
Con Guillermo Toledo y Mónica Cervera
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Consumo cuidado
Alex de la Iglesia regresa con una fábula anticonsumo.
Ferpectamente!”, asi dice que se encuentra Obelix cada vez que Asterix le reprocha, en Los laureles del César , su borrachera. El director bilbaíno Alex de la Iglesia ( El día de la bestia ) decidió convertir el término obelixiano en leit motiv de su película, una metáfora contundente acerca del malestar en nuestra cultura del consumo. El diagnóstico del film es claro: cotidianamente se nos impone una lógica fatal y perversa que incentiva el consumo como una forma de paliar la insatisfacción con la propia vida, al tiempo que apuntala la insatisfacción para que el consumo no decaiga. Nada bueno, mucho menos perfecto, puede salir de un sistema que se alimenta de necesidades ilusorias.
Eso es lo que Rafael, nuestro antihéroe, se niega a aprender. Seductor compulsivo y as entre los vendedores de ropa femenina en la tienda Yeyo’s, Rafael se define como “un hombre elegante que quiere tener una vida elegante”. Ante su ideal sólo se interpone el insufrible don Antonio, vendedor rival que obtiene el cargo de gerente de sección, puesto que condensa todo lo que Rafael quiere de la vida. Cuando, en medio de una discusión acalorada entre ambos, don Antonio muere más o menos accidentalmente, Rafael ve la perdición y luego una esperanza: ahora el cargo puede ser suyo. Pero hay una testigo del crimen: Lourdes, la vendedora más fea de la tienda, la única a la que Rafael ignoró siempre y que, desde ese momento, lo tiene en sus manos.
En esta fábula anticonsumista no hay buenos, sólo personajes más simpáticos que otros. Como buen iconoclasta, De la Iglesia hace de Rafael –quien, igual que Alfie , nos habla desde la pantalla y nos extiende su seducción– el más simpático y el peor de todos. Es, también, el encargado de demoler las instituciones más preciadas de la sociedad española: el matrimonio, la familia. Modelada sobre la fantástica Ensayo de un crimen (1955) de Luis Buñuel –con la incineración de un maniquí en un horno y una caída por el hueco del ascensor incluidas–, Crimen Ferpecto mezcla varios géneros –el suspenso, el policial, la comedia–, todos sobrevolados por uno típicamente español: el esperpento, una especie de versión europea de nuestro grotesco. La extraordinaria competencia de Alex tras la cámara hace que todos los rubros visitados funcionen: hay risas, hay tensión, hay una trama bien construida. Y, sobre todo, hay dos interpretaciones descomunales en los protagónicos que son la base de todo. Sólo un prólogo innecesario, un final débil y una filosofía expresada de modo discursivo y con clisés (“tú no tienes la culpa de que nuestra sociedad sólo valore la belleza”, etcétera) hacen que la película no sea perfecta. El último film de Alex de la Iglesia es apenas ferpecto. No es poco.
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