Hoy, Ariel Ramírez festeja sus juveniles 80
Se lo ve robusto en su metro noventa de estatura. El, como Eduardo Falú son dos grandes de nuestra música folklórica, en físico y en inspiración. Con esa imponente figura celebra hoy sus ochenta primaveras.
Ariel Ramírez está dispuesto al diálogo periodístico, pero sin premura y sin petulancia. No es su estilo contar cada paso exitoso de su carrera ni las obras cumbre de su inventiva.
Apenas si recuerda, a instancias nuestras, la enorme y vigente repercusión mundial de su Misa Criolla y de la inolvidable zamba "Alfonsina y el mar", con letra del inspirado poeta Félix Luna. O el entusiasmo que le despierta el reciente llamado de los tenores José Carreras y Plácido Domingo desde Viena, pidiéndole que componga una canción para ser cantada por ellos, que será estrenada allá con orquesta y coro el 18 de septiembre, con su presencia, donde se filmará y grabará para editar un disco que se lanzará al mundo el 23.
-Se volvieron locos -cuenta eufórico Ariel- con esta canción, "Belén en América", a la que le puso letra mi amigo Miguel Brascó. Y con el poeta acabo de hacer otro tema, que es la "Canción del cumpleaños". Es una letra fabulosa y va a ser traducida al alemán.
El maestro las toca en el piano y suenan como dos clásicos populares.
Lejos de estos ochenta años quedan aquellos primeros itinerarios por el país y Bolivia, al despuntar los años cuarenta, para empaparse del folklore; sus residencias en España e Italia; la fundación de la Compañía Argentina de Folklore en 1955; el impacto mundial de la Misa Criolla con textos del ordinario de la misa, y el ciclo "Navidad nuestra", con letra del poeta Félix Luna, interpretados y grabados por primera vez a fines de 1964, con Ariel en clave, Jaime Torres en charango, Domingo Cura en percusión, Los Fronterizos en el canto junto a la Cantoría del Socorro dirigida por el padre Segade; los dos volúmenes de "Coronación del folklore", con Eduardo Falú y Los Fronterizos; los ciclos integrales de "Los caudillos", "Mujeres argentinas" y "Cantata sudamericana", cantados por Mercedes Sosa y la más reciente "Misa por la paz y la justicia", amén de las músicas para películas; los cientos de giras por el país y el mundo con la Misa, "Alfonsina y el mar", el tema de "La peregrinación" (de Navidad Nuestra) vapuleado y aggiornado; su "Indio Toba" (titulado "Antiguo dueño de las flechas"), los premios...
Larga historia
Todo comienza en la ciudad de Santa Fe. Allí nace Ariel. Sus padres son maestros. Esa es la ley primera en la familia. El niño de cuatro años va con sus progenitores a Gálvez. El papá es director de la escuela. La familia vive en el primer piso.
-Eramos seis hermanos. Teníamos prohibido ir a jugar al patio de la escuela, salvo los domingos. Uno de esos domingos entré en el salón escolar. Estaba lleno de bichos embalsamados. Y me topé con el piano. Yo tenía cuatro años. Fue un encuentro mágico con su sonido. Tenía seis cuando regresamos a Santa Fe. A partir de los ocho estudié piano con la señorita Angélica Velardez hasta que me recibí de maestro a los dieciocho. Esa era la consigna familiar. A partir de entonces podía dedicarme a lo que quisiera. Fui maestro por dos días. Era cuarto grado. Varones. Todos pedían ir al baño. Yo accedí el primer día. Me llamó la directora. Yo no debía dejarme engañar. Al día siguiente un niño pidió ir al baño. Se lo negué terminantemente. El chico se hizo encima... Allí me di cuenta de que eso no era para mí.
-¿La primera canción?
-La compuse a los siete años. Se la dediqué a mi madre. La conservo flamante. Y a los quince hice el Himno de la Juventud Normalista, con letra de mi padre. Se cantaba todos los años.
Ariel se fue a vivir a Córdoba. Unos franceses de apellido Mothe estudiaban medicina. Lo alojaron. Ellos tenían un piano.
