Un enigma gigantesco que Nixon ya trató de descifrar en 1972
Antecedente: el presidente republicano se acercó a China para alejarla de la URSS; hoy, la estrategia es menos arriesgada, pero igual de difícil.
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Ya se lo había dicho André Malraux a Richard Nixon antes del viaje de éste a Pekín: "El objetivo de China es China". Y la frase del escritor francés, una de las máximas autoridades en el asunto por aquel entonces -y confeso admirador de Mao Tse-tung-, todavía puede aplicarse.
* * *
La neblina envolvía la base Andrews de la fuerza aérea en Maryland y el piloto contuvo la respiración por enésima vez antes de aterrizar el enorme avión azul y blanco con el sello presidencial, ese 26 de octubre de 1971. Sólo cuando el asesor en asuntos extranjeros del presidente Richard Nixon, Henry Kissinger, descendió junto con su comitiva, recobró el aliento.
Demasiada adrenalina para tan pocos días, en los que la nave surcó por treinta y tantas horas el cielo ida y vuelta a Pekín, donde el "hombre invisible" de Nixon se entrevistó por segunda vez con el primer ministro chino, el septuagenario Chou En-lai. ¿El motivo? Ensayar un viaje idéntico al que el presidente del país más importante de Occidente haría por vez primera a la nación más poblada del hemisferio oriental y fijar la fecha: del 21 al 28 de febrero de 1972.
Hoy, 25 de junio de 1998, Bill Clinton será el primer presidente norteamericano que pise suelo chino desde aquel junio de 1989 de la masacre de Tiananmen. Pero, para muchos, históricamente su misión es menos arriesgada, si se compara con el puente que Nixon tendió en su tiempo, a través de miles de kilómetros y 22 años de hostilidad.
Colisión incontrolable
El viaje de Nixon era una promesa hecha a la China comunista, pero fijar su fecha fue la parte más difícil, en medio de una tormenta de críticas de la Unión Soviética a ese acercamiento y en un contexto de guerra fría delicado. Para desmalezar el camino, entonces, marchó Kissinger. Nixon acababa de dar a conocer sus mayores preocupaciones: la Guerra de Vietnam, el riesgo de una "colisión incontrolable" con la Unión Soviética en Medio Oriente, remontar su propia economía y una China continental cada vez más poderosa.
Y vio en la invitación de Chou En-lai -durante un viaje secreto de Kissinger en julio- la oportunidad de "tratar de normalizar las relaciones entre ambas potencias", ya que, como explicó: "No podemos ignorar a mil millones de personas".
China Roja en la UN
El momento era el ideal: aprovechar que chinos y soviéticos estaban divididos entre sí para acercarse. Chou En-lai, por su parte, había confesado que esperaba impacientemente a Nixon para "definir el papel de los Estados Unidos, la Unión Soviética y Japón", que se cernían sobre sus fronteras. No pretendía olvidar "los veinte años de bloqueo norteamericano", pero estaba dispuesto a saltar hacia adelante.
"No espero que los asuntos se arreglen de golpe -dijo en una entrevista publicada por La Nación -, pero sí encontrar el punto de partida para la solución." Sólo un tema quedó fuera de la discusión, el de Vietnam, sobre el cual el chino fue terminante: respaldaría a los "opositores del imperialismo" hasta el final.
Y si ese 26 de octubre fue memorable para el pueblo comunista chino, no se debió a la visita de Kissinger, que muy poco los había afectado (a lo sumo, lograron divertirse rodeándolo de enormes carteles que éste no comprendió, en los que se arengaba al pueblo a derrotar al "imperialismo agresor y a sus perros secuaces"). Ese día, tras un duro debate, los miembros de las Naciones Unidas (UN) no sólo admitieron entre sus filas a los comunistas de Mao Tse-tung y los incluyeron entre los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, sino que "por fin" se expulsó a Formosa -Taiwan-, allí desde 1946, pese a la moción norteamericana de que las dos Chinas estuvieran representadas.
Lo extraordinario del viaje de Nixon, entonces, era que por primera vez un presidente norteamericano visitaría ese país, donde ni siquiera existía una sede diplomática de los Estados Unidos. Las relaciones se habían reducido a la "política del ping-pong", y era más probable que entraran en ambos países los seleccionados de ese deporte que los acreditados representantes diplomáticos.
La falta de comunicación era tal que el embajador norteamericano ante la UN, George Bush, se quejó de no disponer de una bandera de la República Comunista China para hacer ondear en la sede internacional.
Largos preparativos
Los prolegómenos del viaje fueron largos, agotadores. Tanto que cuando por fin Nixon pisó Pekín, los ojos del mundo ya parpadeaban agotados.
En el medio, el secretario del Partido Comunista Soviético, Nikolai Podgorny, se mostró temeroso de que entre los Estados Unidos y China se llegara a un acuerdo acerca de Vietnam, y se los dejara afuera. "China es un peligro para la paz del mundo", dijo. Por lo que hubo que realizar poco después un viaje a la Unión Soviética.
La agenda de temas también fue ampliamente discutida. Como su par chino, Nixon reconoció que su misión sería realista: "No nos hacemos la ilusión de que veinte años de hostilidad serán barridos con una semana de conversación", advirtió poco antes de partir junto a su esposa, Pat.
Cuando el Spirit of ´76 aterrizó en Pekín, una comitiva silenciosa lo esperaba junto a Chou En-lai, otros notables militares y un pueblo indiferente que prefirió gozar del suave sol invernal en los parques del Palacio de Verano antes que ir a verlo. "El objetivo de China...", resonaba la voz de Malraux en la cabeza de Nixon. Pocas personas había en el aeropuerto -la mayoría, periodistas-, contra las casi 300.000 que poco tiempo atrás habían aclamado al emperador etíope Helia Selassie. La recepción duró doce minutos. No hubo discursos.
China demostraba que Occidente le importaba poco. "Somos un enigma para ellos, y ellos para nosotros", hubo de admitir Nixon a su regreso.
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