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PARIS.– Cualquiera sea el resultado de la primera vuelta del domingo próximo y del balotaje previsto para el 24 de abril, la gran ganadora de la elección presidencial francesa será, sin duda, la candidata de extrema derecha, Marine Le Pen.
A los 54 años, en su tercer intento de ingresar al Palacio del Elíseo por la puerta grande, la candidata del partido Reunión Nacional (RN) convirtió a su fuerza política en una verdadera alternativa de poder: “Si no gana ahora, dentro de cinco años será una hipótesis muy atractiva para sectores de clase media que han perdido confianza en la clase política y que, hasta ahora, se resistían a votar a la extrema derecha por temor al extremismo de sus posiciones”, estimó el experto en sociología electoral Pascal Perrineau.
Marine Le Pen llegará el domingo a las urnas con 22/23 por ciento de votos, después de haber crecido a un ritmo de dos puntos por semana durante el último mes para ubicarse a muy corta distancia del presidente Emmanuel Macron —gran favorito a su propia reelección—, que totaliza entre 25 y 27% según las diferentes encuestas. Para la segunda vuelta, prevista dentro de dos semanas, los institutos de sondeo pronostican un resultado muy ajustado a favor de Macron (52 a 48%). Pero, teniendo en cuenta los márgenes de error, no descartan “una sorpresa que por ahora es difícil de predecir”, según Frédéric Dabi, director general de la encuestadora Ipsos.
Con la misma frivolidad que le permite lanzar afirmaciones sin sustento y cambiar de posición con una sonrisa, reorientó la ideología de su partido para imprimirle una línea más moderada, distanciada de la imagen xenófoba, anti-islamista y anti-semita que tenía el Frente Nacional (FN) fundado por su padre.
Espectáculo bochornoso
En todo caso, en los últimos cinco años consiguió hacer olvidar el bochornoso espectáculo que brindó en su debate televisado de 2017 frente a Macron y adoptó un cambio de imagen —un rebranding, como dicen los publicistas— para tomar distancia con la tóxica marca familiar. Ese abrupto giro le permitió reciclar totalmente su relación con los electores y adoptar un estilo de proximidad más cercano y mejor adaptado a la sensibilidad de la opinión pública.
En las entrevistas por televisión comenzó a mostrar incluso un perfil más humanizado que la indujo a confesar las “duras pruebas” que atravesó durante su vida, su nuevo fracaso matrimonial en 2019, y su pasión por los gatos, dato crucial en un país de 65 millones de habitantes donde hay 15 millones de gatos y solo 6,8 millones de perros.
Las “traiciones” que sufrió en los últimos meses cuando varios dirigentes de primer nivel emigraron a otros partidos, incluyendo su sobrina Marion Marechal, que se alineó detrás de la candidatura de Eric Zemmour, el nuevo líder fascista y anti-islamista, que emergió en la vida política francesa como una aplanadora y ahora está terminando la campaña con menos de 10% de intenciones de voto. Frente a la amenaza electoral de Zemmour, que se apropió del tema de la inmigración y del “gran reemplazo” poblacional, Marine Le Pen moderó sus ataques contra los extranjeros y centró su campaña en los temas que realmente preocupan a las clases bajas: inflación, aumento de los precios de los alimentos y combustible, y pérdida del poder adquisitivo.
Sus colaboradores explican, con cierto asombro, que ese reposicionamiento no fue aconsejado por ningún equipo de asesores, sino que es obra de su propio olfato político. Desde entonces, para una parte de sus electores se convirtió en “Marine”, como si fuera un miembro de la familia.
Ese actitud la dispensó de explicar el gigantesco giro que dio cuando abandonó su flamante fervor por el euro —que antes criticada con tenacidad— y su defensa de la Unión Europea (UE). Los electores tampoco critican la vacuidad de su programa ni la visible ausencia de equipo para gobernar: “No tiene gente para ocupar ministerios ni los principales cargos del Estado”, la acusan sus adversarios. Como si estuviera protegida por una capa de teflón, ninguna acusación consiguió mellar su coraza.
Relación con Putin
A pesar de su relación política y económica con el presidente Vladimir Putin —que incluso intercedió ante varios bancos rusos para que el RN pudiera financiar sus últimas campañas—, pudo tomar distancias cuando Rusia lanzó la invasión de Ucrania y renegar de sus vínculos con el Kremlin sin sufrir ningún daño electoral. Ahora, sin sonrojarse, se presenta como una gran admiradora del presidente Volodomyr Zelensky y amiga del pueblo ucraniano. En una jugada de doble canto sorprendió al recibir con los brazos abiertos a refugiados ucranianos —todos blancos, cristianos y con buena formación profesional— lo que le permitió lavar su pasado xenófobo y consolidar su reposicionamiento al lado de Ucrania frente a la agresión de Putin, dirigente detestado por más de 85% de los franceses.
Gracias a esos pragmáticos golpes de timón evitó ser arrollada por la ola Zemmour, un líder provocador que cometió todos los errores posibles, como mostrarse hostil a la OTAN y opuesto a las sanciones contra Rusia. “El extremismo de Zemmour le dejó abierta una brecha para presentar una moderación que en la realidad no existe”, dice Mujtaba Rahman, analista de Eurasia Group. Ella “se ha beneficiado de la existencia de candidatos aún más extremos en el campo de la campaña”, considera Rahman. “Esto ha creado una impresión de moderación donde realmente no existe”, agrega.
La prueba es que, cuando comenzó la invasión rusa, el 24 de febrero, los dos rivales de extrema derecha y la candidata de la derecha conservadora, Valérie Pecresse, estaban separados por solo tres puntos en las encuestas. Ahora, existe un abismo entre ellos y Marine Le Pen que aspira —con razón— a quedarse con los votos de todo ese sector.
Aun si pierde frente a Macron el 24 de abril, su consolidación puede producirse en la llamada “tercera vuelta”, es decir en las elecciones legislativas del 12 y 19 de junio. Si obtiene la mayoría de la Cámara de Diputados, tendrá las herramientas para convertir el próximo quinquenio presidencial en un infierno para Macron y lograr que los votantes franceses pierdan definitivamente el miedo a Marine Le Pen como presidente… en 2027.
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