Confesiones de una estrella
Todo depende del cristal con que miremos. En 2011, el periódico The Guardian inventó la maliciosa categoría "The New Boring" (El nuevo aburrimiento) para agrupar a los artistas que en ese momento dominaban los charts británicos: Adele y Ed Sheeran, etcétera
Poco tiempo después, grandes promesas de la industria como Jesse Ware y Sam Smith cautivaban a los pavlovianos seguidores del pop de masas y también se convertían en candidatos de fierro para engrosar la lista. En ese contexto apareció en escena Florence Welch -nacida en Londres, parte de una familia plagada de escritores, periodistas, publicistas y profesores universitarios, hoy muy próxima a cumplir 32 años-, con Paul Epworth (productor de Adele, justamente) como socio clave y convertida muy pronto en carne codiciada de los festivales internacionales que capturaron al indie como una mercancía más.
Si hay algo que Florence + The Machine (el nombre del proyecto musical que lidera Welch con absoluta claridad) evitó desde siempre fue la idea de apostar a ese erotismo grosero y efectista que es combustible fundamental de colegas supertaquilleras como Lady Gaga, Shakira, Rihanna, Britney Spears o Ke$ha.
Se ha dicho hasta el hartazgo que Florence se parece demasiado a una joven que escapó de una pintura prerrafaelita para transformarse en una estrella contemporánea sin ceder a las tentaciones más banales del negocio y, en cambio, revelarnos positivamente su devoción por Virginia Woolf y, más cerca de su propia realidad, referentes talentosas y sofisticadas como Björk y Kate Bush.
High As Hope es la cuarta entrega de una saga discográfica que ha intentado conservar la elegancia sin perder la eficacia comercial, una tarea normalmente ardua. El disco está estructurado como una narrativa lineal de la nostalgia por una juventud que expira y una relación amorosa terminada. En un caso así, el riesgo de caer en las temibles garras de la solemnidad es alto. Y Florence, honestamente, no lo esquiva. Su inclinación por la épica y la grandilocuencia sigue intacta, pero esta vez se potencian más que nunca con los tópicos que aborda: la soledad de la fama ("June"), trastornos alimentarios y problemas con las drogas ("Hunger") y ambiciones místicas ("Big God", con Kamasi Washington, una de las figuras más luminosas del jazz actual, y el celebrado Jamie xx -de The XX- como invitados especiales).
"Patricia" mantiene el tono confesional, en el marco de una oda a Patti Smith que no es precisamente sutil o imaginativa, pero que sí contiene los mejores arreglos del álbum y, sobre todo, confirma que Welch es una cantante excepcional. El tema no brilla por su austeridad (una característica que permanece obturada en su repertorio, salvo en muy escasas oportunidades), pero al menos permite que se luzca el sólido trabajo de Isabella Summers (su "Machine"), muchas veces ahogado por la profusión de arreglos ampulosos de cuerdas y vientos, en este disco fogoneados por Emile Haynie (productor de Lana del Rey, Lady Gaga y Father John Misty).
No es ligereza lo que abunda en el estilo de Florence Welch, eso se sabe de sobra. Lo delata cada paso de su carrera: ahí está para probarlo Useless Magic: Lyrics and Poetry, el lujoso libro de 300 páginas que editó en julio de este año, un objeto de colección en el que revela su admiración por Frida Kahlo y Pablo Neruda. Sí debe reconocérsele que con todo ese bagaje intelectual, que los más exigentes podrán tachar de pretencioso, haya logrado erigirse como una artista popular, capaz de acumular platinos y llenar estadios sin entregarse de lleno a los trajinados mandatos que las discográficas siguen prescribiendo.