La noche de la iguana: historias de amor probibidas y el enigma de las pistolas doradas
El principal impulsor de la idea de adaptar al cine La noche de la iguana, el último de los grandes éxitos teatrales de Tennessee Williams, fue Ray Stark, uno de los más importantes accionistas de Columbia Pictures a comienzos de los años 60. Así lo describe John Huston en sus memorias, A corazón abierto: "Ray se ríe mucho de sí mismo y del mundo que lo rodea, pero es incansable en la persecución de un objetivo. Tiene un excelente criterio, una atrayente clase de amoralidad y un notable sentido común. Es jugador, pero no del tipo que juega a las cartas o tira los dados. Su juego es el cine. En el jardín de Ray de Beverly Hills se encuentra una de las mejores colecciones de escultura moderna de Occidente: Giacometti, Manzu, Marini, Lachaise, Moore. Hacia el interior de Santa Bárbara tiene un rancho con unos cuarenta caballos. Al revés que los mongoles de antaño que criaban puras razas pero apenas distinguían uno de otro, Ray conoce cada uno de sus caballos por su nombre, y siempre que está en el rancho le da a cada animal una zanahoria gigante a la hora de la puesta de sol".
La zanahoria que Stark le dio a Huston fue la oportunidad de dirigir en el cine una de las últimas grandes creaciones del dramaturgo norteamericano, emblema del siglo XX, ganador de premios Tony y celebrado por toda la crítica como el último de los contestatarios.
No era de extrañar que a Huston lo entusiasmara la idea de intercambiar notas y pareceres con Tennessee Williams, así que de inmediato se puso en marcha junto a su coguionista Tony Veiller en el estudio minucioso de la pieza teatral. Por suerte, Stark era de los viejos productores de Hollywood que no ahorraban en gastos cuando de excelencia se trataba. Una especie de bon vivant que sabía de esculturas, caballos y películas con la misma y ardiente pasión. Impulsados por el aval del productor, Huston y Veiller partieron de inmediato hacia la residencia de Williams en Key West, a disfrutar unos días de sky acuático y tertulias literarias al calor del sol de la Florida.
La obra, estrenada en Broadway en 1961, cuenta la historia de Lawrence Shannon, un reverendo episcopal que ha sido expulsado de la iglesia por un escándalo amoroso con una joven de su congregación. El clérigo es un hombre deshecho, hundido en el alcohol, y condenado a ser guía turístico de un grupo de maestras de una escuela religiosa. Para tornar más complejo el espinoso retrato de una comunidad atravesada por hipocresías y conservadurismos, la mirada de Williams anclaba el suceso en plena Segunda Guerra Mundial, lo cual le sumaba el condimento de un grupo de simpatizantes nazis que ofrecían una sátira inquietante de algunos sentires de aquella época. La obra, con Patrick O´Neil, Bette Davis y Margaret Leighton como protagonistas, se convirtió en un éxito y consiguió varias nominaciones para los Tony, aunque solo ganó Margaret Leighton, como mejor actriz.
Cuando Huston y Stark decidieron ambientar la historia en el presente y pensaron en quién podría interpretar al reverendo Shannon, estuvieron de acuerdo en que Richard Burton sería ideal para el papel, pese al revuelo en el que se encontraba inmerso desde el comienzo de su affaire con Elizabeth Taylor durante el rodaje de Cleopatra.
Huston viajó a Suiza y convenció a Burton, con ese carisma que siempre llevó a sus estrellas a asumir los riesgos más impensados. Lo mismo sucedió con Deborah Kerr, figura perfecta para dar vida a la artista itinerante que encuentra el religioso en lo recóndito de la selva, ángel guardián de una paz que para él ya parecía perdida. Desde su aparición en el cine inglés, tanto en sus papeles menores como en la arrebatada monja de Narciso negro, Kerr siempre prometió una sensualidad profunda y subterránea, simulada en sus atuendos castos y sus buenos modales. Era ese fulgor oculto tras la apariencia serena de la modesta Hannah Jelkes lo que le interesaba captar a Huston, y por ello se dirigió con Stark a Londres para convencer a la actriz de ser parte de ese desafío. Sin embargo, el escollo mayor era convencer a Ava Gardner de interpretar a Maxine, la dueña de un hotelito de playa en el que Shannon y sus maestros de escuela quedan varados. Ese papel lo había interpretado Bette Davis en el teatro, lo cual era todo un reto para la estrella de Hollywood que entonces se la pasaba a lo grande por las calles de Madrid.
Huston había conocido a Ava Gardner cuando trabajaba en el guion de Los asesinos, film noir de Robert Siodmak inspirado en un célebre relato de Ernest Hemingway. Parece que Ava era la femme fatal dentro y fuera de escena, o por lo menos así lo recordaba él. "Al observarla en aquél rodaje me sentí intrigado. Percibí en ella algo feroz, primitivo, una aspereza rayana en la violencia. Algún tiempo después volví a encontrármela y traté de conquistarla. No tuve el menor éxito. Nada de baños en el mar a medianoche, nada de fines de semana juntos, nada de Huston".
