El Papa cerró el sínodo con un llamado a "saber escuchar el grito de los pobres"
ROMA.- El Papa cerró hoy el sínodo sobre la Amazonia con una misa solemne en la que hizo un fuerte llamado a "saber escuchar el grito de los pobres", que definió "el grito de esperanza de la Iglesia" y volvió a denunciar "la opresión y explotación" que "desfiguró" el rostro de esa zona vital, simbólica y bajo amenaza del planeta.
"En este Sínodo hemos tenido la gracia de escuchar las voces de los pobres y de reflexionar sobre la precariedad de sus vidas, amenazadas por modelos de desarrollo depredadores", dijo Francisco, en una ceremonia solemne en la Basílica de San Pedro que le puso fin a tres semanas de una asamblea sinodal que propuso ordenar hombres casados para hacerle frente a la escasez de sacerdotes en zonas remotas y reabrió el debate sobre el diaconado femenino.
En su sermón, que pronunció ante los más de 150 obispos de los nueve países que forman la Amazonia, cardenales y altos prelados de la curia romana, expertos, invitados, indígenas con rostros pintados y auditores, el Papa subrayó que pese a la terrible situación que se vive en la Amazonia, puede haber un cambio. "Muchos nos han testimoniado que es posible mirar la realidad de otro modo, acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios", afirmó. "Él es Padre y escucha la oración del oprimido", recordó. "Cuántas veces, también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas", agregó, haciendo autocrítica. "Recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia. Haciendo nuestro su grito, también nuestra oración atravesará las nubes", exhortó.
No a la "religión del yo"
Inspirado por el Evangelio del día, en su homilía el Papa denunció "la religión del yo" de los fariseos que, además de olvidar a Dios, se olvidan del prójimo, es más, lo desprecian y se consideran mejor que los demás, el resto. "Son ‘el resto’, los descartados de quienes hay que mantenerse a distancia. ¡Cuántas veces vemos que se cumple esta dinámica en la vida y en la historia! Cuántas veces quien está delante, como el fariseo respecto al publicano, levanta muros para aumentar las distancias, haciendo que los demás estén más descartados aún", lamentó. "O también considerándolos inferiores y de poco valor, desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes", agregó, aludiendo, sin nombrarlos, a los indígenas amazónicos, víctimas de históricas injusticias. "¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación! Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra: lo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonia", clamó. "La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y 'oraciones', olvidando que el verdadero culto a Dios pasa a través del amor al prójimo. También los cristianos que rezan y van a Misa el domingo están sujetos a esta religión del yo. Podemos mirarnos dentro y ver si también nosotros consideramos a alguien inferior, descartable, aunque solo sea con palabras. Recemos para pedir la gracia de no considerarnos superiores, de creer que tenemos todo en orden, de no convertirnos en cínicos y burlones. Pidamos a Jesús que nos cure de hablar mal y lamentarnos de los demás, de despreciar a nadie: son cosas que no agradan a Dios", advirtió, con palabras fuertes. En la Basílica, colmada de fieles, también había un grupo de enfermos y pobres, que Francisco mencionó especialmente y saludó, al final de la ceremonia.
"Muchos nos han testimoniado que es posible mirar la realidad de otro modo, acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios"
La raíz del error espiritual, creerse justos
Vestido con paramentos verdes, el Papa en su sermón agradeció a los padres sinodales por haber dialogado durante estas semanas con el corazón, con sinceridad y franqueza, "exponiendo ante Dios y los hermanos las dificultades y las esperanzas". "Hoy, mirando al publicano, descubrimos de nuevo de dónde tenemos que volver a partir: del sentirnos necesitados de salvación, todos. Es el primer paso de la religión de Dios, que es misericordia hacia quien se reconoce miserable. En cambio, la raíz de todo error espiritual, como enseñaban los monjes antiguos, es creerse justos. Considerarse justos es dejar a Dios, el único justo, fuera de casa", subrayó. "Es tan importante esta actitud de partida que Jesús nos lo muestra con una comparación paradójica, poniendo juntos en la parábola a la persona más piadosa y devota de aquel tiempo, el fariseo, y al pecador público por excelencia, el publicano. Y el juicio se invierte: el que es bueno pero presuntuoso fracasa; a quien es desastroso pero humilde Dios lo exalta. Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo. Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente", reconoció. "Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no", sentenció. "Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que solo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios".