Baryshnikov: "Soy el sonido que danzo"
En diálogo con La Nación , el gran bailarín ruso anticipa cómo serán sus nuevas presentaciones porteñas, del 7 al 10 del mes próximo, en el Teatro Colón.
Alos 50 años, que cumplió el 26 de enero último, Mikhail Baryshnikov no cesa de buscar nuevos incentivos en la mayor expresión en su vida, la danza. En 1993, el público argentino tuvo oportunidad de verlo por segunda vez. La primera fue en 1979, pero en la última visita vino con algo muy diferente y aparentemente inesperado para quien fue considerado una de las figuras más grandes del ballet de todas las épocas.
Con el "White Oak Project", junto a un grupo de bailarines, desarrolló un programa compuesto exclusivamente por obras de danza contemporánea, que es lo que le interesa actualmente. Sobre esta base será el programa que presentará en el Teatro Colón el 7 del mes próximo, a las 20.30; el 8, a las 17, y el 10, a la misma hora que el debut.
De su fenomenal técnica y del grandioso arte que traducía como virtuoso en un repertorio que lo llevó al sitial más alto entre los dioses del Olimpo clásico, Baryshnikov pasó a una vía donde la bravura no está implícita. Dijo basta a "Giselle", a "Don Quijote" y a todo aquello que provocaba furor por el fuego y maestría de su escuela. Se dirigió, sin dudarlo, hacia lo que deseaba, nunca más en hitos de un vocabulario que como pocos él desplegó, si no en uno que renovara su impulso y curiosidad. Por eso, se dedicó de lleno a la danza contemporánea, con las mismas ganas e igual perfeccionismo que siempre extrajo de la clásica.
Para Baryshnikov, los desafíos son parte de la vida diaria y materia inherente a su personalidad. En casos, los hubo más grandes, pero Baryshnikov nunca tuvo temor a lo nuevo ni a lo desconocido. Incluso a ser menos apreciado por un público que lo idolatró por su increíble potencial académico. Así como su mente es amplia, abierta y lanzada, espera que los demás sientan lo mismo y que sus propuestas les resulten a los espectadores tan interesantes como lo son para él. Si no es así, no es su problema. Sigue siendo el mismo gran artista mostrando otras facetas.
Mucho de esto se verá en el Colón en un programa de solos. Ningún grupo ni otro bailarín lo acompañará. Llevar sobre las espaldas el peso de toda una función no es fácil. Menos, para un bailarín, para quien el cuerpo es su instrumento. Encarar este tipo de programas, que comenzó en enero último, es otro de los desafíos a los que se lanzó Baryshnikov, reconociendo las reglas del juego. Resistencia, coraje y probar que a su edad, con un cuerpo que ha sufrido innumerables lesiones, propias de su profesión, tiene el arte intacto como para seguir cautivando a la audiencia.
Aquí, su espectáculo "An Evening of Music and Dance", junto al White Oak Chamber Ensamble en vivo, integrado por el violista David J. Bursack, los violinistas Conrad Harris y Jennifer Frautschi, el chelista Adam Grabois y el pianista Pedja Muzijevic, incluye obras de líneas contemporáneas, como "Tryst", de Kraig Patterson, música de Bach sobre un concierto para oboe de Alessandro Marcello, y "HeartBeat:mb", concepción y diseño sonoro de Christopher Janney y música adicional de Samuel Barber, con dirección coreográfica de Sara Rudner, o sobre una danza tradicional japonesa, como "Dance with Three Drums and Flute", de Tamasaburo Bando, con partitura de Rosen Tousha, hasta el luminoso neoclasicismo de "Other Dances" y "A Suite of Dances", sobre composiciones de Chopin y de Bach, respectivamente, en el fragmento que Misha titula "In memorian a Jerome Robbins", autor de ambas obras, recientemente fallecido.
En la línea
Por teléfono, que atiende personalmente, la voz de Baryshnikov suena cálida, decidida y en su perfecto inglés aún acentúa las erres como ocurre en su idioma, el ruso.