La desilusión que Huston cargaba en su memoria no frustró su convicción de que Gardner sería la mejor Maxine cinematográfica, con esa fiereza única mezclada con la belleza de su madurez. Gardner por entonces estaba en España "sin hacer gran cosa, durmiendo hasta tarde, paseando con amigos, bailando flamenco todas las noches", como lo recuerda en Ava Gardner. Con su propia voz, su extraordinaria autobiografía llena de confesiones y fascinantes anécdotas. "Estaba disfrutando de la vida y no quería hacer ninguna película. Pero sonó el teléfono y fue imposible no reconocer esa forma de hablar tranquila y ronca, con algo de sabor irlandés. No la había oído desde hacía 18 años, cuando me persiguió toda la noche alrededor de una piscina. Entonces dijo las palabras mágicas: ‘¿Qué te parece si tomamos unas copas esta noche y nos muestras la ciudad?’".
La visita de Huston y Stark a Madrid concluyó con éxito luego de noches de bailes en tablaos flamencos, en los que el director convenció a Gardner de que era la única que podía interpretar el papel de Maxine, mientras Stark resistía con ojeras y resacas los agites de la movida madrileña. Luego llegó el momento de otro viaje, hacia Mismaloya, a unos pocos kilómetros de Puerto Vallarta, donde un arquitecto amigo de Huston le sugirió que podía instalar las locaciones. "Mismaloya era ideal" –recuerda el director. "Había una playa de arena clara, larga y ancha, y una lengua de tierra que entraba en el mar, cubierta de abundante vegetación. La vista desde lo alto era sensacional. Me pareció un lugar perfecto para filmar y mantener unida a la compañía".
La construcción en Puerto Vallarta revolucionó esa zona de la costa mexicana, porque no era simplemente un set de filmación con la fachada de un viejo hotel sino un lote de viviendas, una sala de montaje, un restaurant, depósitos y bombas para el suministro de agua, una planta generadora de energía, y una serie de senderos y caminos que permitían llegar al lugar. Huston había creado una ciudad propia en ese paraíso terrenal, un enclave de ficción con ambiciones de realidad que contribuyó a la mística de convivencia forzada que marcó el inicio de la película.
La noche de la iguana concentraba un elenco con mucha historia. No solo estaban los coqueteos frustrados entre Huston y Gardner sino las viejas historias de amores y desamores que sobrevolaban a todos los protagonistas. Richard Burton y Elizabeth Taylor, que se alojaron en una espléndida mansión en Puerto Vallarta, venían precedidos por el escándalo y la especulación. No solo ella seguía casada con Eddie Fisher sino que su exmarido, Michael Wilding, era el agente de prensa de Burton y el encargado de aquietar las aguas turbulentas en la marea mediática.
El escritor Peter Viertel, casado con Deborah Kerr, había sido amante de Ava Gardner en el pasado y era el autor de la novela Cazador blanco, corazón negro sobre el mítico rodaje de La reina africana, película de… ¡John Huston! En tanto, Sue Lyon, quien trabajó su personaje de joven seductora que tienta el reverendo en penitencia con la clara autoconciencia de haber sido la Lolita imaginada por Nabokov y filmada por Stanley Kubrick, llegó a México custodiada de cerca por su madre y por su celoso prometido. "Se hicieron muchas conjeturas –explica Huston– sobre lo que iba a pasar en el rodaje. Así que antes de empezar a filmar compré cinco pistolas doradas, que entregué a Elizabeth, Richard, Ava, Deborah y Sue. Cada pistola venía con cuatro balas de oro, grabadas con el nombre de cada uno de los otros. Para que tuvieran a mano, por cualquier cosa". Por suerte, parece que no fueron utilizadas.
El rodaje comenzó en septiembre de 1963, no sin la conversación de rigor entre Huston y Stark de si la película debía ser en blanco y negro o en color. Stark creía que el Technicolor sería un atractivo necesario en una década en la que la televisión ya se había convertido en una fuerte competencia del cine. Sin embargo, Huston estaba convencido de la fuerza del material que tenía y consideraba que filmar en colores brillantes aquellos paisajes distraería al público de la esencia del drama que allí se jugaba. El blanco y negro garantizaba la necesaria austeridad formal para hacer presente la fuerza de los sentimientos que gobernaban a aquellos seres solitarios. Huston ganó la pulseada, pero con el tiempo pensó que se había equivocado en no confiar en la potencia de aquellas pasiones pese al brillo de los colores de Vallarta.
