Jackie Brown: el rompecabezas de Tarantino que marcó su punto de madurez, pero decepcionó a sus fans
Tras el éxito de Tiempos violentos, el guionista y director eligió tomar riesgos y dar un salto al vacío que generó desconcierto
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Después de Tiempos violentos (1994), Quentin Tarantino había llegado a la cima. No solo había conseguido el triunfo en el Festival de Cannes, empujado por la confianza de Clint Eastwood a la cabeza del jurado (en detrimento de Tres colores: Rojo de Krzysztof Kieślowski, que era la candidata europea para llevarse la Palma), sino también el éxito económico de una segunda película que todavía conservaba su espíritu iconoclasta pese al desfile de estrellas como Bruce Willis o Uma Thurman, y, sobre todo, la construcción de su propia celebridad, la confirmación de la etiqueta de enfant terrible para la prensa y la fidelización del culto de sus seguidores. Nacía el adjetivo “tarantiniano”, como marca de estilo, como carta de presentación, como santo y seña de un mundo al que todos querían pertenecer. El humor irreverente, la fractura temporal, la violencia explosiva, los guiños cinéfilos, las inolvidables bandas sonoras, los trajes negros como armaduras, el cine resucitando a los muertos. ¿Qué hacer después de tocar el cielo con las manos? Esa pregunta imposible era la que vino a responder a responder Jackie Brown: Triple traición (1997).
Tarantino había sido un ávido lector de Elmore Leonard y había leído Rum Punch justo antes de terminar Tiempos violentos. Ahí había una película. Leonard era un autor de novelas policiales y del oeste, había ganado fama con The Bounty Hunters en los 50 y luego con la adaptación de El tren de las 3:10 a Yuma (1957) de Delmer Daves. Rum Punch, publicada recién en 1995 (Tarantino dijo que había accedido a una versión previa a su publicación), era la secuela de una novela de los 80 de Leonard, The Switch, libro que Tarantino había robado de un supermercado con apenas 13 años para leer a escondidas.
Pese a la tendencia de Leonard a ofrecer diálogos cargados de agresiva literalidad, su literatura parecía diferir del estilo posmoderno del primer Tarantino. Es cierto que conjuraba la atmósfera de moral ambigua de la serie negra con el clima de frontera del western, pero no era asimilable a la violencia a borbotones, las digresiones lingüísticas y la irrupción de un humor inesperado que definía entonces al director de Perros de la calle. Sin embargo, Tarantino quería arriesgarse luego del meteórico éxito de Tiempos violentos, de las expectativas seguras de un público ya fiel, de los interrogantes sobre cómo seguir.
“Fue un desafío interesante adaptar la novela de Leonard, hasta entonces solo había escrito guiones originales“, explicaba en 1998 en una entrevista con el diario inglés The Guardian. “Era lo que estaba buscando en la medida en que era diferente de lo que había hecho hasta el momento. Por entonces era fácil para el público dar por sentado lo que yo tenía para ofrecer. Vi que eso podría tornarme fácilmente previsible. Y entonces la idea de hacer una adaptación, por el mero hecho de que el material original era diferente, me ofrecía otro recorrido. No era lo mismo de siempre. No era aquello a lo que se habían acostumbrado”.
De Miami a Los Ángeles
Le costó poco convencer al estudio Miramax de aportar los 12 millones de dólares que suponía el presupuesto, cuatro más que el de Tiempos violentos. Porque ese éxito era su aval y la productora creada junto a Lawrence Bender, A Band Apart -en homenaje a la película de Jean-Luc Godard- iba a ser la encargada de conducir la producción, siempre en permanente negociación con los hermanos Bob y Harvey Weinstein, entonces artífices de ese cine que asomaba desde la periferia al mainstream.

