Entre economía y música
El compositor argentino Agustín Lisandro Bullrich fue premiado el año pasado en Italia por su obra sinfónica "La Brisa y El Silencio", para gran orquesta y coro mixto. Fue una distinción otorgada por la Fundación Italo-Norteamericana IBLA, en un concurso internacional llevado a cabo en Ragusa, Sicilia.
Más de mil compositores e intérpretes de diferentes países de Europa, América, Asia y Oriente intervinieron en la competencia y dos representantes de nuestro país obtuvieron los galardones en dos categorías diferentes. Entre los pianistas, el joven Juan Federico Jusid, y como compositor, el también joven Agustín Bullrich.
Fue el reconocimiento a un creador talentoso y discreto, que se distingue de un modo muy especial porque además de músico es ejecutivo de un banco internacional de primer nivel, con lo cual ocupa su tiempo entre dos mundos opuestos.
Pero la noticia trascendió sólo parcialmente, sin el vuelo periodístico del que era merecedor frente a la trascendencia y orgullo que genera para el país un lauro de estas proporciones, obtenido en una especialidad donde se miden el talento, el conocimiento académico y la originalidad.
De ahí que una charla con el gerente músico, en este momento de enorme complejidad para el país, se transforma en una experiencia poco frecuente. Ya de por sí es original entrevistar a un músico en una oficina bien iluminada y confortable, donde en lugar de un piano se observa un escritorio con una magnífica computadora con todos los aditamentos imprescindibles para la comunicación, papeles y elementos diversos que denotan un trabajo personal intenso. Una mesa adicional para planificaciones en equipo, catálogos, planillas por doquier y un perchero con el saco prolijamente colgado. Queda al desnudo que en ese lugar Bullrich pasa la mayor parte de las horas de su jornada en medio del frenesí que generan los vaivenes de la economía.
Después de un amable saludo, se observa la imagen de un hombre elegante, vital, de mirada inteligente, mesurado en sus actitudes y en su conversación, cuyo tono cadencioso denota cierta oculta nostalgia y pena profunda.
-¿Cuál es la razón de poder compartir dos mundos tan distintos en forma simultánea en una época tan compleja como la que nos toca vivir?
-Sucede que mi madre es parte de una familia de plásticos, la de los Butler, sobrina y discípula de Horacio Butler, y por el otro lado, mi padre era la cuarta generación de la familia Bullrich de origen alemán, hecha para la empresa, el comercio, el orden y las matemáticas. Entonces (y Agustín esboza una amplia sonrisa) por lo visto soy el resultado de esos dos sombreros. Una dicotomía muy difícil de sobrellevar porque tengo en mi sangre la parte práctica germana de mi familia paterna y el gen, absolutamente movilizador por el arte, de mi familia materna. Pero cuando puedo y me libero del materialismo, me sumerjo en la música.
La herencia de los Butler
"Nací y crecí viendo a mi madre pintar (sus trabajos son excelentes) y al mismo tiempo acompañado por la música clásica. En mi casa, durante mi niñez, la música era cosa de todos los días y lo sigue siendo porque en definitiva es mi mayor devoción. Pero, por la influencia de la familia Bullrich, tenía la obligación, entre comillas, de hacerme cargo, como quinta generación directa, de todo lo que pertenecía al grupo Bullrich. Lo hice, pero sin traicionar mi esencia.
-¿Trabajar en un banco no parece una contradicción con esa formación impregnada de arte?
-Cuando uno tiene que cumplir un rol profesional separado de la cultura y el arte, se termina semiatrapado por esas responsabilidades, con mayor razón en el desbarajuste argentino. Entonces, si bien mi profesión me permite mantener una familia, sin música no podría vivir y por eso me considero un privilegiado al hacer las dos cosas.
-¿Cómo nació la vocación de compositor?
-En realidad de chico quise ser, salvando las distancias (y Agustín sonríe con simpatía), un Charles Ives o un Juan José Castro. El primero, en cuanto a su importancia dentro del panorama de la música de los Estados Unidos, fue el mejor empresario de seguros de la primera mita del siglo XX, un revolucionario del negocio del seguro y al mismo tiempo uno de los compositores más destacados de su país, y yo los quise emular, por ese doble sombrero familiar que llevo puesto. Del mismo modo ocurrió con Juan José Castro, que era contador y vivía de su trabajo, dedicándose a la música como una actividad colateral y que llegó a ser una de las grandes figuras de la dirección orquestal de nuestro país, además de compositor.
-Es verdad. ¿Pero no habrá sido porque ambos vivieron una época diferente acaso menos conflictiva y acelerada?
-Por supuesto. Era un mundo mucho menos demandante y exigente en el nivel profesional, con lo cual las horas aplicadas a la contabilidad, en el caso de Castro, estaban acotadas y no como es hoy que uno tiene que vivir y navegar a toda hora.
"La Brisa y El Silencio"
-¿Cómo es el lenguaje utilizado en la obra premiada?
-Se trata de una composición que parte de un nombre que da una idea de nostalgia y finitud, aunque creo que el juicio de cómo es auditivamente debe hacerlo el oyente y no el compositor. El núcleo generador esencial de esta obra sinfónica coral es su evolución continua de climas o paisajes tímbricos que no son posibles de desintegrar en la simultaneidad ni en la sucesión ni en subpartes para entender o simplificar la unidad o la totalidad.
-¿Y en cuanto a la forma?
-La forma está definida por la transformación, la transfiguración, la intensidad y/o austeridad tímbrica y amplitud espectral registral. El movimiento y dinámica interior, dentro de la ausencia de un tiempo isocrónico, es el alma de esta obra en sí misma. Lo impredecible es también parte de su forma estructural, dentro de lo cual el tratamiento del coro mixto también debe ser entendido dentro de lo material estructural
-¿Qué elemento podría ser tomado como característica de tu estilo musical en general?
-Creo que priorizo la emoción como elemento primordial de mi lenguaje y trato de plasmar una enorme gama de matices, atmósferas y detalles contratantes siempre con la mira en expresar emociones.
-¿Tu creación conlleva algún elemento distintivo de lo nacional o es totalmente abstracta?
-Mi música es el resultado de todo lo que uno ha acumulado desde el punto de vista cultural. De ahí que entiendo que es una música que no traiciona su origen nacional aunque seguramente están la influencia de compositores admirados como Liszt, Chopin y todo el romanticismo, pasando por Mahler, Debussy, Ravel, Stravinski o Ligeti, pero que en definitiva están incorporados en mi personalidad.
-¿Existe alguna posibilidad de ofrecer su estreno en Buenos Aires?
-Me parece un proyecto complejo porque una partitura sinfónica coral siempre es más difícil de preparar y de mayor costo. Claro que abrigo la esperanza, como todo compositor, de poder escuchar la obra en una ejecución pública, porque ése es en realidad el momento en el que termina el proceso de gestación. Es hacer realidad una criatura que vive sólo en lo efímero del tiempo, de su materialización a través del sonido.
-¿Sería simpático interesar a la Orquesta de Dresde que vendrá acompañada por un coro para actuar en el ciclo del Mozarteum Argentino y estrenarla?
-No lo sé. Es una brisa de esperanza, pero por ahora en el silencio.
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