La maldición de los Oscar
Ganar la estatuilla dorada no siempre significa un triunfo
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LOS ANGELES (Movieline).- Todos conocemos las aberraciones del Oscar. Que Alfred Hitchcock y Orson Welles nunca recibieron el premio como directores, que Alfred Newman lo ganó nueve veces (entre 45 nominaciones) por mejor música, con films como "El rey y yo" y "Camelot", que son musicales con música compuesta por otros; que James Dean, Montgomery Clift, Cary Grant, Kirk Douglas, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Barbara Stanwyck y Deborah Kerr nunca recibieron esa distinción.
Uno podría plantearse que, si la cosa es así, ¿por qué hay tanta gente que se toma el Oscar en serio? Pero, sin embargo, cada vez las campañas de los Oscar son más prolongadas y costosas. Mucha gente sigue creyendo que es importante, y pasa por alto la larga lista de premios concedidos por razones poco sólidas. Y, lo que es más, pasan por alto lo que ocurre luego del "triunfo" de recibir un Oscar.
La gran dama Luise Rainer está viva, con buena salud, sigue siendo bella y todavía vive en Londres, tras haber pasado, en la década del 40, un momento de profunda decepción con su carrera cinematográfica. Rainer había ganado el Oscar a la mejor actriz por "El gran Ziegfeld" (1936) y por interpretar a la campesina china O-Lan en "La buena tierra" (1937). Pero esos Oscar no cambiaron en absoluto el hecho de que Rainer, en realidad, odiaba tener que ser cortés y amable con patrones como Louis B. Mayer. Y tampoco le confirmaron la dimensión de su talento. En cambio, su calidad quedó ratificada cuando llegó a la conclusión de que actuar la había despojado "de todo contacto con la vida y la realidad". De modo que se retiró.
Un Oscar con frecuencia marca un hito en la vida de un actor joven, y puede llevarlo a la autodepreciación y al estancamiento. Marlon Brando, que lo ganó a los 30 años con "Nido de ratas", es un horrible ejemplo de un gran talento incapaz de adherir al sistema. Consiguió ganarlo otra vez con "El padrino" antes de los 50 años, pero de todos modos también se retiró, a su manera.
Si Rainer y Brando jamás hubieran ganado la estatuilla, tal vez habrían seguido actuando, con el fatalismo, por ejemplo, de Peter O´Toole, que sobrevivió a siete nominaciones sin ganar ninguna, por "Lawrence de Arabia", "Becket", "El león en invierno", "Adiós, Mr. Chips", "La clase dirigente", "El especialista" y "Mi año favorito", una lista que hace que uno se pregunte por qué no tuvo una nominación por "El último emperador".
Muchos Oscar se entregan exclusivamente por cierta clase de papeles. Es el caso de Jane Wyman, que durante años fue una estrella taquillera y una figura constante en Hollywood sin formar parte nunca del grupo de las Actrices, con a mayúscula (Katharine Hepburn, Bette Davis, Vivien Leigh, Ingrid Bergman). Pero su rol en "Belinda" (1948) era un "número puesto" (hizo un buen trabajo interpretando a un personaje sentimental, una sordomuda que sufre una violación), y ganó el Oscar, tal como lo ganaron Ernest Borgnine por "Marty", en 1955, y Marlee Matlin por "Te amaré en silencio", en 1986.
En realidad, es difícil encontrar ganadores de Oscar que hayan logrado mejores papeles o salarios por el hecho de haber sido distinguidos con la estatuilla. En las décadas del 70 y del 80, ganaron el Oscar Art Carney ("Harry y Tonto"), Richard Dreyfuss ("La chica del adiós"), Jon Voight ("Regreso sin gloria"), Ben Kingsley ("Gandhi"), Robert Duvall ("Tender mercies"), F. Murray Abraham ("Amadeus") y William Hurt ("El beso de la mujer araña").
Deben de haber pasado un momento feliz cuando sus agentes les dijeron que empezaba para ellos una gran época dentro de la industria del cine. Pero esa época nunca se materializó. Tarde o temprano, sus carreras -todas ellas interesantes y valiosas- volvieron a caer en roles que no eran estelares ni protagónicos. Ellos, decidieron los ejecutivos de los estudios, no "sostenían" una película.
¿No hay dos sin tres?
En el negocio del espectáculo de hoy, un actor joven idealista y dedicado puede pasar de interpretar un rol por centavos a ganar 20 millones de dólares en pocos años. Cuando el éxito temprano está acompañado por un Oscar, todo puede tener un precio alto. Está el caso de Tom Hanks, un buen actor y mejor persona, que ganó dos veces el Oscar tempranamente ("Filadelfia" y "Forrest Gump"), y cuya posibilidad de conquistarlo por tercera vez despierta intenso antagonismo. Es un negocio muy extraño. Como en todos los órdenes de la vida, la espera del reconocimiento puede conducir a la madurez. Por otra parte, la espera puede inducir al resentimiento, la hostilidad y el aislamiento.
Pero el éxito temprano puede ser aplastante, como le ocurrió a David O. Selznick, que ganó el Oscar a la mejor película dos veces consecutivas cuando tenía menos de 40 años -por "Lo que el viento se llevó" y "Rebeca, una mujer inolvidable"-, y nunca volvió a ser premiado. Tal vez lo mejor sería suprimir la competencia de los Oscar, y que la Academia entregara solamente premios honorarios. Pero claro que, en ese caso, no habría espectáculo ni suspenso. Y ésa es la manera norteamericana de permitir que los ganadores crean que son los reyes del mundo... por una noche.
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