
Brillo de estrellas en un excelente programa
Ballet del Teatro Colón con la participación de los artistas invitados Julio Bocca, Eleonora Cassano y Carlos Acosta. Director de la Orquesta Estable: Carlos Calleja. Directora del Ballet Estable: Raquel Rossetti. Teatro Colón.
En este programa, uno de los dos mixtos que se verán en estos días y que conforman el segundo ciclo de funciones del Ballet del Colón de la temporada, se conjugaron la emoción, la gran danza y el cuidado criterio para elegir las obras. Todo tuvo picos de atención y la variedad de estilos fue otro de los atractivos. Es la confirmación de que esta compañía está en condiciones óptimas para adaptarse a las exigencias y creatividad de cualquier coreógrafo. Sobre todo, por la muy maleable preparación de sus integrantes, a los que se vio exultantes, con solidez técnica y enorme entrega.
Y éste es un programa (que se verá el 16 y el 17) donde se luce a full. Lástima que no se los puede ver más seguido habida cuenta de que hay un público de ballet que podría estar presente de continuo en espectáculos de esta categoría y con artistas invitados del calibre de Julio Bocca yEleonora Cassano y del hasta ahora desconocido aquí Carlos Acosta.
Desde el vamos, al abrirse el telón en "Paquita", deslumbra la escenografía y luego, con al aparición del cuerpo de baile femenino, el vestuario, nuevo, de José Luciano Varona, de aires hispanos. Esta obra contiene el espíritu clásico en las variaciones de las mujeres, todas de muy difícil ejecución, y el brillo de academismo aunado a la picardía de España (donde se ubica la acción). Es una de esas coreografías donde se puede apreciar la buena coordinación y homogeneidad de un cuerpo de baile (en este caso, sólo de mujeres) y las aptitudes solistas, porque en cuatro variaciones, bailarinas que no son la protagonista hacen mucho como para llegar a serlo. En tanto, también está la pareja principal, con el consabido pas de deux, y un trío, con dos chicas y un varón. El resultado es luminoso y excelente en las variaciones de Silvina Perillo, una bailarina que está para primera figura por su segurísima técnica y vibrante personalidad; las muy jovencitas Silvina Vaccarelli yMaría Laura Matienzo, y la línea y perfecta disposición en la cadena de piruetas de Lourdes Arteaga. El pas de trois (con sus respectivas variaciones solistas) fue muy fresco y con buena técnica por parte de Adriana Alventosa, Lila Flores y Omar Urraspuro, muy bien éste en la batería.
Carlos Acosta conquistó con un tecnicismo de bravura que conjuga el purismo de una gran escuela, la cubana, donde este joven, de 24 años, ahora principal de l Ballet de Houston, estudió. No sólo deslumbra con los grandes pasos, el vuelo de sus saltos, el vértigo de los giros y el puntillismo de la batterie, sino también por el porte, la precisión en los cierres y la ligazón de los fraseos: fue deslumbrante. Gabriela Alberti, la protagonista, da elegancia a su parte, aunque debe lanzar más la interpretación.
Otra sorpresa fue la nueva pareja que interpretó "Adagietto", de Oscar Aráiz. MaricelDe Mitri yJorge Amarante, ella dulce, apasionada, dúctil; él, envolvente, intenso, potente, plasmaron en este dúo devoción y musicalidad. Tal como el coreógrafo imagina a los enamorados en todos los matices de su sentimiento, que es, en realidad, un sublime abrazo a la sensibilidad, muy acorde con el espíritu de la música, el "Adagietto", de Mahler.
De la alegría a las sombras
En coreografías muy distintas, el regreso de JulioBocca y de Eleonora Cassano significa el relieve indispensable. "Other dances", en el boceto genial de Jerome Robbins, toma partituras para piano de Chopin que inspiran a una pareja en sus evoluciones. Del dúo sobresalen el encantamiento mutuo, la complicidad, la alegría de la danza por la danza y la música en sí. En las variaciones surgen matices de aires típicos, donde cada cual da su gracia y sus rasgos a la mazurka de manera muy natural, como si escucharan, a solas, esos sonidos y se pusieran a bailar. Hasta hay partes de humor, equivocaciones ex profeso y un esquema coreográfico magistral que alía lirismo, jovialidad y refinada técnica.
Es en "El joven y la muerte", de Roland Petit, donde Bocca muestra una madurez interpretativa que estremece los sentidos. Un hombre solo, en su habitación, recibe la visita de una mujer, pérfida, sensual, de hipnótica sugestión. Su encuentro es violento, agresivo, de enorme erotismo.En él brota la desesperación, en tanto ella lo rechaza y lo posee. Bocca olvida la escena para rezumar la agonía, el dolor de un drama que transporta a su cuerpo en torsiones, saltos al vacío, a arrasar el espacio como en gritos de socorro.
La coreografía le impone saltar sobre una mesa y sillas, traducir con cada paso una faceta de la tragedia, porque su tiempo se termina. El joven, en los veinte minutos que dura al obra, decide matarse y la que lo seduce y finalmente atrapa, esa mujer de brazos serpenteantes, mirada magnética y diabólica sexualidad, no es otra que la muerte, a la que se entrega. Una actuación cumbre de Bocca, que asume este personaje que se debate entre la fascinación del suicidio y la esperanza de vivir con hondura humana y supremo arte. Cassano está excelente y su perfil demoníaco da pie a la tortuosa pasión: entre ellos, la lucha es muerte y es ella la que gana.
Wainrot, loco por el tango
Hacía catorce años que el argentino Mauricio Wainrot, radicado en Canadá hace largo tiempo, no creaba una coreografía para un elenco de su país. Desde que se fue (antes estaba en el Ballet del San Martín, donde fue director) pocas fueron las posibilidades de realizar algo especial para un plantel de aquí. Su trayectoria internacional es apabullante y su última obra, "Un tranvía llamado deseo", tuvo notable repercusión enChile, donde la estrenó con el Ballet de Santiago. Ahora, finalmente, montó para el Ballet del Colón "Estaciones porteñas", con música de diferentes obras de Astor Piazzolla, que es ejecutada en vivo por el GrupoTango Nuevo que dirige GerardoGandini (con músicos notables como Suárez Paz, Marconi, Lew yConsole), en una actuación soberbia. Si la interpretación musical es un factor de brillo, la escenografía, que simula un galpón de chapas de zinc, y el vestuario, trajes negros con saco Mao en ellos y escuetos vestidos en ellas, de Carlos Gallardo, que combina transparencias y opacos, son fundamentales.
La obra tiene el pulso nervioso y potente de la música piazzollana. No da respiro y se inserta en el cuerpo de los bailarines como llamas que incendian sus sensibilidades. Nada es tanguero(sin embargo, allí está la agresividad, la melancolía, el vértigo de Buenos Aires). Las evoluciones que inventa Wainrot son absolutamente contemporáneas. Pero utiliza todo el bagaje técnico que poseen los integrantes del Colón en su caudal de giros, saltos, grandes lifts, extensiones. El acento lo tienen los hombres, tanto en grupos que muestran cuadros de descomunal fuerza, como con solistas deslumbrantes (Hernán Piquin, Omar Urraspuro,Rubén Gallardo y Alejandro Parente). No es menos enérgica la danza de las mujeres, con grandes interpretaciones de Karina Olmedo y Silvina Vacarelli. Es una obra de rítmica frenética, lenguaje diverso, creativo, que inyecta en los bailarines una distinta frescura y un fervor fuera de lo común. Una obra sin igual para una compañía que ha comprendido y absorbido lo que pide la obra de modo magistral.