Delirante retrato de un eterno niño kitsch
En Mi gran noche, Álex de la Iglesia se dio el gusto de trabajar con el artista español, una de las grandes voces de la canción romántica
Como es habitual en la vida de Raphael, su sola presencia provocó la locura en la última edición del Festival del San Sebastián. Su paso fugaz sirvió para preestrenar allí Mi gran noche, un delirio barroco de Álex de la Iglesia, que se estrena hoy aquí, en el que interpreta a un divo de la canción egocéntrico, resentido y maltratador. Constituido en ícono del kitsch, en vanguardista a pesar de él, su presencia convoca a fans de varias generaciones, sin diferencias. Es único. Es un mito viviente. Él lo sabe. Y se ríe de sí mismo.
-El Alphonso de la película es un divo insufrible. ¿Cómo asumió que tenía que hacerlo así sin que alguien se confunda?
-Con todo mi sentido del humor. Sin humor hoy en día no se puede vivir, y el que no lo tenga, pues que lo compre. Me parezco a ese señor en algo: ambos tenemos la misma profesión. ¡Desde ya que no soy ése, aunque conozco a varios que se le parecen! Mi hijo Manuel, que es director, me dijo: "¿Qué temor tienes, papá? ¿Tú te crees que la gente a estas alturas de tu vida cree que eres así?".
-¿Conoce a divos así?
-Por supuesto, pero no voy a decir quién: se dice el pecado, pero no el pecador. En cambio, la mayoría de los grandes artistas son gente muy normal, normalísimos. Las manías las tienen los que no han cumplido su sueño.
-Su última película, Volveré a nacer, es de 1973. ¿Por qué dejó de filmar?
-Porque mis giras son interminables. Y lo mío es el escenario. Ahora mismo tengo planificadas giras hasta fin de 2016 y no hay productor que espere tanto tiempo. De vez en cuando me planteaban volver a rodar, pero era sólo la idea. No me traían ningún guión, algo concreto. Y yo no hago cine, sino guiones. El único que lo entendió fue Álex (De la Iglesia).
-¿Qué vio en la idea de Mi gran noche que lo atrajo?
-El desarrollo del guión: me interesaba saber qué personajes tenía alrededor. No quería estar rodeado de porquería.
-¿Cómo fue volver a pisar un estudio de filmación?
-Me sentí muy acompañado. Cuando yo rodaba me metían en un camerino y no salía hasta mis escenas, y encima mis réplicas me las daba un asistente, no los actores. Antes al protagonista se lo trataba como aparte y sólo lo veía el director, el maquillador, el jefe de iluminación y quizás el productor. Y a los demás compañeros los veías rodando la escena y ya. Además se trabajaba con una cámara. Ahora haces una escena y te ponen veinte. También es más bonito hacer cine ahora, en el sentido de que haces muchos amigos. ¡Estoy enamorado de mis compañeros de trabajo!
A su paso por San Sebastián, una periodista le confesó que su padre le inculcó el amor por él y le ruega una foto juntos. Otro colega le revela que a sus tres años, en un bar, le pidió un autógrafo. Otro le cuenta una anécdota improbable sobre un encuentro en alguna ciudad del mundo. La rueda de prensa termina pareciéndose a una convención de fans. Raphael -el Niño de Linares, 72 años y una sonrisa inoxidable, digan lo que digan los demás- sabe que los rituales de sus entrevistas terminan invariablemente de la misma manera.
-El feedback con el público parece su marca de fábrica. ¿Cómo lo consigue?
-Yo adoro al público. Y nunca niego un autógrafo. Por eso ellos me quieren a mí. Eso de "con lo que yo te quiero y tú no me quieres nada" es mentira: no me lo creo. La relación es de ida y vuelta. Eso sí, soy muy dado a contestar impertinencias. Cuando me dicen "Tenemos la misma edad", yo los miro de arriba abajo y les respondo: "Pues hay que cuidarse". A veces en la calle me dicen: "Yo he hecho la mili contigo". Y me siento fatal, porque no la he hecho. Mis hijos me dicen: "Pero ¿qué trabajo te cuesta decirles que sí?".
-En 2003 se sometió a un trasplante de hígado. ¿Cómo se ve a sí mismo, más de una década después?
-Yo era un hombre yéndose a quien le colocaron un motor nuevo. Mira cómo estoy. Llevo trece años de prórroga y parece que esto no va a acabar nunca. Me cambiaron las prioridades y muchas cosas por dentro. Valoré mucho más la familia y los amigos. Y mi amor por el público, que sigue intacto.
-Suele pedir que no lo definan como cantante, sino como artista. ¿Cómo es ser artista?
-En principio es una profesión maravillosa. Pero hay que nacer artista. Pa' esto no se dan clases. Se puede perfeccionar, pero el sello viene con uno. Uno nace y muere artista.
-¿De dónde tomó su estilo?
-Todo artista tiene gestos que vienen desde siempre. Yo mismo me descubro con cosas de Edith Piaf. El artista tiene un lenguaje propio, cosas que no son homenajes ni están copiadas. Yo no puedo decir "tú" (echa la cabeza hacia atrás), sino "tú" (acompaña la palabra con la mano). Hay que respetar las formas. Yo voy mucho al teatro, porque allí aprendo lo que no hay que hacer.
-¿Hay momentos en que se siente cerca de la despedida?
-El día que no esté en condiciones lo voy a saber enseguida: la que manda es la garganta. Puede ser mañana a la mañana o dentro de veinte años. Hay que saber marcharse con todos los honores. No diciendo nada ni despidiéndose. Muchas veces se habla de "gira de despedida". ¡Jamás haría algo así: eso de andar despidiéndose todas las noches llorando sobre un escenario! ¡Qué horror!
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