Estrenada hace medio siglo, luego de estar detenido su rodaje y más tarde permanecer en un limbo por la censura, La Patagonia rebelde fue un éxito de taquilla que llevó al exilio a sus protagonistas
Mil novecientos setenta y cuatro fue uno de los años más caóticos del último medio siglo argentino. O bien fue el año fundacional de ese medio siglo. El año de Perón en su último gobierno, el año en que Perón echó a los Montoneros de Plaza de Mayo y dio su último discurso detrás de un vidrio blindado. También, cosa curiosa, fue un annus mirabilis para el cine argentino, que tuvo una serie insólita de éxitos cinematográficos: La tregua, Boquitas pintadas, La Mary, Quebracho y la más complicada de todas, La Patagonia rebelde. Todo realizado en medio de convulsiones notables y del ejercicio impiadoso de la censura cinematográfica por parte de Miguel Paulino Tato. Las cuestiones políticas están imbricadas en el destino de La Patagonia rebelde. Las consecuencias no de la película en sí –un notable western político, si hay que elegirle un género– sino de su realización en una Argentina convulsionada, fueron enormes. Y sí, en gran medida, escandalosas.
La película se basa en los libros de Osvaldo Bayer, la serie Los vengadores de la Patagonia trágica, obra estrictamente documentada sobre la represión a obreros anarquistas y peones rurales entre 1920 y 1922, durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen. El período histórico es complejo: de hecho, Yrigoyen era también presidente cuando se produjo la sangrienta represión de los Talleres Vasena conocida como Semana Trágica, en 1919. El caso patagónico había sido tratado en el libro La Patagonia trágica por José María Borrero, y fue la base para los cuatro tomos de la obra de Bayer. De esa obra, tres se editaron en la Argentina y uno en Alemania porque Bayer estaba exiliado, y aquí la dictadura lo había prohibido y eliminado esos libros ¿La razón del exilio? La película La Patagonia rebelde –que solo puede verse en discretas copias en YouTube, tras la desaparición de la plataforma Cine.ar–. Misma razón que hizo que Luis Brandoni debiera huir a México (o una de las razones) y que Héctor Alterio debiera quedarse en España cuando a ambos les llegó una amenaza de la Triple A. Alterio estaba en San Sebastián acompañando la participación de La tregua en el festival de cine y no volvió. También tuvo que exiliarse el director, Héctor Olivera. Y fue muy difícil para muchos de los participantes del film trabajar en esos años, entre ellos Federico Luppi, Héctor Pellegrini, Jorge Rivera López y muchos otros.
La historia de base siempre fue complicada: implicaba una crítica directa a las fuerzas armadas (especialmente al Ejército) y a su intervención política. Es cierto que el teniente coronel Héctor Benigno Varela, a quien la película le cambia el nombre por el de Zavala, actuó con órdenes del Poder Ejecutivo, y que al principio se puso del lado de los obreros. Pero también es cierto que la represión terminó con 1500 hombres ejecutados por el Ejército. Es necesario aclarar que el proyecto no era desconocido para el Estado: de hecho, la película contó con el apoyo financiero del INC, Instituto Nacional de Cinematografía, antecesor del Incaa. También que hubo varios planteos sindicales durante la producción, y que Héctor Olivera y el resto de los realizadores se amoldaron a ellos. Eran tiempos bastante efervescentes. Brandoni, que interpreta al antagonista principal de Zavala/Varela –el gallego Soto– era por entonces el secretario general de la Asociación Argentina de Actores.
Siempre las películas debieron pasar –y siguen pasando– por un organismo de calificación que decide para qué edad es apta cada una. Hoy no implica más que eso, una calificación. Pero en 1974, podía resultar en que no se autorizara su estreno. El entonces presidente del INC, Octavio Getino, autorizó La Patagonia rebelde, pero el proceso de calificación tomó un tiempo inusualmente largo. En una nota publicada en LA NACION en junio de 2021, Héctor Olivera recuerda que se entrevistó con quien entonces era el ministro de Defensa, Ángel Federico Robledo, recordándole que la película tenía apoyo financiero del Estado. La respuesta de Robledo fue “El Estado a veces se equivoca”. ¿Qué había de “error” en la película? Olivera recuerda que se hizo entonces una campaña, proyectando el film para gente del medio cinematográfico, periodistas, legisladores y funcionarios. El problema era otro. Olivera cuenta que el entonces presidente veía el film como algo perfectamente ajustado a la realidad histórica, que decía repetidamente durante la proyección “Fue así, fue así”. Y que finalmente, admitió que la película estaba muy bien pero que no la podía autorizar porque dejaba mal parado al Ejército. Perón tenía otras preocupaciones entonces, ya en los últimos días de su vida. “Dejar mal parado al Ejército” era generar un problema mayor en tiempos demasiado turbulentos.
Pero sucedió que en aquel tiempo de crisis, el general Laureano Anaya había declarado a los medios que el Ejército respondía a sus mandos naturales. Una auténtica provocación para Perón y para cualquier presidente: subrayar lo obvio, que las fuerzas armadas respondían a su comandante en jefe, tiene implicancias. Perón entonces –siempre según el relato de Olivera, basado en recuerdos del médico personal del caudillo– preguntó por la película en la que salía “el tío de Anaya” y le respondieron que era, justamente, La Patagonia rebelde (es uno de los militares que lleva adelante la masacre). Siempre según la anécdota, Perón dijo “¡Qué la pasen en todos los cines del país!”. De un día para el otro, La Patagonia rebelde había obtenido la venia presidencial y se preparó el estreno en el cine Broadway -hoy teatro- con palcos colmados por Montoneros. “Confieso que los odié -decía Olivera- porque, con la misma arbitrariedad que el gobierno había detenido durante dos meses el estreno de la película, en cualquier momento podía prohibir su exhibición”. La película, sin buscarlo, había logrado lo que hoy sería el Santo Grial de cualquier producto audiovisual: la “instalación de marca”. La difusión previa, la idea de que estaba prohibida, el aviso en los diarios que decía que estaba autorizada, la efervescencia política; todo jugó a favor de “la película que había que ver”. Fue un enorme éxito de público.
