Ernesto Sabato, el del tango
El libro "Tango, discusión y clave", de Ernesto Sabato, estaba agotado. Y es como si todavía hoy lo estuviera, porque escasas librerías -por no decir ninguna- lo tienen en sus anaqueles.
El libro había desaparecido hace muchos años, hasta que en el otoño de 1997 Losada logró rescatarlo en una magnífica y excelentemente ilustrada segunda edición.
El tango, en su propia ciudad, tiene al menos un quiosco por Corrientes, dedicado a sus músicos y sus obras en revistas y libros. Pero las librerías de Buenos Aires le hacen flaco favor al género ciudadano.
Por empezar, los dos tomos de "El libro del tango", de Horacio Ferrer, brillan por su ausencia en nuestras imprentas y estanterías públicas.
Y salvo alguna perdida "Historia de la orquesta típica", de Luis Adolfo Sierra, o algunos de los libros publicados por Cadícamo en Corregidor (quijotesca empresa dedicada al tango y lo argentino), como el de Cobián, o los libros sobre Astor Piazzolla, no existen en la profusa literatura de escritores de todas las tendencias volúmenes dedicados a un profundo análisis estético, sociológico, filosófico o cultural, como el apasionante y controvertido "La ciudad del tango", de Blas Matamoro, tan agotado como su otro libro que lleva el nombre de la música ciudadana, y que espera resucitar algún día en alguna feria del libro...
* * *
"Tango, discusión y clave" es uno de ellos. Sabato se lo dedicó a Borges, diciéndole en el prólogo "Tango, canción de Buenos Aires" (que le pertenece en exclusividad):"Yo quisiera convidarlo con estas páginas que se me han ocurrido sobre el tango. Y mucho me gustaría que no le disgustasen. Creameló" (sic).
El libro tiene una segunda parte "Antología de informaciones y opiniones sobre el tango y su mundo", en el que colaboraron Di Paula, Noemí Lagos y Tulio Pizzini, con la dirección de Sabato. Pero lo más interesante del libro son las cinco partes de dicho introito: "Hibridaje", "Sexo", "Descontento", "Bandoneón" y "Metafísica", donde el escritor hunde su pluma, con la minuciosidad y paciencia de un bisturí, en lo más recóndito del alma porteña.
En "Hibridaje", por ejemplo, rebate con espíritu polémico la peregrina tesis de Carlos Ibarguren: "El tango no es argentino". Sabato sostiene que el hibridaje, es decir, la mezcla de culturas (la transculturación), amén de ser inevitable, es siempre fecundo. "Ni siquiera esos olímpicos dioses griegos, que algunos profesores suponen el paradigma de la pureza, pueden exhibir una genealogía impecablemente indígena", dice.
También, tal vez temerariamente, afirma que el tango no es una simple danza lasciva. "Pienso que es exactamente al revés", y lo avala diciendo que "la creación artística es un acto casi invariablemente antagónico, un acto de fuga, de rebeldía", en este caso, una huida del lupanar, de los piringundines del bajo fondo.
Claro que si uno ve bailar hoy por todas partes el esperpéntico "tango-fantasía" con bailarinas eléctricas, sueltas de ropa que vuelan por el aire, mientras exhiben piernas, la tesis de Sabato sería absolutamente inútil.
En "Descontento", Sabato traza una impiadosa figura del argentino, a partir de la idea de que el tango es "un pensamiento triste que se baila".
En "Bandoneón" esboza su historia, pero prosigue delineando los "rasgos esenciales del país...: el desajuste, la nostalgia, la tristeza, la frustración, la dramaticidad, el descontento, el rencor y la problematicidad".
Sabato concluye su opúsculo insertado en este libro, con "Metafísica", donde el diagnóstico sobre el ser argentino no tiene tapujos. A propósito del "mal metafísico" -que el escritor avala con letras de tango- lo inserta dentro de nuestro sentido de la transitoriedad, para concluir que "la preocupación metafísica constituye la materia de nuestra mejor literatura".
Este Sabato merece ser tan leído como sus novelas. Menos pesimista, escasamente apocalíptico aquí, el escritor fue capaz de echar una profunda mirada sobre nuestra idiosincrasia a través del tango.
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