
"Lucille es como un chupete: me pacifica"
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El gran hombre llega tarde, en una larga limusina. En una de las manos lleva dos trajes brillantes; en la otra, un bolso casi tan grande como él. Sus seguidores sin credenciales, esos que agotaron las entradas dos días antes de su presentación, lo esperan desde hace rato en la puerta del teatro. Los que consiguieron el pasaporte hacia su reino, en cambio, hacen fila frente a la puerta del camarín. El apenas esboza una sonrisa blanca en su cara enorme. Y en cuanto abre la puerta que lleva sus iniciales, se apoltrona en una esquina del sillón, frente a la mesa surtida de quesos, kiwis, frutillas, salmón. B. B. King debe de estar cansado de esta ceremonia que repitió más de 10 mil veces en sus 73 años de vida. Pero él se sabe rey y leyenda, y también sabe que ésta es su única manera de vivir. "Hasta que llegue la muerte", como dice él.
Falta menos de media hora para subir al escenario del teatro Gran Rex y, quizá por costumbre, B. B. King no está ansioso. Con calma escucha al señor que le trajo dos corbatas negras y plateadas y que le recuerda que también le trajo corbatas la vez anterior, y la vez anterior. B. B. King le sonríe apenas y le desea que disfrute el show. A esa altura ya pasaron muchos -incluido Andrés Calamaro- a sacarse fotos, a robarle una firma rápida en algunos de sus 76 CD o a pedirle uno de esos famosos prendedores dorados con forma de guitarra que llevan sus iniciales grandes. Y aunque ya haya visto esa escena miles de veces, el hombre se entrega con resignación.
El rey en sus dominios
El asegura que no está cansado y que no concibe "una forma de vida diferente del movimiento y los escenarios". Y no está mal para un nómada que programa 250 shows al año, desde hace 50, como algo inexorable.
Desde afuera llegan los primeros acordes de la guitarra de Pappo, su telonero en la Argentina. Pero él no se inmuta. Sabe que todavía le quedan muchas entrevistas y que esa costumbre volverá a repetirse en Brasil. Quizá por eso se presta al juego de las preguntas y respuestas con la misma expresión con la que escucha al señor de las corbatas. Hace años que lo viene haciendo. "En mi poco tiempo libre hablo con la prensa. Siempre toco unas 250 veces al año, así que no tengo mucho tiempo", explica, con parquedad.
Es que al hombre no le gusta mucho salirse de los límites de su reino. Parece que prefiere los acordes de su guitarra al terreno pantanoso del delta de su Mississippi natal. No le gusta ni siquiera que le pregunten si es cierto que su primo Bukka White le enseñó a tocar la guitarra: "Yo soy B. B., él es Bukka", divide las aguas, para que no quede duda de quién manda aquí.
Mucho menos, recordar aquellos viejos tiempos. El rey resume que fueron "muy duros para un hombre negro". "A mi padre lo recuerdo bastante, pero a mi madre no, porque murió cuando yo tenía 9 años. Apenas sé que era una mujer muy bella para mí", explica en escasísimas palabras. Quizá por aquel desarraigo que lo llevó a moverse desde chico, a vivir con sus abuelos, con su tío o con su ya famosa guitarra Lucille.
Queda claro: al viejo rey no le gusta hablar demasiado. En todo caso, apenas acepta pararse en la línea divisoria. La que le permite hacer equilibrio en sus dominios sin caer rendido en su costado más personal. "Tengo una relación muy especial con Lucille, pero prefiero a las mujeres. Las mujeres son cálidas, pueden hablarme suavemente, puedo pasarles mis brazos alrededor y me hacen pensar en cosas dramáticas.Mi guitarra, por supuesto, es como otra mano para mí. Ella es como un chupete para un bebe: me calma, me pacifica... Y me hace pensar en las mujeres", dice.
El hombre se ríe fuerte por primera vez. Quizá porque hablar de su guitarra lo haya pacificado. Pero seguramente porque falta menos para subir al escenario, donde es rey por derecho propio y donde pisa un terreno lo suficientemente conocido como para no tener nada que esquivar.





