El primer adelanto de Old Ideas, el disco que el viejo crooner canadiense editará durante el año que viene
Por los menos dos parámetros permiten medir la evolución de un artista eterno. Comparando su obra inicial con la reciente, la mutación de su propia música puede identificarse en mayor o menor medida; la metamorfosis de una voz que desde sus orígenes fue única pero que hoy adquirió la gravedad profunda de los crooners que residen en la noche perpetua, en el mismo punto del inconsciente en el que se gesta el material de los sueños y las pesadillas, fundamentalmente, es evidente en Leonard Cohen. La reproducción continua de una poesía incomparable que también es norma pero que al mismo tiempo permite dar cuenta de la marca temporal: no es el mismo Cohen el de Songs of Love and Hate que el de The Future, no será el mismo tampoco que el de Old Ideas, el disco que se espera para fines de enero de 2012, ocho años después del último trabajo de estudio, un par después de decidir volver a los escenarios a pesar de la edad, a pesar de la reclusión que se sospechaba definitiva. Cohen ahora tiene 77: su vitalidad y las palabras emitidas por esas cuerdas (acaso lo que realmente importa), intactas.
"Show Me The Place", el primer adelanto estricto de lo que será el nuevo trabajo, es una balada introspectiva (piano, violines, coro eclesiástico) definida principalmente por el impacto escalofriante de la narración signada por aquella gravedad vocal y la sensibilidad extrema de la retórica típica, esa que analiza la naturaleza de las aflicciones humanas, el amor y el odio, la necesidad de creer. El golpe metafísico, la imposibilidad de escapar de sus efectos hipnóticos: con paciencia monástica, Leonard Cohen vuelve a interpelar el núcleo endeble de nuestros principios como bien sabe hacerlo; no sentirse movilizado no es opción viable, nunca lo fue.
La segunda forma de identificar la transformación de un artista así, decíamos, es indagando en nuestras subjetividades. Tanto en el momento en que se lo escucha por primera vez como en el instante preciso en el que "Show Me The Place" termina de sonar, algo se retuerce ahí dentro: la ubicación natural de los elementos que consideramos invulnerables deja de serlo, todo se estruja, cambia de posición. No somos los mismos después de toparnos con cada muestra de la inconmensurable grandeza Leonard Cohen. Por eso acá no se dejará de hablar de él. Jamás.
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