparación necesarios.
Las nuevas autoridades rusas encabezadas por el presidente Vladimir Putin parecen dispuestas a tomar el toro por las astas y no sólo en la armada. Dentro de las abruptas reformas planeadas, el Ministerio de Defensa dejará de ser dirigido por un mariscal, que será reemplazado por un civil. En la práctica, esto está ocurriendo: el primer viceprimer ministro, Ilia Klebanov, ya está reemplazando en muchas actividades al mariscal Igor Sergueyev.
El poderosísimo Estado Mayor General dejará de subordinarse al ministro de Defensa para pasar a depender íntegramente del mismo presidente. Los estados mayores terrestre, aeronáutico y naval se incluirán en el Estado Mayor General.
Luego de una ardua disputa, hacia 2006 desaparecerán las elitistas Fuerzas Misilísticas Estratégicas, que se fundirán en sus respectivas armas.
Por otra parte, los presupuestos militares, que en la época soviética alcanzaban -incluyendo el complejo militar-industrial- el 80% del PBI, ahora no superan el 10% y sus reparticiones sectoriales deben buscar otros sustentos. Por ejemplo, la planta moscovita Jrunichev, constructora de portadores intercontinentales, es socia de la Lockheed en la construcción de la actual estación espacial internacional.
Los astilleros de Sormovo, en el Volga, fabrican overcrafts y ekranoplanos, unos fantásticos aparatos que se deslizan a poca distancia del agua a velocidades increíbles. En Kazan, la fábrica de los cazas Sujoy produce ahora pequeños jets para empresarios.
Aun así, existe una gran parte del poderío militar que no puede reconvertirse y sigue debatiéndose entre el pasado soviético y el presente indefinido.
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