Un héroe desdibujado
"Alexander- Alejandro Magno" ("Alexander", EE.UU.-Gran Bretaña/2004, color; hablada en inglés). Dirección: Oliver Stone. Con Colin Farrell, Anthony Hopkins, Jared Leto, Angelina Jolie, Val Kilmer, Rosario Dawson, Christopher Plummer, Gary Stretch. Guión: Oliver Stone, Christopher Kyle y Laeta Kalogridis. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Vangelis. Edición: Tom Nordberg, Yann Herve y Alex Marquez. Presentada por Warner Bros. Duración: 175 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años, con reservas.
Al cabo de tres horas de un film que se propone bosquejar un retrato de Alejandro Magno, lo único que queda en evidencia es la desmedida ambición de Oliver Stone y su indecisión frente al personaje. Entre el gran espectáculo de las batallas, el exotismo de escenarios reconstruidos sin ahorrar gastos (Babilonia incluida), los largos discursos y explicaciones que sustituyen a la evolución narrativa, las apelaciones melodramáticas y el intento de hurgar en la intimidad del héroe para descubrir sus conflictos existenciales y sus preferencias amorosas, la figura del formidable conquistador se dispersa y desdibuja: de su grandeza épica apenas quedan rastros dispersos (por mucho que Vangelis los envuelva en sus apoteosis sonoras). Como si de tanto intentar deconstruir el mito, Stone se quedara al fin sólo con las piezas de un rompecabezas que después no sabe cómo armar.
De cómo se forjó la gloria de este general extraordinario que en poco más de diez años expandió el helenismo y construyó el imperio más extenso que el mundo había visto hasta entonces -abarcaba de Grecia y Turquía a Egipto, la Mesopotamia, Persia y parte de la India- se muestra poco. Sólo dos de sus grandes batallas -una, la de Gaugamela, que le posibilitó el dominio del imperio persa; la otra, en los bosques de la India, donde conoció la fiereza de los elefantes- son descriptas con espectacularidad en imágenes potentes pero no siempre inteligibles. Buena parte de lo demás se confía a las memorias que Ptolomeo (uno de sus generales y posteriormente rey de Egipto) les dicta en la ancianidad a sus discípulos en Alejandría (narración que, dicho sea de paso, abre y cierra el film, y se ocupa de cubrir los abundantes baches de la biografía).
La leyenda deconstruida
Stone presta en cambio más atención a averiguar qué hay bajo la estampa del héroe legendario y encuentra que el guerrero valeroso esconde titubeos e inseguridades, que hay en él una suerte de angustiado Hamlet, que no está libre de la crueldad y la injusticia y que muchas de sus conductas han sido motivadas por el deseo de competir con la memoria de su padre, Filipo II de Macedonia, y superar sus hazañas. En la infancia de Alejandro (y también después) según la versión de Stone, hay otros personajes determinantes: su madre, la tenebrosa Olimpia, que quiere para él la gloria de Aquiles, y su maestro, Aristóteles, algunas de cuyas enseñanzas el joven soberano cuestionará con el tiempo. Un tercer personaje decisivo es Hefestión, compañero fiel desde la infancia y amigo tan íntimo y entrañable después como para inferir que en realidad la muy publicitada bisexualidad del héroe que Stone quiso sostener parece franca homosexualidad: Alexander sólo toma esposa porque quiere tener un heredero. En su corazón sólo hay lugar para el ímpetu guerrero y para Hefestión.
Ya se sabe que ni la agudeza psicológica ni la sutileza son rasgos distintivos del cine de Stone, de modo que no extrañará el trazo grueso de muchas de estas descripciones. Sorprende en cambio que un realizador de su experiencia no haya podido concertar el material que tenía entre manos ni traducir en términos dramáticos mucho de lo que quería contar: de ahí la sobrecarga de trabajo para Anthony Hopkins (Ptolomeo) y sus extensas parrafadas mientras recorre llamativos escenarios de Alejandría. También sorprende el despiste del casting, cuyos equívocos mayores son una Olimpia de la misma edad de su hijo en la ficción (Angelina Jolie, completamente desorientada) y un Hefestión (Jared Leto) puesto siempre a la sombra del héroe y con aspecto de recién salido de una cama solar. Kilmer, Hopkins, Plummer y el resto defienden sus partes a fuerza de oficio. Y al muy esforzado Colin Farrell le sobra tintura y le faltan carisma, coherencia y, probablemente, guía.
Esfuerzo malogrado, "Alexander" consigue sin embargo no aburrir a pesar de su indefinición, de sus graves problemas narrativos y de su excesiva duración. Quizá porque en el barroquismo de sus imágenes y en el atractivo de sus escenarios hay bastante con qué distraerse. Una lectura metafórica de la epopeya -o mejor: de algunos de sus episodios- es posible, pero no muy enriquecedora.