Un estilo negociador que deja a todas las partes sin nada
A todo o nada. La decisión de Donald Trump de dar un portazo y cancelar la cumbre con Kim Jong-un refleja su visión de la realidad como un juego de "suma cero", donde las concesiones son derrotas, y cualquier acuerdo fuera de sus términos es malo. Para Trump, suelen ser sus términos o ningún término. Todo o nada.
Esa línea se ve, sobre todo, en algunas de sus decisiones más emblemáticas de política exterior, como abandonar el pacto nuclear de Irán -a contramano de los aliados europeos- o redefinir los lazos comerciales de Estados Unidos con el resto del mundo, dejando o renegociando acuerdos, o imponiendo o amenazando con tarifas. Ahora fue el turno de Corea del Norte.
"Para Corea del Norte, Irán y el comercio con China, la administración de Trump tendrá que decidir entre lo que quiere y lo que es posible. La política exterior de 'todo o nada' conducirá a tácticas diplomáticas fallidas, o, lo que es peor, a un conflicto", indicó Richard Haas, del Consejo de Relaciones Exteriores.
Trump, que se vendió en la campaña como un habilidoso negociador, ha roto más acuerdos de los que ha forjado desde que llegó a la Casa Blanca. Poco permeable a hacer concesiones -China es, por ahora, la gran excepción-, Trump ha insistido en imponer condiciones que calcen dentro de lo que para él sea "ganar". En ese esquema de pensamiento, romper o dejar en vilo un acuerdo es mejor que firmar o preservar un mal acuerdo, aun cuando sea perfectible, como, por ejemplo, el acuerdo nuclear de Irán. No es una filosofía afín a la diplomacia, el arte de lo posible.
Trump, ansioso por un acuerdo histórico que lo elevara a candidato al Nobel de la Paz, y los "halcones" de su gobierno querían la desnuclearización total de Corea del Norte. Nada más y nada menos. Era una meta ambiciosa, que pocos creían que Kim estuviera dispuesto a aceptar. El asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, puso el modelo sobre la mesa: Libia.
Pyongyang -que había cedido a la campaña de "máxima presión", se había acercado a Seúl, había liberado tres rehenes norteamericanos y dado el primer paso para desmantelar sus instalaciones nucleares- cambió el tono. Impuso silencio, amenazó con abrirse de la cumbre. Bill Richardson, una de las voces más escuchadas en Washington sobre la península, minimizó esta ambivalencia de Kim: era una táctica de negociación del Norte. Una forma de buscar concesiones.
Pero Trump pareció anticipar que sus deseos quedarían a mitad de camino. Recurrió entonces a una táctica plasmada en El arte de la negociación, su libro más famoso: "Sepa cuándo levantarse de la mesa". Su decisión echó por la borda, por ahora, una oportunidad única, elevando los riesgos en la península y poniendo distancia entre Washington y Pyongyang. Trump tenía dos acuerdos nucleares en la mano, uno con Irán, por perfeccionar, y otro con Corea del Norte, por negociar y cerrar. Ahora no tiene ninguno.
"¿Dónde nos deja eso? Corea del Norte sin dudas ahora tiene medido a nuestro presidente, y descubrió que es un socio negociador totalmente poco confiable", señaló en Twitter Frank Jannuzi, experto en Asia. Pyongyang, anticipó, no volverá a retomar las discusiones "fácilmente".
La decisión muestra también, quizás, el rasgo más saliente de Trump: su imprevisibilidad. Antenoche, Trump seguía hablando de la cumbre y de que aspiraba a una desnuclearización "inmediata". Ayer por la mañana dictó la carta del portazo. Después le avisó a Moon Jae-in, el presidente de Corea del Sur, quien dos días antes había estado con él en la Casa Blanca. Atónito, Moon convocó de emergencia a su gabinete de seguridad al filo de la medianoche, y reconoció haber quedado "muy perplejo".
Lejos de cerrar la puerta, Trump dijo en el transcurso de horas que cancelaba la cumbre, que era un "revés" y una gran oportunidad perdida, y luego que "tal vez" era "posible" que se hiciera y que esperaba que Kim lo llamara o le escribiera para tener charlas constructivas. Fiel a su estilo, aunque no dé resultados.
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