Uno de los cambios fundamentales de la adaptación fue el traslado de la acción de Miami a Los Ángeles, ciudad que había sido hogar de Tarantino desde su temprana infancia cuando se mudó allí con su madre. “Realmente no sé nada sobre Miami”, revelaba a The Guardian. “Una de las cosas que Elmore Leonard tiene para ofrecer en sus novelas es un conocimiento experto tanto de Miami como de Detroit. Tiene sus novelas de Detroit y sus novelas de Miami. Yo no puedo competir con eso y, además… ¡Miami es muy caluroso! ¡No quería ir ahí para filmar! Pero sí tengo para ofrecer ese mismo tipo de conocimiento sobre la ciudad de Los Ángeles, sobre todo la zona de South Bay. No se ha usado mucho en el cine, salvo quizás en Traición al amanecer [Tequila Sunrise, Robert Towne, 1988]. Estoy familiarizado con sus lugares y personajes porque crecí en esa zona”. El rodaje tuvo largas jornadas nocturnas y Tarantino copió un método utilizado por su colega Tony Scott [quien dirigió Escape salvaje, de 1993, sobre un guion de Tarantino] para evitar que el equipo se quedara dormido: aquel que claudicaba y cerraba los ojos en un descanso, era fotografiado al lado de un gigantesco miembro masculino de goma bautizado Big Jerry, objeto de posteriores chanzas y risotadas de todo el elenco.
El otro cambio capital que encaró Tarantino en la escritura del guion fue la transformación de Jackie, la protagonista. En la novela era una azafata de 40 años que se enfrentaba al crepúsculo de su profesión con algunas manchas en su legajo y pocos ingresos. Ese horizonte la convencía de engañar a Ordell, proxeneta y traficante de armas que le pedía a menudo ingresar dinero ilegal desde México, y al mismo tiempo burlar a la policía. Jackie era Jackie Burke y era una mujer blanca. Tarantino la convirtió en una mujer negra bajo la piel de Pam Grier, la ex estrella del blaxpoitation de los 70, y la rebautizó como Jackie Brown, en homenaje a su película emblemática, Foxy Brown (Jack Hill, 1974). “Pensé que Pam [Grier] era perfecta para el papel. Tenía la edad del personaje, que debía parecer más joven y ser capaz de llevar adelante un engaño. Esa decisión convirtió a Jackie Brown en una película de Pam Grier. En otra película de Pam Grier que me gustaría ver”. La propia actriz quedó sorprendida ante la convocatoria del director que terminó reflotando su carrera. “No podía creer que alguien pudiera escribir una película pensando en mí”, revelaba a la revista Empire en 1998.

Además de haber resucitado a Lawrence Tierney en Perros de la calle (1992), a John Travolta en Tiempos violentos y ahora a Pam Grier, Tarantino también estaba dispuesto a poner a Robert Forster nuevamente en escena. El actor de la emblemática serie Police Story (1973-1988) interpretaba ahora a un pagador de fianzas que se veía involucrado en la estafa pergeñada por Jackie, tanto como efecto de un arrebatado enamoramiento -que Tarantino define en una escena magistral al ritmo de The Delfonics- como también por la evidente conciencia de su propia decadencia.
El actor sugirió a Tarantino incorporar la línea de diálogo entre su personaje y el de Grier que refiere a la preocupación por su cabello para verse más joven, algo que refería a su implante capilar realizado tiempo atrás. También Tarantino incorporó sus tradicionales guiños cinéfilos: Helmut Berger -el actor de la última etapa del cine de Luchino Visconti- y Peter Fonda aparecen en el televisor que decora la agitada habitación de Ordell, interpretado por Samuel L. Jackson. Y justamente es Bridget Fonda, como la rubia californiana que hace de acompañante de Jackson, la que ve a su padre, Peter Fonda, en Dirty Mary, Crazy Larry (1974), uno de los clásicos pisteros del actor en los 70.
Para completar el elenco, Tarantino se reservó al decadente Louis Gara, un maleante recién salido de la cárcel que acompaña a Ordell como un servil secretario, para explorar el costado decadente del universo scorsesiano encarnado por Robert De Niro. El actor de Buenos muchachos consigue desmontar el estilo recio y vanidoso de los personajes border del director de Toro salvaje, para recorrer el camino de cierto desencanto que representa Louis, un ladrón de bancos reducido a ladero de un traficante bruto y fanfarrón como es Ordell.

Michael Keaton también reimagina su reciente fama como el Batman de Tim Burton al dar vida a un policía que se cree astuto y termina seducido por la intriga de Jackie y rendido al virtuosismo de su engaño. Todos ofrecen una lectura que atraviesa la ficción para acercarnos a su trayectoria previa, la que Tarantino recoge de su experiencia como cinéfilo, de sus amores de pantalla y su ambición de poner en escena esa multiplicidad de referencias.
