Trapero-Gusman: secretos de una familia rodante
En la vida cotidiana de Pablo Trapero y Martina GusmaFn se hace realidad todo el tiempo el título de una película que el propio Trapero hizo en 2004. "Somos una familia rodante, absoluta y definitivamente", dice ella con una risa franca. "Durante los últimos tres meses yo filmé afuera, Martina estaba grabando, mi hijo mayor en la secundaria (cuarto año) y la nena de dos empezó el jardín. Estuvimos juntos durante tres semanas en cuatro países", agrega él, contagiándose de ese estado de ánimo.
En un momento, les tocó a los cuatro establecerse en Calabria, donde Trapero dirigía un episodio de la serie ZeroZeroZero, basada en la novela de Roberto Saviano (Gomorra). "Y cuando teníamos algún tiempo libre no nos íbamos a descubrir algún lugar de ensueño. Era pasar por el supermercado, comprar la comida, ver en el medio que la nena se durmió, que Martina esperaba a nuestro otro hijo hasta tarde, que cuando llega dice que no tiene hambre y que al final terminamos almorzando pasta recalentada -también sonríe el director-. Las reglas familiares de nuestra vida cambian mucho y si uno no tiene esa cosa rodante de poder acomodarse a los cambios creo que no hubiésemos durado todos estos años juntos. En nuestro caso, vivir todo eso nos permite renovar vínculos".
Los cuatro están en Buenos Aires, pero no por mucho tiempo. Apenas horas después del estreno de La quietud, previsto para el próximo jueves, Trapero y Gusman viajarán a los festivales de Venecia y Toronto, trascendentes y decisivas vidrieras para que la película ponga en marcha su recorrido internacional. También son talismanes para el director, que ganó el León de Plata en 2015 en Venecia por El clan y presentó todas sus películas, de la primera a la última, en la gigantesca y estratégica muestra canadiense.
"La quietud es mi décimo largometraje y llega diez años exactos después del estreno de Leonera", anota Trapero. Pasó una década de aquel primer protagónico excluyente de la actriz para una película de su compañero de vida. Y también pasaron también 18 años desde que se conocieron, cuando ella tenía 21 años y él casi 29. "Hoy sentimos que no hay diferenciación entre el mundo creativo, el familiar y el laboral. Los dos decidimos que todo ese universo termine mezclado y sentimos así que todo se potencia mutuamente", cuenta Gusman.
El último fruto de esta sólida alianza es La quietud, una historia familiar que arranca con el reencuentro entre dos hermanas, interpretadas por Gusman y Berenice Bejo, la actriz nacida en la Argentina que hizo toda su carrera en Francia junto a su esposo, Michel Hazanavicius (El artista). Ambas van al encuentro de su madre (Graciela Borges), que vive en la casona rural bautizada como el título de la película. El venezolano Edgar Ramírez y Joaquín Furriel completan el elenco protagónico de un relato que a primera vista recuerda, por el modo complejo con que se abordan temas como la culpa, el dolor y la pérdida, a otro retrato de familia de la filmografía de Trapero: Nacido y criado (2006).
Cuando uno de los varios proyectos que maneja en el exterior quedó trunco, Trapero decidió tirar el ancla y ponerle manos a la obra a La quietud. "En muy poquito tiempo hicimos y montamos la película. Es una historia más intimista y más contenida que otros trabajos míos. En Leonera estaba la épica de la cárcel y antes de arrancar tenías que tener listos a 20 chicos con sus madres. En El clan, antes de filmar, había que vestir a todos los personajes con la ropa de esa época. En La quietud es al revés. Invertimos el orden. Cuando la luz estaba lista arrancábamos. Todo es cámara, todo está al servicio de lograr que mis actores actúen. Nunca hubo más de cuatro personajes en una misma escena. El relato central es la intimidad de los personajes y lo que vas descubriendo de cada uno de ellos en esa condición", apunta Trapero. "El universo de La quietud es eso. Las relaciones interpersonales, la intimidad, lo más impulsivo. Los vínculos más primarios", completa Gusman.
Actriz y director saben que pueden hablar en cualquier momento del proceso creativo que los compromete, hasta en el medio de la situación hogareña o cotidiana más banal. "Lo más lindo es cuando Martina llega y dice que tiene que hacer tal escena para tal personaje en una serie o una obra de teatro. O cuando comparto con ella algún guion que estoy escribiendo o leyendo. En general, para la gente una película es eso que se ve en el cine, pero para quienes las hacemos se trata de nuestra vida cotidiana", ilustra Trapero. Usa siempre el mismo ejemplo, el del momento en el que les pidió a sus propios padres que actuaran en un corto que iba a dirigir. "Como me preguntaron tantas veces cómo se hacía una película, sentí que era más fácil convocarlos y que lo vieran de primera mano dentro de ella", agrega.
Antes de cada rodaje hay un trabajo previo en conjunto muy compenetrado entre director y actriz, que depende del perfil del proyecto. "En Leonera, mientras Pablo escribía yo estaba investigando en las cárceles. Estuvimos así casi un año. La quietud es otra cosa, una película más de actuación y de dirección que nos permitía ir explorando cosas creativas juntos. Mientras él escribía yo iba aportando cosas a partir de los disparadores que me tiraba. Tomó algunas de mis propuestas, otras no. Y hubo algo de la construcción de mi personaje que se fue armando en paralelo con la construcción de la historia. Todo eso tiene que estar listo antes de arrancar a filmar", detalla Gusman.