-Un día me comunican la llegada de un gran músico. Guitarrista y cantor. Me piden que toque delante de él. Yo hago chamamé, milongas. El me pide: "Toque una zamba, ésa es la música más argentina". Le digo: "No sé. Debería ir al Norte para aprender". Al día siguiente recibo un pasaje de segunda para Jujuy y el contacto con una familia que me alojaría. Me lo había enviado Atahualpa Yupanqui para cumplir con mi deseo. Viví un año en Humahuaca. Allí aprendí de sikus, quenas y carnavalitos. De Jujuy fui a Tucumán. Era 1942. Yo ya había aprendido algo el secreto de la zamba. Y con el tiempo compuse mi primera obra que cobraría fama: "La tristecita". Tenía letra de mi primera mujer, María Elena Espiro.
- ¿Y a Europa, cuándo?
-En 1950. Me instalé en el Trastevere de Roma, en un establecimiento del siglo pasado. Eramos como veinte argentinos consagrados a diferentes disciplinas artísticas. Por cierto que había un piano. Desde allí viajaba a Viena, a ciudades de Alemania. Fui formándome al tocar piano en clubes y centros culturales. Pero después de volver de Europa, en la década del 70, emprendí el estudio de la música a fondo con el maestro Edwin Leuchter. Fueron doce años. El me tomó como alumno porque insistí en tocar algo en el piano, ya que él no enseñaba a folkloristas. Después admiraba mi música. Pero me corregía siempre. Y yo aprendía.
Aquellos fueron años de aprendizaje y éxitos antes de asumir funciones en la Sociedad de Autores y Compositores de Música (Sadaic).
Antes de la década del setenta me hice amigo de Cátulo Castillo, una de las grandes personalidades que tuve en mi vida. El creía necesario que yo presidiera Sadaic. "Vas a ser presidente y yo secretario", me dijo. Y así asumí en 1970. Estuve seis años hasta que llegó la dictadura musical y me sacó. Volví a Sadaic cuando la presidía Atilio Stampone, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Ya había muerto Cátulo. Después, a instancias de mi colega, volví a ser presidente en 1993.
- La Misa Criolla sigue dándole enormes satisfacciones.
-Así es. Y pensar que cuando la presenté al presidente de Philips, en 1964, me preguntó quién creía yo que iba a comprar una misa. Entonces ya existía la Misa Luwa con ritmos africanos, escrita por un belga. Lo cierto es que las dos mil primeras grabaciones se agotaron aquel año enseguida. Luego lanzaron diez mil discos más, y lo mismo. Ya en diciembre de 1964 se habían vendido cien mil. Y llegó al mundo. En 1965 se habían colocado un millón de copias. Hasta hoy lleva vendidas treinta millones. Incluso hay grabaciones que ni conozco. De todos modos yo compuse otra misa en 1980, "Por la paz y la justicia". Creo que es lo mejor que escribí, pero no tuvo resonancia. El año anterior había escrito "Alfonsina" con un amor muy grande, porque ella había sido alumna de papá en Coronda. De entrada no tuvo éxito, hasta que la grabó Mercedes. Recuerdo que la presentamos en el Teatro Alvear y nadie se inmutaba. Cuando llegó la noticia de la venta masiva, a comienzos de los años ochenta, entonces fue la explosión. Y hoy también recorre todo el mundo. Hay cientos y cientos de grabaciones. Y en cualquier lugar donde voy me la piden.
- ¿Cómo se conocieron con Félix Luna?
-En un club donde él comía. Me habían dicho que era un buen poeta. Conversamos y nos pusimos a trabajar juntos. Yo escribía las canciones y el se torturaba poniendo la letra... Lamentablemente, hace cinco años que no escribimos nada. Sí estoy haciendo cosas hoy con Miguel Brascó. Tengo escritas unas 300 obras. Pocas cobraron fama. Unas duermen, otras se despiertan y van por el planeta...
- ¿Cómo se siente, maestro?
-Bien. Todos los días toco el piano y tengo ganas de seguir componiendo. Incluso estoy terminando una obra no folklórica para órgano, que estrenará Adelma Gómez en Europa.
- ¿Y de salud?
-No tengo problemas. Soy prudente con las comidas. Sólo tomo vino en alguna cena. Siempre me cuidé de los excesos. Claro que durante treinta años padecí de una acidez brutal por una caída en la que me estropeé el estómago, siendo joven en un lago. Un amigo en Brasil me dijo que él conocía el remedio para la gastritis. Y acertó. Es una pastillita que tomo todas las mañanas. Salvo esto, que fue lo único malo en mi vida, después gozo de buena salud.
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