A diez años del fin de Los Soprano, lo mejor de una serie bisagra
Repasamos los puntos más altos de esa gran serie televisiva
Todo comenzó con Los Soprano. La gran renovación que atraviesan las series en la actualidad se desencadenó a partir de esa visceral saga familiar centrada en el personaje del recordadoJames Gandolfini . Por ese motivo y a diez años de su final, repasamos los puntos más altos de esa historia y la importancia de su legado.
David Chase, el gran responsable
De joven y sometido a la estricta rutina de un campamento militar, David Chase descubrió a Jack Kerouac y su imprescindible En el camino. Los viajes del novelista junto a Neal Cassady llevaron al futuro autor a pensar que podría gustarle dedicarse profesionalmente a la escritura. Con el tiempo, esa vocación se unió a un amor incondicional por el cine y así comenzó una carrera como guionista. David con el tiempo empezó a trabajar en televisión y allí conoció a Stephen Cannell, escritor y productor clave de la industria. Junto a él, David participó en The Rockford Files, una popular serie setentosa hermana directa de otras historias de policías, investigadores y abogados como Kojak, Baretta o incluso la gran Petrocelli. Por otra parte, Chase también escribió para dos ficciones que revitalizaron la televisión: Kolchack y Northern Exposure, y si bien a ambas las separan 16 años de distancia (la primera es de 1974, la segunda de 1990), las dos son muy recordadas por las rupturas que introdujeron.
En los noventa y luego de varios proyectos fallidos, Chase comienza a idear una historia centrada en un jefe mafioso y la difícil relación que mantenía con su madre (basada en la experiencia del propio guionista, cuya madre llegó a decirle que prefería verlo muerto cuando él se negó a ir a la guerra de Vietnam). Primero, David pensó el proyecto para cine con Robert Redford y Anne Bancroft como protagonistas pero eso no prosperó. Entonces, reformuló la idea pero con la televisión en mente, y luego de recibir la negativa de varias cadenas tradicionales, HBO (que estaba buscando producir ficciones más arriesgadas) aceptó llevar adelante el proyecto. Así, el 10 de enero de 1999 se emitió el primer episodio de Los Soprano.
El enorme James Gandolfini
En una entrevista concedida el año pasado en el festival francés Series Mania, Chase resumió a la perfección la sensibilidad que podía plasmar James Gandolfini en su construcción como Tony Soprano. En esa oportunidad, el escritor dijo que la mirada del actor “no era ni negativa ni cínica ni oscura… quizá melancólica”. La impecable actuación de Gandolfini, que ensambló un personaje enorme como un oso, capaz de oscilar entre la violencia más brutal y la angustia más conmovedora, le valió al actor convertirse en el referente ineludible de un nuevo tipo de protagonista televisivo. El espectador aprendía a querer a Tony, se apiadaba de él y festejaba todas y cada una de las veces que conseguía escapar del FBI o que mataba al miembro de una familia rival. De esa forma nacía esta idea del fan empatizando con el villano de la historia.
Tony Soprano es el padre directo de actuales íconos televisivos como Walter White, Dexter o Frank Underwood, y sin ese mafioso la televisión seguiría presentando en el centro de la acción a quijotescos héroes entregados al deber. Y Tony Soprano no dudó en salpicarse de barro y sangre para conseguir el éxito, y con él arrastró a una generación de televidentes que no pudieron más que fascinarse ante su imponente figura.
Cuando la tele mira al cine
Un rasgo que indudablemente hizo de Los Soprano una serie con identidad propia, fue la relación que mantuvo con el cine. Visto a la distancia, Chase parece un autor bastardo que lejos de heredar un lenguaje televisivo encontraba solo en los héroes del cine (que podían ir desde los estoicos cowboys de John Wayne hasta talentosos directores como Peter Bogdanovich) a los únicos guías posibles. De esa manera y siempre con un ojo puesto en sus ídolos de la pantalla grande, David estableció distintas formas a través de las cuáles su serie buscó incansablemente una filiación con el cine.
En primer lugar en Los Soprano aparece una cuidada puesta en escena que poco tiene que ver con la estética de cualquier ficción televisiva. Lejos de limitarse a hacer un uso de cámara “invisible”, David Chase buscaba que esa herramienta cumpliera una función dramática, ya que para ilustrar la brutal violencia del mundo en el que se desenvolvían esos personajes (o los abismos depresivos que desbordaban a su protagonista), la cámara debía ser un recurso valioso y la puesta en escena necesitaba contar eso que el diálogo no quería explicitarle al espectador. Chase entendía que la cámara no tenía que estar encima de los personajes todo el tiempo, sino que debía ocupar un lugar que fuera funcional al drama. Y la importancia del silencio y de los no diálogos también fueron claves en esa construcción.
En una entrevista con la guionista Semi Chellas, Matthew Weiner (creador de Mad Men y, antes de eso, miembro del equipo de guionistas de Los Soprano), dijo: "Hay muchísima gente que al principio de una historia te dice que el personaje está hastiado, y empieza a contarte un montón de cosas sobre su hastío (…) pero en realidad, con un solo plano basta para explicarle al público que el personaje está hastiado, y me refiero a estar hastiado de su vida entera. Eso lo hacían en Los Soprano: cuando se suponía que Tony quería mantener un perfil bajo, mostraban un plano de él en el que aparecía en las escaleras mecánicas de un centro comercial”. Esa forma que destaca Weiner de mostrar el universo emocional del protagonista, es herencia del cine y no de la tele.
