La hora de la diplomacia: las potencias vuelven a confiar en el diálogo
El vacío de poder que impedía solucionar conflictos fue sustituido por acuerdos; ante la ausencia de una potencia dominante y por la crisis, la opción militar pierde fuerza
Algo importante, raro y positivo sucedió hace unos días: Estados Unidos e Irán negociaron públicamente por primera vez en 34 años. Su mutuo desprecio, al igual que el odio que separa a israelíes y palestinos, modeló alianzas en Medio Oriente y provocó terror y guerras, en estos años.
El acuerdo sobre el programa nuclear iraní, anunciado el 25 de noviembre, no puso un punto final a todo eso ni mucho menos, pero tuvo la virtud de confirmar una tendencia que muchos presentían: la decisión de las potencias de privilegiar la diplomacia y alejarse -por ahora- del dios Marte.
En septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) había escuchado al presidente de Irán, Hassan Rohani, y a Barack Obama afirmar que estaban dispuestos a abrir las puertas al diálogo. Detrás de esas afirmaciones había una diplomacia secreta: el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, y el ministro de Relaciones Exteriores iraní, Javad Zarif, negociaban entre bambalinas desde hacía meses los límites de esa nueva "primavera".
Obama y los dirigentes políticos en general parecen haber escogido ese camino para tratar los expedientes más complicados de sus administraciones. Una vía históricamente privilegiada por la Unión Europea (UE), que carece de sistema de defensa militar común.
Así parece suceder con el conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos desde hace 50 años. Aunque algunos sonríen con incredulidad, el clima en la región cambió y hubo un reacercamiento. Los dirigentes israelíes parecen más propensos a un acuerdo, y los palestinos -si son capaces de superar sus propias diferencias- también demuestran una actitud más constructiva. En verdad, las convulsiones que agitan el resto de la región hacen aparecer necesario un acuerdo de paz, aunque sea limitado.
El tercer episodio que marcó recientemente el gran retorno de la diplomacia en el mundo fue el papel determinante de Rusia en la crisis siria. Hace poco más de dos meses, el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y el secretario de Estado, John Kerry, anunciaron en Ginebra un acuerdo que debería llevar a la destrucción del arsenal de armas químicas de Bashar al-Assad.
El pacto, que impidió la intervención militar occidental contra Siria y evitó a los presidentes implicados (Obama y François Hollande, en particular) hacer gastos extravagantes y enfrentarse a sus opiniones públicas, hostiles a toda acción militar, representó el mejor ejemplo de la nueva tendencia: la diplomacia, ese venerable aunque insatisfactorio arte del compromiso, volvió a ocupar el epicentro de la política exterior en gran parte del mundo.
¿Quiere decir esto que se terminó la época -iniciada después de la Guerra Fría y acentuada en los últimos años- en que un aparente vacío de poder impedía la resolución de conflictos? "Todo lo contrario. En este mundo multipolar nadie tiene los medios económicos, militares o políticos para imponer su voluntad. En ese caso, la única solución es la negociación", dice el geopolitólogo Pascale Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS, por sus siglas en francés). Así lo demostraron las experiencias de Afganistán e Irak.
"Aventuras militares"
Uno de los mejores ejemplos de esta nueva realidad es Colombia, donde después de más de medio siglo de un sangriento enfrentamiento sin ganadores ni vencidos, el gobierno y las guerrillas del ELN y las FARC decidieron negociar para poner término a un conflicto que provocó unos 600.000 muertos y cerca de 4.500.000 desplazados.
"Las aventuras militares ya eran inmensamente costosas cuando una superpotencia intervenía en un país incapaz de defenderse. Ahora, se volvieron prácticamente imposibles", afirma Boniface.
La intervención en Afganistán le costó a Estados Unidos 677.500 millones de dólares desde 2001. En Irak, la factura fue de 816.000 millones. El total de 1,5 billones representa 10% del PBI norteamericano. Sin hablar de las víctimas norteamericanas: 2095 en Afganistán y 4489 en Irak.
"Para imaginar el impacto financiero que tiene una operación militar, basta con saber que una hora de vuelo de Mirage F1 cuesta 10.000 euros. En el caso de un Rafale, la cifra llega a 27.000 euros", precisa el experto militar Pierre Servan.
Otro caso que pone de manifiesto el regreso de la diplomacia es Myanmar, la ex Birmania; gracias a la presión de Washington y Pekín, el diálogo reemplazó a la fuerza. Tras 15 años de intransigencia, la junta militar aceptó llamar a elecciones en 2010, liberar a la premio Nobel de la Paz Aung Sun Suu Ky y hasta ser reemplazada por un gobierno de ex militares reformistas.
Es verdad, las cosas eran más claras en la Guerra Fría, cuando Estados Unidos usaba su poderío diplomático, económico y militar para contener a la Unión Soviética.
Sin embargo, Washington aprovechó después la llegada de Mikhail Gorbachov y el ocaso del régimen para influir o resolver conflictos planetarios a través de su diplomacia. Así sucedió en Afganistán después de la intervención soviética, América Central, el sudeste asiático y el sur de África, al mismo tiempo que establecía, con sus aliados occidentales, los fundamentos de la futura seguridad europea.
Sería ilusorio pensar que nunca más habrá una intervención militar. Según la ex secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice, "un diplomático depende siempre del balance de poder y no puede tener éxito si no comprende a la perfección el contexto estratégico en el cual negocia".
"A pesar de todas esas dificultades, la diplomacia sigue siendo la mejor opción", concluye Boniface.
El desaparecido líder israelí Yitzhak Rabin solía afirmar que nadie hace la paz con los amigos: "Hay que hacerla con los peores enemigos", precisaba. Esa frase podría servir para moderar la desconfianza del premier Benjamin Netanyahu, que califica de "error histórico" el acuerdo entre Irán y Occidente.
Por sus enormes implicancias en el tablero estratégico de Medio Oriente, Irán representa, sin embargo, una rara oportunidad para apaciguar esa convulsionada región. Como le sucedió a Richard Nixon con Mao Tsé-tung y a Ronald Reagan con Gorbachov, Obama parece haber comprendido que la estatura de un líder requiere trabajar siempre en favor de una paz negociada, aun cuando parezca inalcanzable.
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