¿Madurez o paso en falso?
“Una de las cosas que me gustó de la secuencia de créditos iniciales es que, si estás familiarizado con las películas de Pam [Grier], muchas de ellas comienzan con ella caminando y contemplando la gloria que representa. Pensé: ‘Haré la mejor secuencia inicial de Pam Grier de todos los tiempos’. Y creo que lo logré”. Pam Grier camina por el aeropuerto, primero tranquila, como desfilando ante los pasajeros que la ven pasar; luego, apurada como si llegara tarde. Un largo plano secuencia la sigue como el gesto desprevenido de una cámara encantada, que al mismo tiempo nos sugiere el ritmo de la película: más lento al comienzo, más intenso en la concreción del plan, explosivo en su resolución.
“Cuando la ves caminando por el aeropuerto -continúa Tarantino- tiene todo ese poder y fuerza, y es Foxy Brown veinte años después, es Coffy [refiere a Coffy, otra de las películas emblemáticas del blaxploitation de los 70] veinte años después, y tiene toda esa feminidad, y es genial. En la última parte, la ves corriendo y corriendo, y te das cuenta de que solo está tratando de llegar al trabajo. No está caminando por la calle para quemar Harlem hasta los cimientos. Es una mujer que trabaja en este mundo y llega tarde a su trabajo. Después de la secuencia de créditos iniciales, dos minutos después, está atendiendo a los pasajeros. Comienza como esa figura mítica de superhéroe y luego, al final de la secuencia de créditos, la hemos devuelto a la tierra”. De hecho, la música que se utiliza en el centro comercial donde Jackie sale corriendo del probador buscando a los policías encubiertos es la misma que se utilizó en la escena de persecución en Coffy, en la que Grier huye de la policía.

La escena más compleja para la conclusión de la intriga de Jackie Brown, y la que recordaba a sus estructuras puzzle del pasado, es justamente aquella del intercambio del dinero en el centro comercial, con Jackie saliendo del probador, Max Cherry (Forster) llevando el dinero, y Ordell (Jackson) y la policía cayendo en la trampa. La clave era el rodaje de la misma secuencia en distintos puntos de vista, ejercicio que permitía descomponer la acción entre la apariencia y la realidad ante la vista del espectador.
“En el desenlace de Jackie Brown quería desembarazarme del flashback como recurso, algo que se había asociado a la estructura de Perros de la calle”, explicaba el director según cita el crítico español Juan Manuel Corral en su libro Quentin Tarantino: Glorioso bastardo. “El flashback implica la cavilación personal o el recuerdo de un determinado personaje, pero en mi película no aparece nadie que piense retrospectivamente”. El trabajo de montaje de Sally Menke, colaboradora indispensable de la obra del director, hasta su temprano fallecimiento luego de Bastardos sin gloria, permite suspender el tiempo narrativo y desplegarlo en los puntos de vista de los personajes que muestran cada versión de los acontecimientos.
Jackie Brown desconcertó a todos luego de su estreno. Para sus fanáticos incondicionales de entonces, era un paso en falso, una película sin tanta violencia, sin ese humor desenfadado, sin muertes ni demasiados guiños a la cinefilia de videoclub de la que había hecho gala en sus anteriores películas. Pero para aquellos que veían a Tarantino como un coleccionista de escenas, como un director posmoderno afecto a los golpes de efecto y la sangre fácil, Jackie Brown era la demostración de su talento como narrador, la madurez de su estilo visual, quizás su verdadera obra maestra.
Con el tiempo se convirtió en el faro de su obra posterior, una película más reflexiva, que demostraba su temprano rigor en el manejo del lenguaje cinematográfico y la confianza en la construcción de personajes más allá de las digresiones y las escenas emblemáticas. En términos de taquilla consiguió apenas un tercio de lo recaudado por Tiempos violentos, pero le permitió a su director afirmar su lugar en la industria y preparar el terreno para el despliegue en Kill Bill. Quentin Tarantino había convertido lo tarantiniano ya no en una nota al pie o un guiño de reconocimiento, sino una verdadera marca de autor. Un camino que recién comenzaba.
Jackie Brown: Triple traición (1997) está disponible en Prime Video y Mubi.
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