Graves problemas en el Teatro Colón
No más compositores del siglo XX y contemporáneos en el Teatro Colón. Al menos, hasta que la Secretaría de Cultura porteña, de la que depende el Colón, resuelva cómo honrar la deuda por derechos de autor correspondiente a una serie de obras presentadas en la sala lírica, desde 2001, además de algunas otras que también quedaron impagas, desde 1996.
Por esta deuda ya se vieron afectadas la programación de la temporada de la Orquesta Filarmónica, que debió cambiar a Stravinsky por Beethoven y a Alban Berg por Brahms, y la del ballet, que planeaba estrenar anoche una coreografía, con acompañamiento... de un CD.
Y todo indica que ocurrirá lo mismo con la ópera. Es que las casas editoriales (Ricordi y Barry son las que dominan este mercado) decidieron no cotizar el precio del alquiler del material orquestal (las partituras) hasta que se resuelva la situación sobre una deuda que, aunque nadie quiere dar cifras oficiales, fluctuaría entre medio millón y un millón de pesos.
La temporada lírica tiene por delante las óperas protegidas por derecho de autor de Francis Poulenc, Penderecki y Britten. La Filarmónica tiene unos cuantos autores de los que no podrán tener las partituras, de Richard Strauss a John Adams. En el ballet, Prokofiev, Philipp Glass y Ravel plantean problemas similares.
Porcentajes
El derecho de autor es un porcentaje de la recaudación (entre un 10 y 15 por ciento, según el caso; por cierto, una curiosa potestad que tienen las entidades recaudadoras gracias a un decreto) que les corresponde a los autores de las obras protegidas (70 años).
Este dinero debe ser recaudado por las sociedades de compositores, Sadaic (cuando es música solamente) y de autores, Argentores, (ópera y ballet), quienes, a su vez, lo derivan a las respectivas casas editoriales. Finalmente, el dinero debe llegar a los autores o a sus deudos: con ellos es la deuda que mantiene el Teatro Colón.
Hay algo irónico en que este conflicto le haya estallado en sus manos precisamente al actual director general y artístico del Colón, Gabriel Senanes, ya que él mismo es compositor.
En todo caso parece haber habido un error estratégico en la dirección del teatro, cuando, en diciembre del año pasado, anunció una temporada 2004 poblada de repertorio del siglo XX sin haber pensado en esa bomba de tiempo que era la deuda acumulada, precisamente, por derechos de autor. Es que el Colón había logrado, en la temporada 2003, presupuestar todo el año en cuanto a alquiler de partituras y desarrollar la actividad sin sobresaltos. Mientras tanto, el no pago de derechos de autor entró en la maraña legal por un juicio que había iniciado Argentores.
Cuando Senanes anunció los autores para este año, se puso a merced de la única presión que pueden ejercer las editoriales para obtener el dinero que les corresponde a los compositores y sus derechohabientes: cortar el suministro de obras.
El compromiso público asumido en el anuncio de la temporada puso además al Colón en una posición negociadora débil con respecto a los aranceles correspondientes.
En esta semana, desde la dirección del Colón se mantuvo un celoso silencio de radio, a la espera de noticias oficiales y alentadoras sobre el resultado de la negociación que la Secretaría de Cultura, que tiene a su cargo Gustavo López, mantiene con las partes en conflicto.
La estrategia del avestruz
Mientras tanto, el Colón vive al día, tomando determinaciones improvisadas e infantiles que pusieron al teatro lisa y llanamente, al borde del delito. Veamos un ejemplo. A diferencia de la primera función de la Filarmónica y de la de este jueves, para lo que se informó con varios días de anticipación que se iba a cambiar el repertorio, en la del jueves 15, el público se enteró sólo en la sala que el solista invitado, Daniel Hope, no tocaría el concierto para violín de Alban Berg.
¿Qué había ocurrido? Ante la negativa de Ricordi a ceder el material orquestal, correspondiente a Universal Editions, alguien en el Colón tuvo la peregrina idea de tocar de todas formas la obra del compositor austríaco, utilizando partituras fotocopiadas, y luego "negociar" posfacto.
Esta técnica del avestruz quedó desenmascarada el mismo jueves por la mañana, cuando llegó un correo electrónico, directamente de la casa central de Universal Editions. "Lo que ustedes están por hacer es piratería musical y con este tema no bromeamos", advertía la misiva. Cuando llegó el momento del ensayo general, primó la cordura y se resolvió que el director Ira Levin acompañara al piano a Hope en una sonata de Brahms.
En similares términos llegó al Colón una misiva de la casa Sikorsky, responsable de los derechos de la obra "Cenicienta" de Sergei Prokofiev, que es la música utilizada para el ballet homónimo con coreografía de Roberto Lastra. Es que si bien se evitó el problema del alquiler de partituras, reemplazando a la orquesta por un CD, esto no implica que la audición esté autorizada.
Estos dos casos hablan de un salto cualitativo: el conflicto ya es un tema conocido en las casas centrales, lo que está sentando un pésimo precedente a futuro para la institución Teatro Colón. En fuentes cercanas a la dirección del Colón hablan de que, por buena fe, supusieron que el problema con las editoriales había quedado resuelto por la deuda por alquiler de material orquestal.
Desde las editoriales se solicita que la deuda sea reconocida y se garantice la declaración completa de las cifras que integran el borderó, otro tema complejo para la discusión y que escapan al alcance de este artículo.
Naturalmente, a las editoriales les interesa que las obras que representan se hagan escuchar y ésa es la puerta abierta para la negociación. Pero anteayer, en los pasillos del Colón, nadie se atrevía a pronosticar cómo y cuándo se destrabará el tema.
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