En lo que no se equivocó fue en contar con Tennessee Williams como un consultor permanente en el set, capaz de resolver cualquier dilema de último momento. Según recuerda con notable precisión, había una escena que no terminaba de resolverse en el guion. Era un altercado entre Richard Burton y Sue Lyon, el reverendo y la jovencita que intenta seducirlo. La escena lo mostraba a él afeitándose frente a un espejo, con una botella de whisky a su lado. Visiblemente alterado le explicaba a ella las infinitas razones por las que no debían convertirse en amantes. "Los diálogos eran buenos pero a la escena le faltaba fuerza. Se la mostré a Tennessee y le pregunté si podía ayudarnos. Lo que hizo fue un ejemplo de su genio".
Lo que consiguió Tennesse Williams fue convertir el calvario moral del clérigo en un calvario físico, al hacerlo caminar sobre los cristales rotos del espejo mientras intenta convencerse con sus propias explicaciones. Lo que en el papel era un intercambio insulso en la pantalla cobra una fuerza arrolladora, que se completa con la presencia de los pies descalzos de Sue Lyon que se suman a los de Burton en esa caminata sobre sus mutuos prejuicios. "Lo que había sido una escena aburrida se convirtió en una de las mejores de la película, estremecedora y divertida al mismo tiempo".
La promesa de escándalos en el set nunca se cumplió y los centenares de periodistas que deambulaban por las locaciones no encontraban demasiadas primicias para publicar en los diarios de Los Ángeles. Sin altercados visibles, corrieron noticias como el supuesto casamiento de Ava Gardner con el director de segunda unidad de Huston, Emilio Fernández; la picadura de un escorpión que sufrió Sue Lyon en los primeros días y la "tensión en la jungla" que generaba la mirada atenta de Liz Taylor sobre cualquier mal paso de Burton.
Había más reporteros que iguanas en el lugar del rodaje. Venían de todo el mundo esperando el día en que se desenfundaran las pistolas y empezara el tiroteo
"Creo que ninguna película que he hecho despertó tanto interés en la prensa. Había más reporteros que iguanas en el lugar del rodaje. Venían de todo el mundo esperando el día en que se desenfundaran las pistolas y empezara el tiroteo. Pero esperaron en vano. No hubo fuegos artificiales. Todos los miembros del reparto se llevaron de maravillas". Las palabras de Huston encuentran eco en los recuerdos de Ava Gardner: "A pesar del riesgo de disputas que presentaba ese elenco de alta potencia y el desolado lugar del rodaje, nos llevamos increíblemente bien. Para empezar, Elizabeth Taylor y yo éramos amigas de los viejos tiempos de la Metro. Era como si fuéramos licenciadas de la misma universidad, contentas de reencontrarnos en aquel desierto".
Sí hubo dos momentos tensos en el final de la filmación. El primero tuvo que ver con un accidente imprevisto que sufrieron dos de los ayudantes de dirección de John Huston, cuando se desplomó uno de los balcones de su vivienda. El equipo tuvo que improvisar una camilla para trasladar a uno de ellos, gravemente herido, meterlo en un barco de pesca y llevarlo a Vallarta. "Al llegar a la Playa de los Muertos nos encontramos con que no podíamos alcanzar la orilla a causa del pronunciado declive del fondo. Pese a ello, alguien saltó al agua y de repente había una docena de hombres en la rompiente, con las cabezas debajo del agua y las manos encima, transportando la camilla". La imagen de esa cofradía improvisada guardó el rodaje de La noche de la iguana en la memoria de Huston como una de las experiencias más serenas y fraternales de su carrera. Incluso en el trabajo de dirección de actores resultó una de las colaboraciones más fructíferas de su vida, que dejó actuaciones sorprendentes como la que conquistó Gardner en la interpretación de Maxine.
"En la producción original de Broadway –cuenta la actriz–, interpretada por Bette Davis, Maxine era una auténtica devoradora de hombres, una mujer solitaria, tenaz y cruel. Pero John sintió que el personaje, como lo interpretaba yo, era más cálido, más humano, mejor de lo que el final de Tennessee Williams permitía". Huston decidió reescribir el final, defendió su mirada ante Williams y siempre estuvo convencido de que había tomado la mejor decisión para su película.
La noche de la iguana condensó, en ese escenario apartado del glamour y las luces de la ciudad, la mística de un Hollywood que lentamente se extinguía. La convivencia de sus estrellas en un paraje paradisíaco, la decisión de filmar en blanco y negro, la concepción de la naturaleza como una caja de resonancia de secretos y pasiones, silenciados en el mundo externo y liberados en ese entorno inclemente, fueron los hitos crepusculares de toda una era.
Extraña combinación de las memorias sureñas de Tennessee Williams y el espíritu aventurero de John Huston, la película es el ejemplo de un encuentro único de universos contradictorios, de egos extremos, de formas disímiles de pensar el cine y la actuación. Pero de todo ello quedó el legado de una inusual alquimia, fruto del compañerismo y la colaboración, aún en ese confín alejado de los grandes estudios y signado por el cálido sol del Pacífico. Allí donde las pistolas de oro estaban cargadas, por suerte todo terminó en armonía y sin el sonido de ningún disparo.
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