El riesgo de devaluar su peso político en el escenario global
Después de su ruptura con la Unión Europea (UE), Gran Bretaña quedará aislada y con las espaldas descubiertas para enfrentar el despiadado mundo del siglo XXI. La antigua potencia imperial que gobernó el mundo durante dos siglos corre ahora el riesgo de convertirse en un actor político de "segunda categoría", como advirtió con malicia hace algunos meses el polaco Donald Tusk, expresidente del Consejo Europeo.
En su momento de gloria, antes de la Primera Guerra Mundial, la corona gobernaba 460 millones de personas y su poder se extendía sobre un territorio de 33,5 millones de km2, lo que significaba un cuarto de la población mundial y 24% de las tierras emergidas del planeta. Esa extensión colosal, "sobre las cuales nunca se ponía el sol", apenas ocupa ahora la sexta posición en el ranking de potencias y quedó recluida a una isla de 242.495 km2, poblada por 67 millones de habitantes, parte de los cuales -como los escoceses- sueñan con independizarse.
No es una situación confortable para enfrentar uno de los mayores desafíos de su historia. Pero el Reino Unido tampoco es una potencia decadente, como era la URSS después del derrumbe de su imperio.
Es cierto que, desde hace tiempo, el león británico -que simboliza el poder de la corona- perdió algunos dientes, tiene reumatismo, cojea al caminar y su melena no tiene el esplendor de antaño. Pero aún conserva sus colmillos bien afilados y mantiene su prestigio de potencia imperial.
Desde un punto de vista geopolítico, como miembro permanente del Consejo de Seguridad, tiene poder de veto en las grandes crisis internacionales, recordaron Georgina Wright y Matt Bevington, investigadores de Chattham House, el principal think tank británico de política internacional.
Su estatus de potencia atómica, en cambio, es más aparente que real. Su panoplia nuclear, capaz de disparar proyectiles intercontinentales, es extremadamente dependiente de Estados Unidos.
Washington subvenciona a las Fuerzas Armadas británicas con 5200 millones de dólares, le alquila los misiles nucleares Trident, se encarga del mantenimiento y organiza sus tests, lo que otorga al Pentágono una influencia determinante sobre ese aspecto crucial de la disuasión que los expertos denominan la "decisión última".
Pese a todo, en el terreno militar, Gran Bretaña conservará abierto el paraguas del tratado bilateral de Lancaster House, firmado con Francia en 2010, que aún después del Brexit seguirá siendo la piedra angular de la cooperación entre ambos países.
Es verdad que Gran Bretaña no eligió el mejor momento para convertirse en el primer país de la historia que abandona una alianza económica -bastante próspera y exitosa- para intentar una aventura individual en un contexto incierto e inestable. "Se puede ver ese gesto como un ?deseo de imperio'. Pero el resultado puede terminar siendo decepcionante porque solo dentro de la UE el Reino Unido tiene peso suficiente como para conservar una gran influencia internacional", estima la austríaca Eva Micheler, profesora en la London School of Economics. "¿Cómo hacer frente a potencias globales como China, Rusia y Estados Unidos? Porque no hay que olvidar que Donald Trump no será un aliado generoso. La experiencia demuestra que trata a sus mejores socios como si fueran sus peores enemigos", concluyó.
"Por otra parte, la estrategia de presión permanente y chantaje que desarrolla Trump, como se vio recientemente en Irán, constituye un elemento de desestabilización. No recuerdo nada parecido desde el período de la Guerra Fría", explica el profesor Malcolm Chalmers, director general adjunto del Royal United Services Institute (RUSI).
"La presencia de Trump en la Casa Blanca cuestiona la confianza inquebrantable en materia de seguridad y defensa que Gran Bretaña depositó siempre en la ?relación especial' que existía entre Londres y Washington", afirma Helen Thompson, profesora de la Universidad de Cambridge.
El test sobre esa relación y el futuro de Gran Bretaña para moverse en este nuevo mundo será la negociación del tratado de libre comercio con Estados Unidos que tanto entusiasma a Boris Johnson.
El diputado escocés Angus MacNeil, un anti-Brexit que presidió el Comité de Comercio Internacional de la Cámara de los Comunes, no se hace demasiadas ilusiones sobre el margen de maniobra del premier frente al presidente norteamericano. "Trump solo aspira a ?vasallizar' a sus interlocutores y Gran Bretaña sola no tiene la fuerza necesaria para oponerse a un gigante diez veces más grande", estimó. "En ese momento, Johnson deberá decidir si acepta que sus opciones políticas sean dictadas por Estados Unidos", precisó.
Otro dilema paralelo comenzó a plantearse en materia de inteligencia y lucha antiterrorista. Varios países de la UE se preguntan si deben seguir colaborando con el MI5, el MI6 y otros organismos británicos, pues saben que la relación con Washington -como admitió el secretario de Comercio, Liam Fox- "dependerá del intercambio de información" sensible, "sobre todo en materia nuclear".
Con el Brexit, Gran Bretaña se lanzará al mar en medio de una de esas tempestades que soplan una vez por siglo. Paradójicamente -estima Malcolm Chalmers, del RUSI-, su mayor inquietud no será defenderse de sus enemigos, sino evitar los ataques de las cañoneras de Trump.
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