Pucho, de MTV a los pibes chorros
Para la mayoría, Pucho es un desconocido. Pero no es así para los que siguen a Vicentico, desde los tiempos de Los Fabulosos Cadillacs. En realidad, su verdadero apellido es otro, pero desde hace muchos años prefiere firmar con su sobrenombre para que nadie pueda acusarlo de aprovecharse de una marca conocida. Es razonable, ya que su apellido, Mentasti, sintetiza buena parte de la historia del cine nacional.
Su abuelo fue el pionero Angel Bautista Mentasti, fundador de Argentina Sono Film, cuando el cine tomaba la palabra a principios de la década del 30. Este sello productor, al promediar la década siguiente, alcanzó una escala similar a la de los de Hollywood (con elencos y estudios propios), un nombre que habría de convertirse en el más importante de la historia del cine industrial de habla hispana.
A la muerte de Angel Bautista, su hijo Angel Luis se convirtió en presidente de la empresa cinematográfica. Tuvo cuatro hijos con su segunda esposa, la actriz Nelly Delvecchio. Tres fueron varones: el primero, Carlos Luis, es ahora productor; Pucho -en verdad, Angel Luis, como su padre-, es el más chico, puesto que nació cuando su padre ya tenía 60 años. Fue así como aquel empresario que respaldó clásicos memorables a lo largo de medio siglo pudo dedicarle los últimos catorce años de su vida.
A la muerte de Angel Luis, en 1977, Pucho quedó bajo la tutela de Carlos Luis, quien tomó las riendas de la golpeada empresa familiar para convertirse él mismo en productor y distribuidor (actualmente, al frente de Telefé Cine), responsable de muchos de los más importantes éxitos de taquilla que recuerde el cine nacional de los últimos tiempos.
Mientras Carlos se ocupaba de los negocios, el aún adolescente Pucho pensaba que era posible cristalizar sus sueños de cine. Frente a esa inquietud, Carlos le repitió una imposición de su padre: "Si te interesan las películas, andá a contar espectadores a la puerta de los cines".
Estudió arquitectura, publicidad y cine, en la Escuela de Cinematografía del Incaa. Tras esas carreras inconclusas y la tarea concreta de diseñar afiches de películas en el "barrio del cine", pudo llegar a la agencia publicitaria J. Walter Thompson, para la que trabajó durante una década. "En esa época gastaba todo en viajes", explica. "Así me convertí en un adicto de la MTV y en 1988 hice Matador ", confiesa ahora el director, con 42 años y 370 cortos realizados para todo tipo de productos, desde autos y gaseosas hasta microchips.
En 1988, Matador dio una vuelta de página a la historia del videoclip. Poco después, pensó que se podía cambiar el rumbo de la TV "en un segundo y a los cachetazos", y probó suerte con Vicentico en Rebelde sin pausa , por ATC, y más tarde con Pipo Cipolatti en Boro Boro, por Canal 11. Pero volvió a la publicidad.
En su afán por revolucionar el mundo de las imágenes en movimiento, fundó La Brea, y poco después, 2001, productoras dedicadas al cine publicitario. La segunda, que llegó a contar con un equipo de 60 profesionales y ganar 30 premios internacionales, fue, según Pucho, "un lugar de experimentación del cine". De esa época fueron Diablo , para la cupé Fuego, o Padre e hijo , para Telecom.
Por sus filas pasaron muchos de los que hoy son grandes de la especialidad y algunos de los cineastas más aplaudidos, como Fabián Bielinsky, su asistente durante dos años. En esa lista también estuvieron incluidos Diego Kaplan y Esteban Sapir, que acaba de presentar su film La antena en el Festival de Rotterdam.
