
El Ballet del Colón y un invitado de lujo
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El lago de los cisnes , de Piotr Tchaikovsky y coreografía de Raúl Candal según originales de Marius Petipa y Lev Ivanov. Intérpretes: Ballet Estable del Teatro Colón, dirigido por Raúl Candal, y los artistas invitados Julio Bocca y Alina Cojocaru. Asociación de Profesores de la Orquesta Estable del Teatro Colón, dirigida por Carlos Calleja. Escenografía: Gastón Joubert. Vestuario: producción del Teatro Colón. Diseño de luces: José Luis Fiorruccio. Duración: 150 minutos, con un intervalo. En el Luna Park.
Nuestra opinión: muy buena
La atmósfera que imperaba en la sala del Luna Park con el nuevo programa que ofreció el Ballet Estable del Teatro Colón estuvo cargada de emociones que escapaban al hecho artístico. Por una parte, representaba el regreso de Julio Bocca junto al cuerpo de baile que lo albergó en su juventud y con el que hacía muchos años que no actuaba. En segundo lugar, había cierta carga de melancolía, ya que esta presentación anticipa el tan anunciado retiro del bailarín, previsto para el 22 de diciembre. Era una cita de honor en la que nadie quería estar ausente y así quedó demostrado con las localidades totalmente cubiertas y con el entusiasmo y la devoción a flor de piel.
Se podía haber pensando en un ballet que permitiera la actuación descollante de Bocca. Por el contrario, el bailarín prefirió El lago de los cisnes , una obra que permite el lucimiento de las figuras femeninas y del cuerpo de baile. Y así se lo vio, como un bailarín invitado que compartió protagonismo con la solista rumana y el elenco para dar prestancia y relevancia al espectáculo en su totalidad.
Este clásico de la danza de Tchaikovsky, un cuento mágico en la versión de Raúl Candal, pudo mostrarse con un gran despliegue gracias a las dimensiones del escenario, en el que Gastón Joubert diseñó dos ámbitos. El primero, el jardín del palacio, con el encanto y la magia que ofrece el marco de la naturaleza, donde el lago encantado adquiere preeminencia y en el que se utilizaron efectos que permitieron reflejar el movimiento del agua. En el segundo, grandes telones recrearon la majestuosa arquitectura palaciega y el trono real, que adquirieron mayor relieve con la iluminación de José Luis Fiorruccio.
El vestuario, producción del Teatro Colón, tenía el diseño y la variedad cromática que engalanaron la propuesta al crear atractivos contrastes visuales. Impactante es el traje del hechicero, una gran capa con plumas, como el de las delegaciones de príncipes y princesas, con atractivos diseños y colores.
Uno de los grandes protagonistas de la noche fue el cuerpo de baile que se mostró, con la dirección de Raúl Candal, con gran armonía de conjunto y rigor artístico, cualidades que quedaron refrendadas con el pas de quatre , impecablemente interpretado por Luciana Barrirero, María Eugenia Padilla, Silvina Vaccarelli y Carla Vincelli, por mencionar sólo algunas de las grandes actuaciones, pero no las únicas. Vagram Ambartsoumian, como Von Rothbart, tuvo la prestancia y grandilocuencia que le exige su personaje en una interpretación potente y significativa. Leonardo Reale le sacó el jugo a su bufón, en una composición muy elocuente y divertida. Alicia Quadri, como es habitual, le dio envergadura al personaje de la reina madre.
La bailarina principal del Royal Ballet, Alina Cojocaru, invitada para el papel de Odette y Odile, tuvo sus momentos de lucimiento y acertó en la elaboración dramática de los dos personajes contrapuestos, aunque por momentos se distanciaba de la emoción.
La figura esperada de la noche fue Julio Bocca y, aunque su personaje le demandó una mayor participación como partenaire, en los momentos solistas demostró que con toda su experiencia pudo desarrollar una expresividad artística que trascendió la capacidad física y técnica.
Como era de esperar, al finalizar, el público estalló en ovaciones que se reforzaron cuando tuvo oportunidad de ver el video que registra imágenes del bailarín en distintas épocas de su carrera profesional.
Un broche de oro para una noche que mostró al Ballet Estable del Teatro Colón, con la dirección musical de Carlos Calleja, en una etapa de consolidación artística al servicio de un gran espectáculo.



