El Di Tella, vuelve
En la Fundación Proa se inaugurará pasado mañana, en la sede de Pedro de Mendoza 1929, una muestra en la que se recontruyen las obras que participaron de la exposición "Experiencias 68", organizada por el legendario Instituto Di Tella. A 30 años del cierre de aquella muestra, hoy hablan gran parte de sus protagonistas sobre el arte y la política predominante en la agitada década del sesenta. El fundador de la casa y actual canciller, Guido Di Tella, cuenta que el centro fue la materialización del gran proyecto de su vida y Enrique Oteiza, por ese entonces su director general, describe el funcionamiento de las áreas para el desarrollo de las diversas disciplinas artísticas
Década de Oro suelen llamar los historiadores de arte a los años 60 en la Argentina. Y Manzana Loca es el nombre que el público eligió para bautizar al principal foco donde se combatía la revolución artística de entonces: el Instituto Di Tella y su entorno.
Pasado mañana, exactamente 30 años después del cierre de la última gran muestra de ese centro, la Fundación Proa inaugurará una exposición que ya hace correr ríos de tinta. En ella se reconstruyen las 12 obras que participaron de las Experiencias 68, y que el jueves 23 de mayo de ese año fueron destruidas a la entrada del instituto por los propios artistas.
En el marco del Di Tella alcanzaron su máxima expresión dos corrientes: el arte pop, que recreaba a su modo la movida neoyorquina liderada por Andy Warhol; y la línea conceptual, que se desarrolló en Argentina de manera simultánea con los Estados Unidos, pero en una vertiente fuertemente politizada.
En la memoria colectiva brillan la extravagancia de las fiestas, el pop y los hippies. La actual muestra en Proa, en cambio, recupera sobre todo la otra tendencia, la conceptual, tan decisiva para el arte argentino posterior, a través del arte político y el arte de los medios.
El fin de fiesta, vaticinado en una carta con la que Pablo Suárez participó de las Experiencias 68, se disparó con la clausura de "El baño", de Roberto Plate, obra en la que los visitantes habían inscripto leyendas en contra del entonces presidente, teniente general Juan Carlos Onganía.
El cómo, el porqué, el antes y el después de ese episodio son relatados en esta nota por boca de casi todos sus protagonistas, a saber: Oscar Bony, Delia Cancela, Jorge Carballa, Roberto Jacoby, Roberto Plate, Margarita Paksa, Alfredo Rodríguez Arias, Juan Stoppani, Pablo Suárez y Antonio Trotta. Participaron además David Lamelas, y los fallecidos Rodolfo Azaro y Pablo Mesejeán.
Todos se pusieron en la mira de Patricia Rizzo, que rescató toda la documentación existente sobre la muestra de 1968 en un riguroso ensayo, e hizo reconstruir las obras.
También reproducimos las opiniones de personalidades como Guido Di Tella, dueño junto con su hermano Torcuato del complejo industrial Siam Di Tella, que sostenía económicamente las actividades del instituto (ITDT); Enrique Oteiza, director general del centro (ver página 46); y Marta Minujín, indiscutible ícono de la época.
Jorge Romero Brest fue su otra cara visible, un crítico y pensador de energía arrolladora, que prefirió la dirección del Centro de Artes Visuales del ITDT a la que ostentaba en el Museo Nacional de Bellas Artes antes de 1963.
Ese coro de voces se expresa desde enfoques diversos, a veces enfrentados, otras en apretada coincidencia. Treinta años más tarde, sus reflexiones se tiñen de melancolía, esperanza, protesta, euforia o escepticismo. Muchos se exiliaron en Europa o Estados Unidos, o dejaron de producir por años, como consecuencia de los principios que defendían en aquella época revuelta.
Sustentado en la idea de la desmaterialización del arte, proclamada entonces por Alberto Greco y Oscar Masotta, entre otros, el principio rector del final de década auguraba la disolución del arte en la vida. Ese era el destino que imponía el esprit du temps, signado por el compromiso social y la militancia de izquierda.
Tan rutilante como complejo fue ese período en que convivieron -gracias a la apertura experimental del informalismo-, el arte cinético, los neofigurativos y los flamantes embanderados del pop y el conceptual, al tiempo que Berni, con la avidez creadora de los grandes, asimilaba a su modo el aporte de las nuevas generaciones. En esos años, por primera vez, las nuevas corrientes se generaban en la Argentina de manera simultánea con los países centrales.
El radical espíritu de libertad, que intentaba romper con los moldes artísticos, políticos y sociales vigentes, no encontró demasiados obstáculos durante el gobierno de Arturo Illia. Fue el momento de los happenings, las fiestas, los hippies y las minifaldas, en una Buenos Aires en la que regían el saco y la corbata.
De 1966 en adelante, en cambio, ese impulso renovador tendría que enfrentarse con la censura del régimen de Onganía. El 29 de junio de 1966, se desarrolló la trágica "noche de los bastones largos", redada policial en la Universidad de Buenos Aires que acabó en golpizas y cárcel para estudiantes y profesores. Un año más tarde, en julio, se prohibía la ópera "Bomarzo", de Alberto Ginastera y Manuel Mujica Láinez. De esa política se derivó el cierre de los centros de arte en 1970, desgastados también por la falta de recursos económicos.
Pero la historia ha conseguido, al menos simbólicamente, su venganza: 30 años después, el Di Tella recala en Proa, que funciona gracias al auspicio, entre otras empresas del holding Techint, de la Siat, heredera de la extinta Siam.
Antes y durante el ITDT, muchos de estos artistas ya se asomaban a galerías y museos, y discutían en librerías y bares. Algunos de ellos reconocen al ITDT como su cuna; otros le restan importancia o lo critican. Pero ninguno puede ni quiere destruir el mito, que ellos mismos construyeron sin siquiera advertirlo. Precisamente por eso, tal vez, la época del Di Tella sea hoy, como dicen los historiadores, la década de oro del arte argentino.
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