Por qué una de las ciudades más progresistas de Estados Unidos sigue teniendo problemas de racismo
MINNEAPOLIS.- La ciudad de Minneapolis está muy orgullosa de sus lagos cristalinos, sus vidriados rascacielos, sus impecables espacios verdes y una red de ciclovías comparable a la de Copenhague. Sus vecinos se consideran abiertos y cosmopolitas, amantes del multiculturalismo y seguidores del ejemplo de sus íconos progresistas, como Hubert Humphrey, Walter Mondale y Paul Wellstone.
La legislatura de la ciudad está integrada por 12 demócratas, un miembro del Partido Verde, y dos de sus integrantes son transgénero, ambos de raza negra. Además, hace años que Minneapolis hace una gran celebración popular con desfile incluido el 19 de junio, Día de la Libertad, también conocido como "Juneteenth", para conmemorar el fin de la esclavitud.
Pero cuando hablamos de la educación y del sistema de salud, en Minneapolis subsiste una impresionante brecha racial. La disparidad entre las familias negras y las familias blancas que acceden a la vivienda propia es de las más altas de Estados Unidos, y la policía de la ciudad, predominantemente blanca y acusada de prácticas racistas desde hace décadas, rara vez impone medidas disciplinarias a sus agentes con historiales comprometedores.
"Minneapolis cultiva esa reputación de ciudad progresista con medidas superficiales que generan la sensación de algo importante", dice Robert Lilligren, quien en 2001 se convirtió en el primer nativo norteamericano en integrar la legislatura. "Crean una comisión de derechos civiles, crean un comité civil de control de la policía, pero no les dan poder para modificar las políticas ni el sistema."
Ahora, después de varios días con sus noches de violencia, destrucción y represión feroz de la policía, Minneapolis enfrenta la hora de la vedad sobre su compleja identidad como ciudad.
Esta ciudad de 430.000 habitantes tiene detalles de sofisticación que seducen a los recién llegados: un envidiable paisaje gastronómico y artístico, una sólida comunidad empresaria y filantrópica, y una creciente diversidad alimentada por inmigrantes de Asía y África Oriental. En cierto sentido, Minneapolis vivía un florecimiento: una imán para quienes buscaban oportunidades de trabajo y de cultura en pleno Medio Oeste norteamericano.
Con un rango de industrias que van desde el cuidado de la salud, la agricultura y las finanzas, los vecinos de Minneapolis están inmensamente orgullosos de ser una de las ciudades que tiene más empresas per cápita en la lista Fortune 500.
Sus habitantes también se jactan de su hospitalidad: entre 1979 y 2018, la ciudad aceptó a 110.000 refugiados, un esfuerzo de relocalización realizado sobre todo por los servicios sociales católicos y luteranos.
Una ciudad de dos caras
Fue esa apertura de la ciudad a la diversidad y sus oportunidades de trabajo las que sedujeron a Orlando DeWalt, de 49 años, que se mudó a Minneapolis el año pasado desde su ciudad natal de East St. Louis, Illinois.
"Tiene toda esa mezcla de culturas, de diferentes gastronomías, y un buen sistema escolar", dice DeWalt.
DeWalt dice estar contento de ver que hay blancos luchando junto a los negros por una reforma de la policía, y que cuando perdió su billetera en un local de Walmart, el blanco que la encontró y se la devolvió no quiso aceptar la recompensa que le ofreció como agradecimiento.
Sin embargo, la ciudad también fue telón de fondo de la atroz escena del Día de los Caídos, cuando un policía blanco le aplastó el cuello con la rodilla a un hombre negro, George Floyd, durante nueve minutos, hasta matarlo. La furia de las protestas desbordó las fronteras de la ciudad hacia todo Estados Unidos, y el policía Derek Chauvin está acusado de asesinato en tercer grado.
"La ciudad tiene sus cosas geniales, y otras que no", dice Betsy Hodges, exalcaldesa de Minneapolis. "Pero también es una ciudad con graves problemas, sobre todo de racismo." Hodges es blanca, y en 2016 dedicó su discurso anual frente a la legislatura al tema de las preocupantes contradicciones de la ciudad.
El actual alcalde, Jacob Frey, asumió en 2018 con la promesa de reparar el lazo entre la policía y la comunidad después de dos casos fatales de violencia policial. Menos de 24 horas después del asesinato de Floyd, el alcalde Frey, abogado de derechos civiles, denunció rápidamente a los oficiales involucrados. "Ser negro no debería ser una sentencia de muerte en Estados Unidos", dijo Frey. "Creo en lo que vi, y lo que vi está mal desde todo punto de vista."
Frey también había presentado planes para solucionar la falta de vivienda, consecuencia del crecimiento poblacional de la ciudad: desde la década de 1990, Minnesota ha sido un imán para inmigrantes de Somalia, Camboya, Etiopía, Laos y México. Según datos del censo, en Minneapolis hay un 60% de blanco, un 20% de negros, un 10% de latinos, y un 6% de asiáticos.
Pero el legado de discriminación policial contra la gente de color persiste, y hasta los orgullosos oriundos de la ciudad reconocen que debajo de esa máscara amigable se esconden prejuicios muy arraigados.
Es muy común escuchar a los vecinos diciendo que aman la ciudad, y en la misma oración agregan que se sienten inseguros y amenazados por su raza, etnia o religión.
"Es racismo con una sonrisa", dice Leila Ali, de 42 años, una inmigrante somalí que vive en Minneapolis desde 1998.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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