Danza nacida en Holanda
Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. "La escuela holandesa." Programa: "Gilles", música de Jean Gilles, y "Solo", música de Simeon Ten Holt, con coreografías de Ton Wiggers; "Ostacoli", música de Anders Eliansson, coreografía de John Wisman, y "Luminescences", música de Francis Poulenc y coreografía de Nils Christe. Director: Mauricio Wainrot. Teatro San Martín.
Nuestra opinión: Muy bueno
En cada presentación, el Ballet Contemporáneo del San Martín sorprende por su crecimiento. Se trata de artistas que no necesitan de categorías para sobresalir, porque naturalmente se destacan como si cada uno fuera solista. Más por el training y reglas directivas, el esfuerzo radica en que sea el espectáculo el protagonista.
Este programa, denominado "La escuela holandesa", trae obras de coreógrafos de los Países Bajos. Disímiles entre sí, la conexión está en la libertad de las estructuras, la ruptura sutil de esquemas espaciales y rítmicos. Ton Wiggers abrió con "Gilles", pieza de conjunto aliada a la música de melancólica tesitura. El negro del vestuario acentúa una íntima tristeza, que los bailarines expresan con movimientos poderosos. Aun así, la fuerza está concentrada, controlada, resumida en lágrimas internas que pueden suponer situaciones de pérdida. También, de consuelo global. Aquí aparece una característica de Wiggers, al crear secuencias en las que todos realizan idénticos pasos. La compañía está dividida en parejas, lo que hace una aglomeración de dúos. Sería lo mismo que fueran dos los intérpretes, ya que la mayor parte de la obra es repetición de lo que realizan los otros. Sin embargo, es la clave para que sea conmovedora, solidarizado el elenco en expresión y en el estilo.
Para contrarrestar, "Solo" presenta a Jack Syzard en una danza unipersonal en la que se entrelaza una dinámica lánguida con nerviosos tics. Da la impresión de que por dentro de la carcaza corporal un río recorre la musculatura, que representa ondulaciones, remansos, saltos, cascadas. Todo va por dentro, como si el bailarín estuviera poseído por algo que lo impulsa a moverse. Sin desbordes, pero con enorme sugestión e intensidad.
"Ostacoli", una reposición de John Wisman, está representada por once varones. Aires de guerra se impregnan en cuadros vigorosos. Los cuerpos están preparados para la lucha, pero también para la agonía. Sus caras revelan miedo y furia, al igual que abatimiento. Algunos caen defendiendo lo que les importa, pueden ser sus principios, su tierra, sus amigos, ellos mismos. Con igual coraje se levantan y enfrentan una batalla que parece sempiterna, alineados mirando hacia una luz que simboliza un futuro de paz.
Después de las sombrías emociones que proponen las anteriores, "Luminescences", de Nils Christe, es un hálito de vida. Evanescente, el cuerpo de baile sigue el "Concierto para dos pianos", de Francis Poulenc, como si fueran las notas, más no ilustrativamente, sino con el vuelo de una danza radiante, sutil. También aquí hay dúos; algunos se adecuan al terso movimiento del adagio. Otros simbolizan en la picardía y rapidez etérea femenina el allegro. El tempo que no da respiro y la luminosidad circundante y los colores pasteles del vestuario dan la imagen de un prado bañado de sol y sonidos de la naturaleza. La musicalidad que imprime Christe a su obra es parte de un lenguaje fresco, imaginativo, vital, variado y profundamente emocionante. En las figuras del final los cuerpos, en una rítmica pendular, parecen campanas hechas de pétalos de flores que hablan de una felicidad simple, sonando porque el sol ha tocado los corazones. Excelente, la pieza es pura danza de nivel superior, ya que el vocabulario, aparentemente sencillo, es una filigrana de difíciles pasos. Es lo opuesto a lo intrincado y de impacto. Christe es poesía y el caleidoscopio de lo que quiere decir jamás denota grandilocuencia. Maravilloso el Ballet Contemporáneo del San Martín, que tradujo en todas la obras lo mejor de su arte.