Quizás el lector menor de treinta años se asombre si le decimos que un film entonces podía durar años en cartel, que se estrenaba en pocas salas (y había muchísimas), que una producción grande argentina (y esta era especialmente grande) podía superar fácilmente el millón de entradas vendidas. Es importante señalarlo porque en octubre de 1974, cuando la carrera comercial en salas de La Patagonia rebelde estaba apenas en sus comienzos cayó, como profetizara Olivera, la prohibición. En esos pocos meses pasaron demasiadas cosas. La primera: poco más de dos semanas después del estreno de la película, Perón murió. La presidencia recayó en María Estela Martínez de Perón, lo que implicaba un crecimiento de poder exponencial para el ministro de Bienestar Social José López Rega, ideólogo y jefe de la Triple A. En septiembre, la organización terrorista había amenazado de muerte a varias personalidades de la cultura y las artes, entre ellos Luis Brandoni y Héctor Alterio, que, como se dijo, pasaron al exilio. Bayer no pudo volver a la Argentina hasta terminada la dictadura militar.
Detrás de la prohibición de la película estaba además uno de los pocos funcionarios del gobierno de Isabel Perón que mantuvo su puesto con la llegada de la dictadura de Videla: el excrítico, guionista y periodista cinematográfico Miguel Paulino Tato, el famoso “señor Tijeras”, quien ocupó la silla del Ente de Calificación Cinematográfica desde la muerte de Perón, gracias a López Rega, hasta fines de 1978. En los primeros quince meses de gestión, Tato, un hombre además capaz de decir cualquier barbaridad y hasta autoproclamarse “nazi” (aunque, dado su retorcido sentido del humor, podía bien ser una ironía o una exageración) había prohibido 146 películas. Entre las primeras nueve, removidas y censuradas porque, según él, “exaltan el sexo, realizan apología de la violencia y atacan alevosamente las instituciones”, estaba La Patagonia rebelde. Tato comenzó su labor de “higiene moral”; era un cinéfilo cabal y no desconocía los rudimentos ni las técnicas del cine. Justamente por eso su tarea fue mucho más infame: de ningún modo podía aducir ignorancia.
La prohibición de la película de Olivera iba de la mano con las amenazas de muerte y las dificultades que gran parte de su elenco tuvo después para trabajar en el medio. Y los ecos se mantuvieron no solo cuando López Rega marchó como “embajador itinerante” a España sino también cuando el golpe de 1976 acabó con cualquier retazo de institucionalidad. Brandoni volvió de su exilio en México a los diez meses, en 1975. Padeció entonces junto con su mujer en esos tiempos, la actriz Martha Bianchi, un secuestro por parte de la Triple A. Aníbal Gordon le dijo: “Vos nos jodiste a nosotros, ahora te vamos a joder a vos”. Brandoni se quedó en el país. Protagonizó por ejemplo Juan que reía, ópera prima de Carlos Gallettini, una comedia negra que, desgraciadamente, se estrenó poco después del golpe. No pudo volver a la TV (tampoco lo hicieron ni Luppi ni Soriano) y, como muchos, se refugió en el teatro, donde tuvo éxitos como Convivencia, de Oscar Viale (otro prohibido en el cine y la TV durante esos años) junto al propio Luppi. Alterio siguió una gran carrera en España y volvió en democracia a trabajar en la Argentina. Su revancha: el Oscar a La historia oficial, el primero para un film nacional.
La Patagonia rebelde también sobrevivió. Se reestrenó en junio de 1984, diez años después de aquel lanzamiento original y tumultuoso, cuando Tato ya era una figura de burla, cuando el Ente Calificador había caído y el cine -como todo en democracia- recobraba fuerza. Fue, por supuesto, en el cine Broadway y con muy buena respuesta de público. La Patagonia rebelde es una película notable, de esas que, a pesar de narrar una tragedia, tienen de todo. Es, también, un gran espectáculo (basta con recordar el ataque al tren a cargo de Facón Grande, el personaje de Luppi, a la manera de los mejores westerns) y un ejemplo de esa cinematografía cruda que podía realizarse -hoy ya no, pero por otros motivos- en aquellos salvajes años 70. Hoy es un clásico de referencia cuando se habla de la cinematografía nacional. El tiempo pone todo en su lugar.
Más notas de Contenidos especiales
Más leídas de Espectáculos
"Nos beneficia a todos". ¿Todos al streaming? Los que se suman y las estrellas que compiten y le ganan a la TV tradicional
"La de carne y hueso". Conocé a la verdadera Edilma Pérez, la azafata de la historia real del Secuestro del Vuelo 601
En La noche de Mirtha. Valeria Mazza contó por qué no conduciría La jaula de la moda y reveló el verdadero rol de Gravier en su carrera
“Me destrozó”. Mirtha Legrand reveló uno de los momentos más duros de su vida