Por otra parte, Los Soprano también se vincula con el cine mediante la relación explícita entre el grupo de mafiosos y su obsesión con la imagen que tienen en la pantalla grande, valga la redundancia, los mafiosos. Desde la citas más evidentes a la saga de El Padrino, hasta la obsesión de Tony por Edward G. Robinson y el cine de gángsters de los treinta (que presentaba una idealizada imagen de los fascinerosos), los protagonistas de Los Soprano miran con sincera admiración las ficciones que muestran el mundo en el que viven.
A lo largo de la serie, Tony insiste con su obsesión por ser un hombre en la línea de Gary Cooper (“del tipo fuerte y silencioso”, como repite varias veces), pero la necesidad por doblegarse en el diván frente a los empujones de su psique herida lo convierte en un personaje rabiosamente moderno, frustrado ante la imposibilidad por ser un unidimensional gángster del Hollywood clásico. En ese sentido, y a través de un personaje angustiado porque no puede ser como sus héroes de la pantalla grande, Chase pareciera aceptar una frustración propia: la de haber querido ser un director cinematográfico que debió conformarse con la televisión. Y esa que parece la resignación de un escritor, es en realidad la consagración de un autor televisivo que supo trasladar los códigos del cine a la pantalla pequeña, enalteciéndola y dándole un significado que jamás podría haber logrado en otro medio.
Un final perfecto (ojo, hay spoiler)
Es injusto reducir una historia a su final, porque en los buenos relatos no importa tanto el cierre sino más bien el “durante”. Pero en Los Soprano indefectiblemente había mucha especulación con respecto a qué sucedería con el protagonista en el último episodio. ¿Moriría a manos de familias enemigas o sería finalmente atrapado por el FBI? Porque una conclusión era evidente: Tony jamás cambiaría su vida y su convicción por seguir el camino de la ilegalidad, sólo podía traerle consecuencias funestas… ¿o no? Y la respuesta de David Chase fue “puede que sí, puede que no”.
En una nota con el crítico Elvis Mitchell, David Lynch dijo que le gustaba presentar al público obras que fueran rompecabezas que pudieran armarse de distintos modos. De esa manera, un relato no tenía que ser necesariamente lineal, sino que debía ser libre a la interpretación del espectador (y sino ahí tienen la última temporada de Twin Peaks ). Con el final de su serie, David Chase planteó exactamente lo mismo. Durante una cena familiar en un restaurant muy común y llamativamente alejado de los lujosos sitios que supo frecuentar la familia, una sucesión de imágenes dan cuenta de un posible atentado contra el mafioso, aunque nada de eso se concreta y Chase termina su ficción con un gran fundido a negro.
Al día de hoy, el guionista sigue firme en su postura de no contar qué pasó con Tony, y ahí radicó el encanto de ese cierre perfecto. El autor eligió una conclusión que fue un regalo para sus espectadores porque sabía que luego de tantos años, ése personaje ya le pertenecía a su público. Nadie sabrá nunca si efectivamente Soprano murió o vivió, si todo fue una construcción de su sensibilidad paranoide o si efectivamente esas personas sospechosas estaban a un paso de matarlo. Y como un gato de Schrodinger televisivo, Tony fue encerrado en una caja (¿boba?) para mantenerse vivo y muerto a la vez.
Los Soprano hizo escuela
Los Soprano cambió la manera de entender la ficción televisiva, y su aporte fue tan decisivo que es imposible desvincularla de muchos éxitos contemporáneos. Desde cuestiones casi anecdóticas como mostrar el sexo y la violencia desde un lugar mucho más crudo, hasta otras ideas más interesantes como poner en el centro de la acción a un personaje que condensaba en el diván todos sus problemas. Y ese recurso es el gran aporte de esta serie no solo porque introdujo la terapia como un gatillo narrativo excepcional, sino porque desde ese lugar Chase podía mostrar la verdadera esencia de su protagonista (el plano inconsciente de Tony, sus sueños y la importancia que tiene para la historia su mundo onírico, era hasta ese momento algo poco frecuente en la tele).
El legado de la serie entonces no tiene que ver con que a partir de Los Soprano florecieron los terapeutas televisivos (algo que igualmente sí sucedió), sino que Chase demostró que la pantalla chica necesitaba romper moldes, y a partir de su serie los límites televisivos se revelaron como estructuras endebles que podían desarmarse frente a las buenas ideas de un guionista.
Los Soprano demostró que la tele bien podía ser la plataforma para contar sagas más oscuras que las tradicionales, y de formas mucho más arriesgadas. Y gracias a ella, experimentos como The Wire, The Leftovers, Breaking Bad, Carnivale, In Treatment, Taboo o True Detective no hubieran existido, porque Los Soprano rompió un molde y llevó a la tele a convertirse en el refugio desde el cual muchos arriesgan historias que, inexplicablemente, hoy parecieran no tener cabida en el cine
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