El propio Vladimir Putin recordó el impacto que tuvo en él el día que el Kremlin no respondió a su pedido de ayuda cuando, poco después de la caída del muro de Berlín, una turba de manifestantes rodeó la sede de la KGB en Dresden
Un conocido proverbio del pueblo ruso, siempre tan proclive al fatalismo, dice: “El destino vendrá y te atará de pies y manos”. Y los biógrafos y quienes conocen bien al presidente ruso Vladimir Putin sostienen que no se puede entender al autócrata de hoy si no se comprende el fantasma que lo persigue desde fines de los años 80, cuando trabajaba en Dresden, Alemania Oriental, como espía.
La vocación por el espionaje en Putin es incluso anterior a su interés por la política.
Según recordó él mismo en las entrevistas con tres periodistas rusos para el libro biográfico En primera persona publicado en 2000 -cuando llegó por primera vez a la presidencia y buscaba mostrarse como un líder abierto y democrático-, su vida quedó marcada en 1968 a los 16 años, cuando vio la película de Vladimir Basov “La espada y el escudo”, sobre un agente doble soviético en la Alemania nazi. A la salida del cine dijo: “Quiero trabajar de espía”.
“No fue solo un capricho de un momento. Incluso, como si ya fuera un adulto, con 16 años fui a presentarme al edificio de la KGB en Leningrado. En otras palabras, lo había decidido en términos reales’', señaló en el libro.
El psiquiatra Kenneth Dekleva, exmédico diplomático de alto rango del gobierno de los Estados Unidos, que trabajó durante cinco años en la embajada norteamericana en Moscú, y se especializó en psicología y espionaje, contó a LA NACION las características de personalidad que suelen reunir los espías.
“Los mejores agentes son los que tienen curiosidad, inteligencia, resiliencia, interés en otras culturas, dominio de idiomas extranjeros, paciencia, resistencia, y una alta tolerancia a la incertidumbre y la ambigüedad. Putin, que se ha referido a sí mismo como un especialista en relaciones humanas, posee muchas de estas cualidades”, afirmó.
Cuando se presentó como voluntario a la KGB a los 16 años, le explicaron con ternura al joven Putin que primero debía tener un título académico, preferentemente en derecho. Así fue como dos años más tarde el futuro jefe de los espías rusos se inscribió en la carrera de abogacía de la Universidad de Leningrado.
Ya con su título universitario bajo el brazo, a fines de la década de 1970, su carrera de espía comenzó con seis meses de entrenamiento en la KGB, donde aprendió habilidades básicas de espionaje, como el reclutamiento de informantes. También perfeccionó sus conocimientos del idioma alemán, que había empezado a estudiar de adolescente, y trabajó en contrainteligencia rastreando a sospechosos de espías.
La vida en Dresden
La reacción familiar frente al primer destino asignado a Putin en el extranjero depende de la mirada de quien lo cuente.
El matrimonio formado por Vladimir, entonces de 33 años, y Ludmila, de 27 años, se mudó en 1985 de Moscú a Dresden, con una hija de un año, Masha, y Ludmila embarazada de Katia, que nacería en Alemania Oriental (RDA).
Putin viajó un tiempo antes y acondicionó el departamento familiar en el monobloque de Radebergenstrasse 101. Comparada con la vida gris en la Unión Soviética, a ella le gustó la RDA. “Cuando Ludmila llegó en el otoño de 1985, con Masha en brazos, encontró sobre la mesa de la cocina una cesta con bananas, por entonces una rareza en su país”, escribió Steven Lee Myers en el libro El nuevo zar.
La histórica ciudad atravesada por el río Elba le pareció encantadora a Ludmila por sus calles llamativamente limpias. Y, como para no extrañar tanto con el cambio, en el barrio había un negocio donde vendían productos rusos, las escuelas eran bilingües, y en el cine se proyectaban producciones soviéticas. Además, la oficina de Vladimir, en el segundo piso de Angelikastrasse 4 -un edificio que aún hoy sigue en pie- estaba a poca distancia del departamento familiar.
Les asignaron un automóvil Zhiguli que Ludmila consideró bastante bueno en comparación con el Trabant que era el auto más popular de la RDA. “Los fines de semana había muchos lugares hermosos para visitar en las afueras de Dresden. Sajonia estaba a sólo 20 o 30 minutos”, recordó la esposa de Putin.
Pero desde el punto de vista profesional, para el agente Putin, que siempre tuvo sueños de grandeza, la aburrida RDA era un destino sin desafíos, casi “provinciano” entre los países satélites de la URSS. No tenía el brillo de un país occidental, y tampoco era Berlín, sino la ciudad industrial de Dresden.
El edificio de la KGB en esa ciudad era pequeño. Nunca trabajaron allí más de seis u ocho agentes. “La tarea oficial de Putin en la RDA era principalmente recopilar recortes de prensa, contribuyendo así a las montañas de información inútil producida por la KGB”, escribió la ruso-estadounidense Masha Gessen en su biografía de Putin de 2012 El hombre sin rostro.
Además, hace algunos años el exdirector de archivo de la Stasi (la policía secreta de la RDA), Konrad Felber, sacó a la luz un carnet oficial de Putin que lo identificaba también como agente de esa institución, y le permitía entrar sin problemas a las dependencias de los servicios secretos alemanes y reclutar informantes sin identificarse como agente de la KGB.
