Budapest y Gardel
Concierto de la Budapest Festival Orchestra / Dirección: Iván Fischer / Solista: Alexander Toradze (piano) / Obras: Sergei Prokofiev (Obertura sobre temas hebreos op 34 y Concierto para piano n° 1 en re bemol mayor op 10); Maurice Ravel (Pavana para una infanta difunda y Concierto para piano en sol mayor); y Johannes Brahms (Sinfonía n° 4 en mi menor op 98) / Organiza: Mozarteum / Sala: Teatro Colón / Nuestra opinión: excelente
Antes de escuchar a una orquesta, un primer dato es su programa. En este caso, estructurado en tres partes y con la presencia de dos conciertos de diferentes autores: una primera parte dedicada a Prokofiev; una segunda a Ravel, cada una con su respectivo concierto para piano, y una tercera con Brahms. Otro elemento a observar: la disposición de los instrumentos, un punto de gran incidencia en los efectos acústicos. Llamativa la ubicación de los contrabajos en el sector posterior; no en la posición más ortodoxa -a la derecha, detrás de los chelos formando una curva que amalgama los graves-, sino al fondo, en línea recta, sobreelevada detrás de los vientos. Una disposición á la vienesa que "despega" los graves otorgándoles a ellos relieve y al conjunto, transparencia.
La serie Prokofiev abrió con una Obertura vistosa en efectos y colores, con la voz del clarinete solo dando la nota de la música hebrea en una interpretación refinada. Esa cualidad perduró en el Concierto que en manos del virtuoso pianista Alexander Toradze, conjugó las virtudes de Prokofiev: la fuerza férrea, la precisión rítmica, el pulso incisivo -ese "paso de acero" que atraviesa su música, con fugaces e intensos toques de dulzura. Entradas sublimes, dinámicas fabulosas y cambios de tempo impecables en la articulación solo-conjunto. Hasta la reprise gloriosa del Allegro final, una ejecución imponente.
La parte dedicada a Ravel permitió a la orquesta lucir sus atributos más elocuentes: transparencia, capacidad de iluminar frases inesperadas, plasticidad para "despegar" y tornarse etérea. En el concierto (volviendo a la disposición y con el piano detrás de los vientos solistas), quedó claro el rol del instrumento en la textura y fusión tímbrica. Toda una declaración interpretativa. Toradze creó exquisitos momentos de inmaterialidad (los trinos del 1° movimiento, las graduaciones pianissimo en la construcción del 2°, la imperturbabilidad del tempo y la pureza de la melodía lejos de cualquier tentación sensiblera). Magistral encadenamiento de voces, progresión dinámica y creación de un clima paradisíaco en todo el ensamble. Soberbia actuación de los vientos solistas y en general, una orquesta que deslumbró con su preciosismo. Una interpretación a medida del compositor francés llamado, no en vano, "el mago del color".
A la vuelta del intervalo, llegó la 4° de Brahms en una versión original: amable y lírica, minuciosa en la dicción, detallista en los temas secundarios, serena en el carácter, brillante en la expresión. Es la muestra de que un gran organismo en manos de un director genial como Iván Fischer, que ha modelado el sonido de su orquesta a lo largo de décadas, es capaz de crear sobre una obra tan difundida un enfoque propio, diferente de la profundidad alemana atribuida a Brahms en el color oscuro, el dramatismo grave y épico, la reflexión y la seriedad. Aquí surgió, en cambio, un Brahms más narrativo y luminoso. Desde luego, sólo matices de la perfección. Una perfección que transitó los carriles de una elegancia serena, nunca al límite de sus capacidades. También Fischer, en su gestualidad, fue un espectáculo de distinción, exactitud y estilo. El sonido de una postal belle époque en los confines de Europa Central. Para concluir: un momento simpático con el tango "Por una cabeza". ¡Sí, "Por una cabeza", pero a capela! La extraordinaria Budapest Festival Orchestra, convertida en un inmenso coro entonando el bello tango de Gardel.
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