Disimulada por el ruido y una ininteligible marea de efectos visuales, la despedida del antihéroe encarnado por Tom Hardy repite fórmulas, chistes y hasta diálogos ya vistos en otras historias del mismo universo
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Venom: el último baile (Venom: The Last Dance, Estados Unidos-Reino Unido-México/2024). Dirección: Kelly Marcel. Guion: Tom Hardy y Kelly Marcel. Fotografía: Fabian Wagner. Música: Dan Deacon. Edición: Mark Sanger. Elenco: Tom Hardy, Chiwetel Ejiofor, Juno Temple, Stephen Graham, Rhys Ifans. Distribuidora: UIP/Sony. Duración: 110 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: regular.
Lo primero que la despedida de Venom deja a la vista es la confirmación de que Marvel sigue atrapada en un espiral de fatigas y repeticiones que conspira contra los resultados artísticos de sus proyectos y adelanta un pronóstico de tiempo inestable para el futuro. Los números, sin embargo, tienen otra apariencia. Las primeras proyecciones de la taquilla planetaria en el crucial fin de semana de estreno ya hablan de la convocatoria más alta para una película de superhéroes desde el éxito de Spider-Man: lejos de casa (2019).
Detrás del indudable entusiasmo de los fans, que parecen dispuestos a confiar en la fidelidad al comic original propuesto por el cierre de la trilogía, no queda mucho. Ese respaldo es decisivo (basta con ver lo que pasó con Guasón 2, vista por el fandom de Batman como una verdadera traición) para salir ganancioso en las cifras, pero la aprobación en este caso no supera los estrechos márgenes del balance contable.
La poderosa maquinaria visual y tecnológica de Marvel (en otro capítulo de su asociación con los estudios Sony) tal vez consiga por un rato disimular las carencias, pero una vez disipado el humo nos encontramos con una deriva muy parecida a la de Ant Man, que resignó de la peor manera la brillante identidad originaria de comedia familiar expuesta en sus dos primeras películas para hundirse en la tercera bajo una marea de efectos visuales solemnes, ampulosos y estridentes que no dejaba lugar para el resto.
Aquí hay escenas de acción directamente ininteligibles. Los personajes manipulados digitalmente van y vienen en sus batallas con feroces monstruos llegados del inframundo sin que tengamos en claro hacia dónde se dirigen o qué están por hacer. Estos bichos aportan otro problema: funcionan como instrumentos de un villano también digital (Knull, el creador de los parásitos extraterrestres que absorben a ciertos humanos) apenas visible, siempre distante y sin otro rasgo que el de ser una especie de equivalente o sustituto de Thanos en este universo paralelo.
El centro de la historia sigue estando en la peripecia de Eddie Block (Tom Hardy), un marginado que asume y reconoce su lugar de antihéroe a partir de la simbiosis con uno de esos horribles seres de dientes afilados y voz cavernosa. En este capítulo final, también escrito por Hardy (como ocurría en Carnage Liberado), Block pierde por completo la posibilidad de jugar desde la ironía y la broma autorreferencial con ese desdoblamiento. Lo único que le queda es una mueca de hastío y desinterés, como si quisiera sacarse de encima lo más rápido posible toda esa mochila.
La historia avanza sin demasiada convicción a través de un camino que gasta fórmulas, chistes y hasta diálogos demasiado conocidos en unas cuantas experiencias previas de este mismo universo. Lo mismo pasa con algunos personajes secundarios (el militar de Chiwetel Ejiofor y la científica de Juno Temple) de una trama que remite todo el tiempo a las ya muy trajinadas leyendas urbanas alrededor de investigaciones secretas sobre fenómenos extraterrestres en zonas desérticas del territorio estadounidense.
A todo esto se agrega un relato complementario sobre una familia contracultural que sueña con algún “encuentro cercano”. Fuera de la simpática descripción de estos personajes, sobre todo el que personifica Rhys Ifans al borde del estereotipo, esa presencia no tiene influencia ni relieve en una historia que además termina a las apuradas, como si Block y Venom no tuviesen demasiado más para contar. Y con una despedida que debe tener el clímax más apagado de toda la historia cinematográfica de Marvel, incluyendo a las dos brevísimas escenas post-créditos.
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