En el programa que trae a Buenos Aires figuran dos obras de Robbins, a quien Baryshnikov quiere recordar a través de creaciones que hace años realizó para él.
Una es "Other Dances", que el artista bailó aquí cuando vino en 1979. Se trata de un dúo (en aquella oportunidad su partenaire fue Patricia McBride) con variaciones del hombre y de la mujer. En este caso, Misha hará solamente sus partes, ya que no tiene acompañante.
"Son dos cortas piezas que significan mi simple tributo a ese grande. "Other Dances" fue la primera obra en la que trabajamos juntos y la montó en 1977 o 1978, no recuerdo bien. La estrenamos con Natalia Makarova en una gala en la Metropolitan Opera House. En cuanto a "A Suite of Dances", haré la sarabanda. Fue la última obra que hice de él. Hay una ligazón entre ambas, ya que las dos son con piano, con el instrumentista en vivo y las elegí porque creo que se combinan bien. Son coreografías que conozco muy íntimamente, porque fueron creadas para mí. Siento que son muy Jerry Robbins y que reflejan mucho de lo que es su estilo coreográfico".
-¿Qué recuerdos tiene del año en el que integró el New York City Ballet, cuyo repertorio se basa en obras de Balanchine y Robbins?
-Fue una experiencia maravillosa trabajar con esos creadores. Muy diferente, por supuesto, de lo que era mi anterior compañía, el American Ballet Theatre. Los elencos tenían diferentes rumbos e intereses. El New York City Ballet era menos comercial, había un especial cuidado en que privara la obra antes que el estrellato. Fueron tiempos fascinantes, porque me adentré en la escuela, en estilos que deseaba profundamente conocer desde el interior. Balanchine y Robbins fueron los últimos magos de la danza contemporánea.
No hablo del estilo moderno: en ese sentido tenemos a un Merce Cunningham. Me refiero a que Jerry fue el último genio que manifestó nuestro siglo en el mundo del espectáculo en todo su espectro. Su versatilidad era tal que iba de la comedia musical, como "West Side Story", pasando por obras de neoclásicas con acento tradicional, como "Dances at a Gathering", hasta las muy experimentales, como "Watermill". Y en todo, un perfeccionista. Yo no tuve problemas porque lo conocía muy bien, pero sé que a veces era un poco rudo porque deseaba que la gente hiciera exactamente lo que pedía, y en esto era inflexible. No permitía que se cambiara el mínimo detalle. Era muy directo; no había un acercamiento sentimental entre él y los bailarines. Decía lo que quería y punto, sin vueltas. Balanchine era muy distinto, porque iba creando en el momento, con toda la gente alrededor, sorprendiendo a cada instante con su inventiva. Se disfrutaba mucho, era una diversión ver qué imaginaba en el siguiente fragmento. Hacía el trabajo más fácil.
Baryshnikov tiene avidez por todo aquello que lo impulsa y es nuevo para su cuerpo, que se adapta a cualquier estilo. Al minimalismo, por ejemplo, pequeños pasos, siempre los mismos, que en su acumulación producen el impacto y la intensidad. Hasta bromea diciendo que se baila menos, pero se atesora más. "Con 50 años, hacer danza moderna es una manera de sobrevivir. Sin embargo, siempre bailo a full, pero he eliminado todo lo que no es esencial. Cuando hacía clásico, si un día hacía diez piruetas, al siguiente quería veinte, o me impulsaban a más porque podía quizá llegar a hacerlo. La juventud da brío y permite que se pruebe todo. La experiencia hace que, de manera natural, se vaya dejando de lado aquello que no es indispensable. Hoy me interesa una caminata, un gesto, una mirada, cosas que a veces son la concentración de lo que esa obra quiere decir. La danza no se divide, es una sola y no es mejor o menor porque sea clásica o moderna."
-Lo que más ha llamado la atención de su programa de solos es "HeartBeat:mb", cuyo título significa latido del corazón, al que se agregan la iniciales de su nombre. ¿Por qué?
