La rutina de la vida y la muerte vuelve a instalarse en Ciudad de Dios
Los vecinos de esta favela de Río se acostumbran a un ritmo marcado por los operativos contra mafias y narcotraficantes
RÍO DE JANEIRO.- Unos ocho chicos de entre 11 y 15 años deambulan por la principal ruta de acceso a Ciudad de Dios, la favela de la zona oeste de Río de Janeiro que se hizo internacionalmente conocida por la película homónima.
Es la misma favela donde el sábado pasado la policía intervino a tiros para contener los enfrentamientos entre los traficantes y las mafias que buscan controlar el territorio.
Durante la operación, un helicóptero de la policía cayó -por motivos técnicos, según la investigación posterior-; sus cuatro tripulantes murieron. Luego del caos y la ocupación policial de la comunidad, sus vecinos intentan recuperar ahora parte de sus rutinas, aunque las escuelas permanecieron cerradas el lunes.
Sentados en una plaza, los jóvenes, sin nada que hacer, cuentan con naturalidad uno de sus juegos favoritos.
Consiste en tomar pedazos de palos de madera y forrarlos con cinta aislante negra hasta que parezcan fusiles. Se mete leche en polvo y orégano en bolsitas para que parezcan cocaína y marihuana. Y se fabrican billetes falsos con folletos de supermercados. Entonces se reparten los papeles. Es como una versión adulta de policías y ladrones, pero aquí nadie quiere ser policía: todos están en facciones criminales. Hay muertos, operaciones, robos y complots. Como en la vida real.
Esos mismos chicos se adentraron el domingo por la mañana en el bosque en busca de los desaparecidos durante los tiroteos. Junto con decenas de vecinos, dieron con siete cuerpos de traficantes, algunos decapitados o con miembros amputados.
"¿Por qué han hecho eso? ¿Por qué no se los llevaron detenidos", pregunta el más espabilado de los jóvenes. "No me parece bueno ser delincuente, no. Pero no hace falta matarlos." Ante la pregunta sobre si se quedaron impresionados, responden que no con un juego de palabras. "Vemos eso todos los días, ¿no? Somos crías de Ciudad de Dios, no criados."
La naturalización de la violencia parece ser la regla en este lugar. En algunos videos se ve a grupos de vecinos que siguen de cerca los tiroteos de este fin de semana con los típicos gritos que se escuchan habitualmente en los partidos de fútbol.
Y raro es el vecino que no ha recibido las terribles imágenes de alguno de los siete cadáveres en su teléfono celular. Ya nada los impresiona.
Si el helicóptero no hubiese caído -lo que atrajo la atención de la prensa de todo el mundo-, habría sido otro fin de semana violento y silencioso más en esta favela de más de 42.000 habitantes.
Encerrados
Son las madres las que se niegan a aceptar que su barrio se convierta en un bastión de guerra. Claudia (nombre ficticio) no duerme desde el viernes, cuando mandó a uno de sus hijos, de 18 años, a casa de su padre por miedo a que lo mataran.
"Es negro, joven. Le digo que salga con la documentación siempre, pero tengo miedo. ¿Y si la policía le pega un tiro a mi hijo?", se pregunta, angustiada.
Residente en la comunidad desde hace tres años, le gustaría salir de allí si tuviese las condiciones económicas para ello, pero está desocupada y por su casa de madera no paga alquiler.
Luiza (también nombre ficticio), ama de casa de 39 años, salió de su casa el lunes pasado por primera vez en dos días, pero sus hijos -de 13, 14 y 21 años- no.
"Están encerrados en casa, con la puerta cerrada. Ninguno de ellos fue a la escuela y no los dejé que salieran. El ambiente está muy tenso. Mi mayor miedo es una bala perdida: los tiros no tienen dirección. Vivo aquí desde hace cinco años, pero nunca había visto nada parecido", cuenta la madre de los tres jóvenes.
María Martín
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