Secretos oscuros: un trauma familiar reflejado en un thriller tenebroso premiado en el Festival de Venecia
Xavier Legrand, que ya había abordado el tema en su ópera prima, Custodia compartida, vuelve a poner el foco en los efectos nocivos de una paternidad tóxica
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Secretos oscuros (Le successeur, Francia-Canadá-Bélgica/2023). Dirección: Xavier Legrand. Guion: Xavier Legrand y Dominick Parenteau-Lebeuf, basado en una novela de Alexandre Postel. Fotografía: Nathalie Durand. Edición: Yorgos Lamprinos, Julie Wuillai. Elenco: Marc-André Grondin, Yves Jacques, Laetitia Isambert-Denis, Anne-Élisabeth Bossé. Duración: 112 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: buena.
En su ópera prima -Custodia compartida, con la que ganó en 2017 un León de Plata en Venecia por su trabajo en la dirección-, el francés Xavier Legrand ya había abordado el tema de la masculinidad tóxica y los traumas familiares. Secretos oscuros vuelve sobre esos asuntos espesos a través de un thriller oscuro y de tintes hitchcockianos cuyo arranque no da demasiadas pistas sobre lo que vendrá.
El protagonista excluyente de la historia es un exitoso diseñador de moda torturado por la sombra de su padre, de quien ha heredado mucho más de lo que él mismo supone. Justo cuando su carrera está por levantar todavía más vuelo, recibe la noticia de la muerte de ese hombre al que repudia y viaja de inmediato desde París a Canadá para asistir a su funeral y sobre todo resolver cuestiones administrativas.
En ese primer tramo del relato es razonable pensar en un viaje destinado a la reconciliación o algún tipo de redención apoyada en la memoria, pero eso no es lo que ocurre. Ellias -un papel que exige todo el tiempo emociones a flor de piel y que el canadiense Marc-André Grondin asume con muchísima convicción- ya había decidido tomar distancia de un progenitor con el que ostensiblemente no tenía una relación muy armónica, pero ni siquiera la disolución repentina de ese fantasma lo lleva a cambiar de opinión.
Su determinación para mantenerse lejos de esa figura que lo atormenta queda reflejada en cada paso que da para desprenderse desaprensivamente de una herencia que considera maldita. Dona todas las posesiones del recién fallecido a la caridad y tolera con un inocultable disgusto las insistentes referencias de su entorno a esa relación que lo ha marcado para siempre. Esa influencia dañina es justamente el gran tema de la película. Los problemas de Ellias están centrados en su corazón, dolencias que afectan su salud y que tienen un evidente contenido simbólico.
Justo cuando su suceso profesional empieza a enterrar a una figura paterna que el mundo se encarga de recordarle todo el tiempo, debe lidiar otra vez con el problema. Legrand usa un brutal e inesperado giro en el guion para agigantar ese horror, y a partir de ahí Secretos oscuros se carga de tensión y sobre todo de un pesimismo agobiante.
Lo que Legrand plantea es la imposibilidad de despegarse por completo de un pasado doloroso y aplastante. Ellias no ha heredado, como creen casi todos los que lo rodean, el talento creativo de su padre, sino más bien su inhumanidad. Nunca queda claro cuáles fueron exactamente la dimensión y las características de ese maltrato porque tampoco importa demasiado. Lo que inquieta es la imposibilidad de superarlo. Es un personaje que remite a figuras trágicas (Edipo, Orestes, Ícaro, Hamlet) que tienen en común un tipo de sonoro fracaso: en la búsqueda desesperada de alguna clase de sanación, se hunden fatalmente en el desastre.
Secretos oscuros es un film pesimista y por momentos asfixiante que teoriza atrevidamente sobre una especie de “genética del mal”. En ese sentido, puede observarse primordialmente como un ensayo con el que este director, que también hizo un corto sobre una mujer que intenta denodadamente escapar de un marido abusivo (Avant que de tout perdre, nominado a un Oscar en 2013), reafirma una convicción profunda y muy bien sintetizada en lo que declaró cuando lo presentó oficialmente en el Festival de San Sebastián del año pasado: “El patriarcado aplasta a los hombres. Nos hace reprimir las emociones y no permitirnos ser frágiles”.
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