El ocaso de los teléfonos públicos
MIAMI.- Si Superman tuviese que venir a salvar al mundo en esta época, seguramente llegaría tarde, porque el pobre Clark Kent perdería el tiempo tratando de encontrar un teléfono público donde cambiarse de ropa.
Después de sobrevivir a un siglo de drásticos cambios sociales, económicos y tecnológicos y resistir las formas más ocurrentes de sabotaje y vandalismo; tras haber alcanzado categoría de estrella en un centenar de películas de Hollywood y haber sido el depositario de pasiones clandestinas, pedidos de rescate, llamadas de auxilio, amenazas anónimas, negocios ilícitos y algunos de los insultos más procaces de la lengua humana, el teléfono público comienza a sucumbir ahora a manos de un rival indolente: la telefonía celular.
Hay 93 millones de celulares en los Estados Unidos y apenas dos millones de teléfonos públicos, 300.000 menos que hace dos años. Sólo en el sur de Florida el número de teléfonos públicos decreció de 117.000 (uno por cada 126 personas) en 1977 a 113.000 (uno por cada 137 personas) este año. Con las tarifas de los celulares cada vez más baratas y el auge de las tarjetas prepagas, la industria del teléfono público mira el futuro con rostro adusto.
La telefonía pública está desregulada en los Estados Unidos y hay una variedad de empresas que ofrecen estos servicios. Todas coinciden en que el mercado se está achicando velozmente y la única alternativa es cambiar o morir.
Bell Atlantic, que opera el 90% de los teléfonos públicos en el nordeste de los Estados Unidos, ha visto desplomarse sus acciones 10% en 1998 y 14% en 1999. Y Pacific Bell, que domina el mercado de California, admitió que los números no son ya lo que eran. "Definitivamente, hemos visto una declinación en el volumen de llamadas desde teléfonos públicos", dijo John Britton, vocero de la compañía.
Cajas con ranura
El primer teléfono público apareció en un banco de Hartfort, Connecticut, en 1889. La idea se le ocurrió a William Gray, un inventor ocasional, que había obtenido cierta notoriedad con su chaleco inflable para jugadores de béisbol, después de tratar vanamente de conseguir que un comercio local le permitiera usar su teléfono para llamar a una ambulancia para su esposa enferma. Tres años después, cuando apenas el 10 por ciento de la población norteamericana tenía teléfono, el número de teléfonos públicos de la compañía de Gray había llegado a 80.000.
Pero aunque la tecnología y el diseño han cambiado radicalmente desde entonces, la función primaria del teléfono público -el ser una caja con una ranura por la cual se echa una moneda o una ficha para hacer una llamada- no ha variado. Y es éste, precisamente, el desafío que hoy debe considerar la industria.
Las empresas que fabrican y operan teléfonos públicos consideran que si el servicio tiene alguna posibilidad de supervivencia, será convirtiéndose en un auténtico centro de información, con conexión a Internet, correo electrónico y servicios de guía.
Aunque mucha gente en los Estados Unidos no tiene teléfono (se estima que el 25 por ciento del sector de bajos ingresos en las áreas urbanas carece del servicio) y depende vitalmente de los teléfonos públicos, el aumento del costo operativo y el descenso de las ganancias van a llevar inevitablemente a su eliminación.
"El modelo de teléfono al que se le echa una moneda se está muriendo rápidamente", admite Michael Boyle, presidente de Elcotel, una de las principales fabricantes de teléfonos públicos de los Estados Unidos, con sede en Sarasota, Florida. "Nuestra estrategia es pasar de la moneda al contenido."
Servicios integrales
De lo que se trata es, en definitiva, de fusionar el teléfono con la computadora, para obtener un medio que ofrezca servicios integrales de comunicación y pueda obtener ingresos por publicidad.
Muchos de estos modelos ya existen, instalados en aeropuertos, hoteles y terminales de transporte donde circula una cuantiosa población en tránsito. Se operan con tarjetas de crédito o tarjetas prepagas y tienen una pantalla que funciona por contacto y a través de la cual se accede a una variedad de servicios.
Todo el mundo tiene una historia asociada al teléfono público.
Generalmente, no son simpáticas. La última moneda tragada en un día de lluvia, el infructuoso deambular a través de una larga sucesión de aparatos descompuestos, la conexión interrumpida en el momento crucial.
Tal vez por eso no duela verlos partir del universo de objetos que poblaron nuestra existencia. Ellos han sido, más que ningún otro, testimonios viscerales de la brecha entre el Primer y el Tercer Mundo y testigos sarcásticos de nuestra impotencia.