Antes de que la Argentina entrara en crisis, y por el simple hecho de que la demanda de trabajo era excesiva y ponía en peligro sus aspiraciones creativas, Pucho cerró su empresa para instalarse en los Estados Unidos, como director free lance . En los cinco años en los que tuvo su residencia en la californiana Malibú fue contratado para dirigir cortos de primera línea que, sumados, totalizan más de 50 millones de dólares de presupuesto. Por ejemplo, uno para Fiat Italia, que tuvo como estrella a George Clooney,
"Soy una mezcla de espectador y cineasta. Me gusta que la gente disfrute, pero también dejarle algo, un poco de rebeldía", dice, y se confiesa admirador del cine de Alejandro Agresti. La decisión de volver llegó cuando esperaba su segundo hijo, Carmelo, que nació aquí a fines de 2006.
Poco antes ya había pensado en la vuelta: el libro de investigación periodística Cuando me muera quiero que me toquen cumbia , de Cristian Alarcón, lo sedujo, quizá porque le recordaba a Matador . La historia de Víctor El Frente Vital, conocido a su muerte como "el santo de los pibes chorros", será el eje de su ópera prima. "Mi película será para papá", dice, al borde de las lágrimas.
Un santo profano
El proyecto está muy avanzado. Mientras por TV se repite El árbol de la plaza , el último y excelente videoclip que dirigió para Vicentico, su hermano Carlos imagina Cuando me muera... con una estética en la línea de la brasileña Ciudad de Dios , pero en Buenos Aires. Pucho, sin embargo, prefiere definirla como una historia acerca de la moral de los 90: "De una época de ladrones de guante blanco, prefiero contar la de uno pequeño, un adolescente al que el destino le puso un arma en la mano".
Promediaba esa década, cuando el "Frente" ya era considerado por sus vecinos del barrio San Francisco, en San Fernando, un Robin Hood de los pobres. El botín, que por lo general era comida o ropa, iba a manos de los más necesitados o servía para pagar cervezas, droga, zapatillas caras o entradas a bailantas. Tenía, dicen, un encanto que seducía a las mujeres y generaba envidia en los policías. Según se narra en el libro, tras una redada realizada el 6 de febrero de 1999 en la casa de Vital, el marginal fue ultimado por un efectivo de la policía bonaerense cuando quería entregarse. Poco después, sus vecinos y conocidos pronto lo incluirían en su santoral profano.
"No quiero actores conocidos para los personajes principales. Voy a hacer un casting por todo el país. Para filmar, tengo que esperar al verano próximo, porque tiene que ser una película con muchos cuerpos transpirados", asegura.
"Lo que más me atrae de Hollywood es su capacidad de producción, pero lo que están haciendo me aburre bastante: parece que repitieran el mismo guión desde hace diez años. Y se dieron cuenta: esta apertura de los directores latinos se debe a que su gente de cine es toda de escuela. Carlos dice que hago esta película y me vuelvo a Los Angeles. No: hago esta película y voy para allá a buscar plata para hacer más películas, historias muy nuestras, personales. Como la de Hipólito Bouchard, el corsario francés que plantó nuestra bandera en California en 1818, o el perito Moreno. Mi meta es hacer southerns , no westerns ", asegura. "Para eso se necesita mucho dinero", insiste.
"Luis Alberto [Scallela, ahora al frente de Sono Film], que es casi de la familia, me contó que un día antes de cualquier estreno, papá se sentaba sobre la pila de latas de una de las copias y decía: «Esto es oro en polvo. Si es un éxito, es oro, pero si fracasa, es polvo», y lo decía en ese momento porque hay factores que uno no domina que tienen que ver con el éxito o fracaso de una película", recuerda.
"Soy muy obsesivo y responsable en todo lo que hago: mi meta reside en encontrar el equilibrio justo entre arte e industria. Los fines de semana, papá me llevaba al cine. En un momento, se levantaba de su butaca y se daba vuelta y miraba a la gente. Después, volvíamos a las últimas butacas: el tipo estudiaba las reacciones del público. El cine también se construye de esa forma: al que paga una entrada hay que darle algo que lo entusiasme. Creo que se puede."
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