En ebullición: el cambio radical de Arabia Saudita agita a todo Medio Oriente
El príncipe heredero lanzó una audaz campaña, que combina la modernización social del país con una apuesta exterior que podría romper equilibrios en la región
TÚNEZ.- La creación de Arabia Saudita fue posible gracias a la astucia de Abdulaziz ben Saud, su primer monarca. Mitad guerrero y mitad estadista, reunió a sus hijos mayores en su lecho de muerte y les hizo prometer que no se pelearían en público. En las seis décadas siguientes, en líneas generales, sus herederos siguieron su consejo, y el consenso entre su prolijo linaje marcó la toma de decisiones en el próspero reino del desierto.
Sin embargo, Mohammed ben Salman, actual príncipe heredero y nieto de Abdulaziz, parece dispuesto a romper con esta tradición para remodelar en profundidad la monarquía saudita, hasta convertirla en un traje a su medida.
A sus 32 años, el ambicioso Mohammed es -sin duda- el hombre fuerte del régimen. Hijo favorito del veterano y enfermo rey Salman, además de ser el primero en la línea sucesoria de la corona, acumula los cargos de ministro de Defensa, viceprimer ministro y presidente del influyente Consejo Económico para el Desarrollo.
Durante los últimos días, varias noticias situaron a Arabia Saudita, el país con las mayores reservas estimadas de petróleo, en el centro de la actualidad. Todas ellas -sobre todo una purga palaciega sin precedentes y la renuncia desde Riad del premier del Líbano, Saad Hariri- llevan su sello.
Con esos audaces movimientos, Mohammed -conocido en el mundo anglosajón por sus iniciales MbS- ofreció a la sociedad saudita y a Occidente un paquete de políticas interrelacionadas: algunas de carácter doméstico y otras regionales. Su futuro personal, el del reino y quizás el de todo Medio Oriente dependerá del éxito de su arriesgada apuesta.
La más chocante medida fue el arresto de más de 200 personas, incluidos 11 príncipes y varios ministros y prominentes hombres de negocios, en el marco de una campaña contra la corrupción. En una muestra de lo estrafalario que es el país, muchos están detenidos en un lujoso hotel cinco estrellas de Riad.
"De acuerdo con las primeras investigaciones, estimamos que el valor de los fondos públicos malversados puede alcanzar los 375.000 millones de riales [casi 90.000 millones de dólares]", señaló un comunicado oficial al respecto de los arrestos.
Los medios oficialistas alabaron esta cruzada en un país donde la corrupción es omnipresente -ocupa el puesto 62 en el ranking de Transparencia International-. Buena parte de la población, contrariada por el opulento estilo de vida de una familia real formada por más de 5000 príncipes, puede haber acogido con simpatía la acción. Sin embargo, en los círculos empresariales causó más bien estupor, sobre todo por su carácter arbitrario. Los arrestos no fueron ordenados por la justicia ordinaria, sino por un comité creado de un plumazo y presidido por el propio Mohammed.
Los analistas extranjeros subrayaron la naturaleza selectiva de las detenciones, que sobre todo golpearon los centros de poder que probablemente se resistirían al asalto al trono del impetuoso heredero. Es decir, la ambición personal sería la verdadera motivación de la decisión. Y es que hay que analizar su cruzada contra la corrupción a la luz de anteriores purgas -como la del príncipe Nayef, ex ministro del Interior y hasta hace poco primero en la línea sucesoria-, que eliminaron en forma progresiva a sus principales rivales al trono.
No sólo otros miembros de la familia real fueron víctimas de los maquiavélicos planes de Mohammed. Más de 70 intelectuales y clérigos, tanto de tendencia liberal como conservadora, fueron detenidos por delitos relativos a la libertad de expresión. En algunos casos, por el simple hecho de no haber apoyado explícitamente sus políticas. Todo un aviso de que los márgenes para la disidencia se estrecharon.
El príncipe Mohammed no puede -por supuesto- confesar abiertamente el motivo último de sus acciones. Debe revestirlo como parte de una agenda con vocación nacional. En este caso, se trata de la modernización social y económica de un país de moral ultraconservadora y con una economía adicta al petróleo. En ese sentido, por ejemplo, redujo las competencias de la llamada "policía moral" y levantó la prohibición que impedía a las mujeres conducir vehículos. Además, lanzó un plan de corte neoliberal para diversificar la economía, reducir los subsidios y aumentar la participación de la población local en la mano de obra.
Con esta agenda reformista, el audaz príncipe pretende ganarse el apoyo de la juventud saudita, que constituye una mayoría de la ciudadanía y está deseosa de cambios.
A los jóvenes de su generación apela para poder cambiar de forma radical el funcionamiento de una monarquía que siempre había privilegiado el consenso y la experiencia en el traspaso del poder. Hasta ahora, la corona no solía pasar de padre a hijo, sino de hermano a hermano, en función de su edad y experiencia política.
Su propuesta no sólo aspira a recabar el apoyo interno, sino también internacional. Y, más concretamente, el del jefe de la Casa Blanca. Ambos dirigentes comparten una característica: son aventureros en materia internacional. El flirteo de Donald Trump con una ruptura del pacto nuclear con Irán, en contra de los consejos del establishment norteamericano, está en línea con la temeraria política de Riad hacia el régimen de los ayatollahs. Mohammed es el cerebro detrás de la guerra en Yemen y del bloqueo a Qatar, unas decisiones que cuentan con el beneplácito de Washington y el silencio cómplice de Israel.
Este es el pack que Mohammed ben Salman ofrece a Occidente y a los sauditas: un líder fuerte, con una agenda modernizadora en lo social y lo económico, y con una agresiva política exterior prooccidental y antiiraní. El precio a pagar: aceptar un mayor recorte de los ya escasos derechos civiles de los que gozan los sauditas. Si se sale con la suya, podrá convertirse en el gobernante más longevo de la historia de un país con tendencias gerontocráticas.
Es una apuesta osada, a todo o nada. Un fracaso en sus inciertas aventuras exteriores o un juicio político en Estados Unidos a Trump podrían galvanizar a sus adversarios internos y externos, y provocar una caída tan veloz y estrepitosa como su ascenso.
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