Pero hubo una experiencia traumática en Dresden que marcó definitivamente al hoy todopoderoso líder de la Federación de Rusia.
El 9 de noviembre de 1989, de manera pacífica y sin derramar sangre o disparar un arma de fuego, la población alemana había derribado el Muro de Berlín. Pero eso solo significó el libre tránsito entre dos sectores de la ciudad dividida entre dos países. La RDA siguió existiendo hasta la reunificación que se produjo casi un año más tarde, el 3 de octubre de 1990.
En el interín, las autoridades de la Unión Soviética tuvieron que resignarse a ver cómo día a día Occidente les iba arrebatando de a pedazos la joya más simbólica entre sus países satélite.
En esos tiempos convulsos, la fría noche del 5 de diciembre de 1989, poco menos de un mes después de la caída del muro, una muchedumbre de unos 5000 manifestantes asaltó el cuartel de la Stasi en Dresden, y destruyó los archivos que durante cuatro décadas habían recogido minuciosamente información sobre las actividades de cada uno de los habitantes de la ciudad.
Luego, alrededor de la medianoche, algunos manifestantes enardecidos se dirigieron a la cercana oficina de la KGB. “El guardia que estaba en la puerta inmediatamente se retiró del edificio”, recordó en un documental de la cadena Mitteldeutscher Rundfunk uno de los miembros del grupo, Siegfried Dannath-Grabs.
Y entonces, quien apareció al frente del edificio fue el joven espía ruso, flaco y de poco cabello.
“Putin se acercó al grupo, en la puerta de la KGB, y habló en alemán fluido, pero con palabras firmes y concretas. Dijo sin dudar: ‘El terreno está muy bien custodiado por mis camaradas. Tienen armas. Si personas no autorizadas irrumpen en esta zona, entonces he dado la orden de disparar’”, recordó Dannath-Grabs. La advertencia logró intimidar finalmente al grupo.
La versión oficial de lo ocurrido aquella noche, contada por Putin en el libro En primera persona, tiene otros ingredientes.
Cuando vio lo que estaba sucediendo en los cuarteles de la Stasi, el entonces agente de la KGB llamó para solicitar protección de una unidad de tanques del Ejército Rojo con base en Dresden. Pero la respuesta fue un silencio devastador. “No podemos hacer nada sin órdenes de Moscú”, le respondieron del otro lado de la línea. “Y Moscú guardó silencio”, recordó Putin.
El espía con sueños de grandeza estaba viendo así en primera persona la caída de todo un imperio frente a turbas de manifestantes desarmados. Y él no era capaz de movilizar ni siquiera un tanque en su defensa.
“Putin quedó profundamente influenciado, tal vez incluso traumatizado, por el colapso de la Unión Soviética, a la que se ha referido como la mayor tragedia geopolítica del siglo XX”, recordó el doctor Dekleva. “Y ese sentimiento de debilidad, vergüenza y humillación de Rusia resuena fuertemente aún hoy en la mayoría de los rusos, incluso en aquellos que no necesariamente lo apoyan políticamente. Pero en el caso personal de Putin, aborrece la debilidad”, agregó el especialista que trabajó para la diplomacia norteamericana en Moscú.
Los fantasmas de Putin presidente
En este sentido, Dekleva señaló un detonante que avivó años más tarde el recuerdo de los días de la caída de la URSS en el hombre que gobierna Rusia desde hace casi un cuarto de siglo, pero que en sus primeros años se mostraba como un líder democrático, aliado de Occidente en la lucha contra el terrorismo.
En septiembre de 2001, pocos días después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el presidente Putin dio un histórico discurso en el Bundestag, en el que incluso, como un gesto de cercanía, fue el primer jefe de Estado extranjero en hablar públicamente en alemán a los legisladores alemanes.
“¡La Guerra Fría se acabó!”, dijo Putin con entusiasmo ante el parlamento de Berlín. “Hoy debemos decir que renunciamos a nuestros estereotipos y ambiciones, y que de ahora en adelante trabajaremos juntos por la seguridad de los pueblos de Europa y del mundo en su conjunto”, afirmó.
Pero Dekleva marcó que hubo luego un punto de quiebre en aquella búsqueda de la unidad continental en 2008, cuando las exrepúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania expresaron su deseo de unirse a la OTAN.
“El contraste entre el notable discurso de Putin en el Bundestag de 2001 y sus discursos desde febrero de 2022 es sorprendente. Su sensación de haber sido traicionado por la expansión de la OTAN hacia el este, especialmente en lo que respecta a Ucrania y Georgia, es fundamental para entender hoy su visión del mundo. Él vio eso como una nueva amenaza existencial para Rusia y para su proyección de grandeza y poder estatal”, comentó Dekleva a LA NACION.
El especialista concluyó: “De todas maneras, en realidad no pienso que Putin haya sido alguna vez un verdadero demócrata en el sentido occidental de la palabra. Siempre ha creído en su propio sentido de la fuerza, y nunca dejó de soñar con una Rusia fuerte frente a un orden potencialmente amenazador luego de la Guerra Fría”.
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