Cuando llega el momento del rodaje los roles están definidos como nunca. "Martina es la actriz y yo el director que la guía y la ayuda a convertirse en su personaje. Conocernos tanto es una ventaja y ayuda a plasmar la idea con cierta facilidad, pero no se trata de una situación placentera en sentido estricto, porque construir un personaje exige mucho compromiso y concentración. Como todo proceso creativo es algo doloroso. Escribir, actuar, dirigir es doloroso. Y aunque la angustia no desaparece, siempre surgen los momentos de disfrute. Lo más lindo de trabajar juntos pasa por transitar esos momentos de cierta angustia un poco más acompañados. Lo mejor de La quietud es que pudimos generar en mucha gente un proceso de enorme compromiso emocional", apunta Trapero.
Gusman está a cinco materias de recibirse de psicóloga y ya ejercita esa vocación en la Fundación Sí, a la que le dedica cada semana un tiempo que jamás posterga. Del cruce entre la experiencia vital y el conocimiento profesional sostiene que su pareja le saca la máxima ventaja a esa convivencia laboral y familiar que en otras parejas de artistas puede volverse traumática. "Somos recontra simbióticos, pero ponemos siempre esa condición al servicio de un proceso creativo. Además, el arte siempre sana. En nuestro caso diría que esta relación está muy bien canalizada".
Trapero vuelve a sonreír cuando insiste en definir a su vida familiar como "toda una ingeniería". Dice que la situación les consume a él, a Martina y a sus dos hijos (Mateo, de 16, y Lucero, de apenas dos años) muchísima energía. "Pero a eso se agrega que nuestras vidas son muy poco predecibles –señala–. Un día llega Martina y dice que en un mes empieza a hacer teatro. A partir de allí las cenas ya son a otro horario. Y no hay fines de semana ni feriados, porque hay que explicarles a los hijos que en esos días es cuando más gente va al teatro. Y después me toca irme a filmar afuera, semanas enteras que no nos vemos. Entonces Mateo termina un viernes de jugar al tenis, se toma un avión y nos vemos el sábado en algún lado". A lo que Gusman agrega: "Por suerte contamos con una red familiar muy grande, donde entran los tíos o los abuelos, y mucha capacidad de organización de nuestra parte".
Hasta que en un momento el hijo adolescente de la pareja llega una y otra vez a la misma conclusión. "Mateo nos dice que siempre hablamos de lo mismo –vuelve a sonreír–. Dónde nos encontramos, a qué hora, el avión, el hotel, si nos cruzamos en el aeropuerto. Nos ha pasado mucho de tener que ir yo para un lado y ella para el otro y encontrarnos al mediodía en algún lado. Toda una movida infernal para terminar en cualquier lugar haciendo lo mismo que en tu casa: comer un plato de fideos".
Gusmán según Trapero
"Martina tiene herramientas que no son habituales en una actriz. No es fácil encontrar un nivel de detalle, de profundidad y de precisión tan grande como el que ella expresa. Es por eso que sus actuaciones llegan siempre a una altura elevadísima. Hay algo que me ocurre todo el tiempo: los personajes que escribo son mejores porque los interpreta ella. No es que tenga que adaptarlos a las características interpretativas de Martina. Yo sé que el borde se puede correr porque ella le va a encontrar siempre algo diferente, único. Un gesto, una pose, una mirada, una posición".
Trapero según Gusmán
"Lo que más me enamoró de Pablo es su condición de constructor de sueños. Es un apasionado, tiene una energía ilimitada. Cuando no está filmando o escribiendo ve entre tres y cuatro películas por día. Para él todo es posible. Eso fue esencial en nuestra conexión. Es un director exigente, presente y contenedor. Tener ese nivel de intimidad con él me lleva a decirle que sí a algunas escenas que no habría hecho con otro director. Se involucra tanto que te saca de tu zona de comodidad para exigirte el máximo compromiso. La plenitud creativa que siento trabajando con él es enorme. Nunca me siento sola".
Vidas paralelas
En mayo de 2011, le tocó a Martina Gusman integrar el jurado oficial del Festival de Cannes, presidido por Robert De Niro. Ese año ella y Trapero conocieron a Berenice Bejo y a su esposo, el director Michel Hazanavicius. "Fue casi por azar -recuerda el director-, pero allí nació una relación muy linda. Me sorprendió desde el primer momento lo parecidas que eran Berenice y Martina, y luego, charlando, descubrimos que tenían una dinámica familiar muy parecida a la nuestra. Hijos adolescentes, viajes, proyectos aquí y allá. Y un poco en chiste le dije tiempo después a Berenice que algún día iba a hacer una película con ella como hermana de Martina". Después de varios encuentros, Trapero tuvo las cosas mucho más claras en Venecia 2015, cuando presentó El clan y se llevó el premio al mejor director. "Compartimos allí unos días muy lindos y volví a la carga. Les dije que ya no era un chiste, que la íbamos a hacer. Cuando vimos que todos los horarios y los planes coincidían me puse a escribir. Filmamos entre septiembre y diciembre de 2017", contó el director. Gusmán fue todavía más lejos: "Berenice es más parecida a mí que mi propia hermana mayor en la vida real. Te lo juro. Y hasta la construcción del vínculo en la preproducción fue por ese lado, porque las dos nos dedicamos a reconstruir nuestras infancias".
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