La desocupación a través del grotesco
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"La demolición" (Argentina/2005). Dirección: Marcelo Mangone. Guión: Marcelo Mangone y Ricardo Cardoso, basado en la pieza teatral del segundo. Con Enrique Liporace, Jorge Paccini, Roly Serrano, Gastón Pauls, Marcelo Mazzarello, Alejandro Pous, Marcelo Alfaro, Mimí Ardú, Ernestina Pais, Nicolás Conditto, Juan Carlos García, Fernando Roa, Daniela Vianni, Floria Bloise. Fotografía: Martín Nico. Edición: Sergio Zottola. Música: Martín Bianchedi. Presentada por Primer Plano. Hablada en español. Duración: 80 minutos. Calificación: para todo público.
Nuestra opinión: bueno
Cuando un hombre o una mujer consiguen un trabajo, sus rostros cambian. Su felicidad es incontenible y es algo que va más allá de un sueldo: sus vidas cobran sentido, al sentirse respetados y compensados por lo que mejor saben hacer, es decir, por el ejercicio de su profesión. Cuando pierden el trabajo ocurre todo lo contrario. Los rostros se desencajan, la irritabilidad crece minuto tras minuto, la locura -como en este caso- golpea a la puerta.
Osvaldo tiene trabajo, pero de vez en cuando, como capataz de un grupo de obreros, que se dedica a demoler edificios. Su puesto, como los de quienes lo acompañan, es "en negro". Cuando hay una demolición en vista los llaman; cuando no, se quedan en con los suyos, cortando clavos. Esa mañana, Osvaldo está contento porque lo llamaron para demoler una vieja fábrica abandonada.
Alberto tiene más o menos la misma edad que Osvaldo. Desayuna junto a su nieto, canturrea un tanguito y le dice a su hijo que está contento porque "vuelve al trabajo". Se afeita, se acomoda la corbata, se pone el saco y así marcha feliz rumbo a la fábrica.
Osvaldo y Alberto van camino del mismo lugar, uno para demolerlo, el otro para jugar con la fantasía de que las máquinas todavía funcionan y producen, de que recibe pedidos por un teléfono sin línea y que la crisis va a ser revertida con solo proponérselo. Pero no: lo único que ocurre es un encuentro, el de un hombre que quiere volver a trabajar con otro que no quiere dejar de hacerlo. Un diálogo de sordos, de locos, un absurdo que deviene grotesco. Más allá de esos muros condenados a la picota, reina una confusión que, con la intervención de la TV sensacionalista, desemboca en el caos.
Segunda, pero primera
En su segunda película (la primera fue "Natural", de graduación y experimental, vista en el Bafici de 2002 pero todavía no estrenada), Marcelo Magone prueba suerte con una adaptación de la pieza escrita por Ricardo Cardoso para dos únicos personajes que, como en la puesta teatral, encarnan Enrique Liporace y Jorge Paccini. Toda la fuerza de la historia recae sobre ellos, en sus diálogos, cada uno atrapado en sus propias angustias, obsesiones y delirios. En ese sentido, tanto Troncoso como ahora Mangone hacen equilibrio entre el humor cotidiano, el de la vida misma, que deviene de la confusión, de los equívocos, y el agudo drama de aquellos que sufren la incertidumbre acerca de qué será de sus vidas el día siguiente. En este sentido, algunos de los personajes que rodean a estos dos hombres al límite ayudan a poner en situación la historia y a romper la premeditada sensación de encierro del original, sin por eso quitar fuerza a las palabras que se cruzan. Para que eso ocurriera Mangone contó con el aporte de actores talentosos, como los mencionados Liporace y Paccini. Uno y otro construyen (valga el oxímoron) la demolición a la que se refiere el título, porque tanto Osvaldo como Alberto son, a fin de cuentas, exponentes de la mano de obra calificada y clase media argentina devaluada (demolida) por crisis difíciles de entender, y menos aceptar, en un país envidiado por sus riquezas.
Más allá de algún apunte débil respecto de la aparición (y desaparición) de esos personajes que rodean a los protagonistas (algunos mejor pertrechados, como los de Roly Serrano y Gastón Pauls, el resto no tanto), el drama se sostiene sin perder credibilidad, incluso cuando la historia se tiñe por completo de grotesco .
Mangone aprueba el desafío de darse a conocer fuera del circuito ocasional (en el que presentó su opera prima), con una buena calificación, producto -además- de haber acertado al transcribir la pieza original con un lenguaje clásico y austero, pero siempre efectivo. Será necesario prestar atención a sus futuras propuestas.