-Es una idea del diseñador de sonido Christopher Janney, que tuvo la concepción de colocar un dispositivo sobre mi corazón y cabeza para que se escuchen mis latidos. Así, bailo al ritmo del bum-bum. Según los movimientos, más rápidos o lentos, cambia mi "música" interna. Es mi propio corazón el que se oye, de ahí mis iniciales, ya que soy yo y mi sonido. Sara Rudner hizo la dirección coreográfica y cierto diseño de los pasos que le parecieron apropiados, pero en cada función improviso. Hago los movimientos que siento que son más parte de mí. Cuando uno baila una coreografía de otro autor, el cuerpo asimila e introduce ese estilo. Aquí deseé que sólo fueran los pasos que tradujeran mi manera de moverme. Aunque el corazón rige la vida, aunque se lo alíe con ideas románticas y el amor, nada de esto inspira la obra. Nunca me asustó la muerte ni pienso en eso. Me inquieté un poco cuando hace tiempo me dijeron que los bailarines, por el esfuerzo que exigimos constantemente al corazón, podemos padecer arritmia. Cuando me hice un control y verificaron que estaba perfecto, me olvidé. La obra tampoco tiene que ver con los sentimientos y la pasión que se suponen se generan en el corazón. "HeartBeat" es mi cuerpo traduciendo al desnudo lo que late en mi interior. Hasta yo me asombré al saber que cuando voy a más velocidad o hago mayor fuerza, llego a 120 pulsaciones por minuto.
-¿Está acostumbrado a improvisar?
-Mi primera aproximación con esto fue cuando comencé a trabajar con Twyla Tharp. La libertad que me daba probando diferentes cosas y observando qué íbamos descubriendo fue mi inicio. Me fascinó. Después, también desarrollé la improvisación con Sara Rudner, Dana Reitz y Trisha Brown, coreógrafas que experimentan mucho en la búsqueda de distintas cualidades, dinámicas y calidades del movimiento.
Actualmente, sólo le importan aquellos creadores que estén en proyectos diferentes, innovadores. De los europeos, le agradan Jiri Kylián, Maguy Marin, William Forsythe; también algunos de Francia y Holanda. Ya no trabaja con Twyla Tharp porque "ella está montando la mayoría de sus obras en compañías de ballet". Hay un dejo de desilusión en su voz: a esta altura, Baryshnikov ni quiere oír hablar de clásico, y Tharp fue seguramente una de las personas que más lo entusiasmó para hacer otro estilo.
Misha se dio un nuevo gusto. "Es la primera vez que puedo hacer un programa completo de solos. Ahora me lo permito y quiero hacerlo. También, porque es una manera de volver al tipo de recitales solistas que realizaban los pioneros de la danza moderna, como Erik Hawkins. No es una cuestión del momento. Ya estamos preparando un programa con nuevas obras de Mark Morris y de otros coreógrafos. Estar sobre el escenario es maravilloso, pero lo que más me gusta es el trabajo en el estudio. Allí, cuando empiezo a probar cosas, donde se transpira y se deja volar la imaginación, en eso que es la cocina de lo que luego será una función, es donde disfruto plenamente. Son los momentos más felices. El trabajo es vida. Cuando pasé por períodos de tristeza o desánimo, por suerte tuve mucho trabajo, y eso me ayudó a no pensar y a salir a flote. Concentrarme en lo que hago, bailar, es el mejor antídoto para cualquier nube."
Bailar. Lo que hizo siempre, lo que le dio la garra para buscar su libertad, el arte que le demostró que el mundo no tiene fronteras. Las traspasó todas. No le alcanza el tiempo para hacer todo lo que desearía, como seguir experimentando y ponerle el pecho a nuevas metas. También sabe lo que no quiere: "No volveré a San Petersburgo. Allá, todo fue dolor. No hay ninguna razón para que regrese". Si desea darse algún placer, entonces encenderá un cigarro, que de vez en cuando paladea, y seguirá pensando en los mil planes que tiene para un horizonte sin fin.
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