Este sábado y domingo, el Beatle se reencontrará con su público argentino a cinco años de su visita anterior y a catorce de su paso anterior por el Monumental
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“Hey, Argentina! Estoy muy emocionado de volver a verlos con mi tour Got Back. ¡Tenemos recuerdos increíbles de nuestros shows en Argentina y estamos muy ansiosos de crear muchos más!”, fueron las palabras premonitorias de Paul McCartney en un video de junio de este año. El Beatle estará acompañado por Rusty Anderson (guitarra), Brian Ray (guitarra), Wix Wickens (teclados) y Abe Laboriel Jr (batería), quienes lo secundarán en un setlist cargado de éxitos de The Beatles -tres cuartas partes del repertorio-, Wings y su prolífica carrera solista. Más allá de su buen gusto y sofisticación, de su amor eterno por los estudios de grabación, Paul sigue siendo sobre todo un músico que funciona mejor a altas horas de la noche, en el fragor del concierto en vivo.
Aquí, un recorrido por 12 de sus mejores canciones, muchas de las cuales sigue tocando y que todos esperan que suenen en Argentina, apenas una apretada síntesis de una trayectoria colosal, ese río caudaloso, místico y encantador del que siguen bebiendo generaciones.
“Hey Jude” (The Beatles, 1968)
John Lennon y su esposa Cynthia se habían divorciado y Paul pensó en Julian, el hijo de ambos. “Hey, Jules, no te quedes mal, todo va a ir bien”, fue la primera idea de canción que se le ocurrió. Tuvo problemas con el nombre “jude”, que refería a judío. Paul había oído el nombre en un musical y le gustó, sin pensar en eso. En sus conciertos en vivo es todo un clásico: suele tocarla siempre por lo que se produce al final con todo el mundo cantando al unísono, derribando cualquier barrera de timidez. John Lennon le dijo que era su favorita: hoy se escucha como una de las grandes canciones de todos los tiempos. Con “Hey Jude”, Paul hace tiempo que está acostumbrado a que las audiencias canten con él sabiéndose toda la letra y en el tono correcto.
“Yesterday” (The Beatles, 1965)
La llamó primeramente “huevos revueltos”. Como Paul ha contado muchas veces, la escribió mientras dormía, entre el sueño y la vigilia: “Me desperté con una hermosa melodía en mi cabeza”. Lo de los huevos fue lo primero que se le vino a la mente cuando la melodía dio vueltas en su cabeza, sobre todo por las mañanas. Se sentó al piano y un par de meses después escribió la letra. Una arquitectura perfecta de acordes, melodía y letra, de principio a fin. Ninguno de los otros Beatles quiso arruinarla, así sintieron que estaba bien. Es su obra más popular y destacada, la canción más versionada de los Beatles y que llegó hasta inspirar una película.
“Live and Let Die” (Paul McCartney & Wings, 1973)
A comienzos de los 70, el Beatle aceptó el desafío de componer para un nuevo film de la saga del agente británico James Bond. La canción se convirtió en una pieza clave de sus shows y en una de las más versionadas de su período posterior a los “Fab Four”. Considerada una de las mejores canciones de su etapa solista con los Wings, vendió un millón de copias sólo en Estados Unidos y luego dio la vuelta al mundo. Más allá de los fuegos artificiales que suelen acompañarla en vivo, es una joya que brilla cada día más con esa explosión de puro rocanrol, el género que cambió muchas cosas para los chicos británicos cuando irrumpió en la inocente década de los cincuenta.
“Band on the Run” (Paul McCartney & Wings, 1973)
Ya nadie duda que es un verdadero clásico de su etapa solista. Agotado por las repercusiones de su separación de los Beatles, Macca eligió los estudios que EMI poseía en Lagos, Nigeria. Al llegar, lejos de encontrarse con un destino paradisíaco, descubrió un país hundido en la pobreza bajo un régimen militar, y que las instalaciones tenían pocos equipos y que estaban en pésimo estado. Paul y Linda fueron asaltados en plena calle, donde les robaron los demos del disco, y el percusionista Fela Kuti encabezó una campaña contra la banda, acusándolos de querer robar la música africana. Es la canción que le da nombre al disco y la que permitió que Paul tomase confianza en solitario, luchando contra toda adversidad. El tema retrata una historia de presidiarios con ansias de libertad, metáfora del deseo de sacarse las ataduras de su pasado. Después de idas y venidas tanto con el público como con la prensa, Paul McCartney logró echar por tierra los argumentos que buscaban comparar la calidad de su obra solista en contraste con su pasado beatle.
“Let it Be” (The Beatles, 1970)
Otra que nació de un sueño, esta vez con la figura de su mamá Mary. “Let it Be” era una frase que le decían con frecuencia sus padres cuando le aconsejaban que no se amargara por alguna pelea de niños o por algún agravio. Un clásico que le dio luz a un Paul confundido y contrariado en el medio del caos Beatle. Época de excesos, finales de los 60. Paul estaba en una etapa densa, pasando por malos tragos y un día soñó con su madre, que había muerto diez años antes. Una imagen agradable en medio de la tormenta. Ella parecía decirle que algo no estaba bien. “Simplemente déjalo estar”, sintió Paul, como mensaje. Se sentó al piano y escribió la canción. De la misma manera, esa canción marcó una primera vez para Linda, ya que Paul había descubierto que ella poseía una voz dulce y apta para cantar, y que se adecuaba bien a las fluidas armonías de la canción. Por lo tanto, la añadió a los coros, con lo que la inició en una carrera que a ella jamás se le había pasado por la cabeza. “De alguna forma, cuando el público la escucha, siente que la magia se manifiesta”, ha dicho Macca, en otra de sus intervenciones contando la cocina de sus canciones.
“Blackbird” (The Beatles, 1968)
Con el paso del tiempo, “Blackbird” se transformó en una canción histórica de Paul. Según la versión del propio Macca, con un peso racial y político. Bajo el estilo guitarrístico del fingerpicking, McCartney traza una obra de arte de brevedad y belleza en sí misma. La guitarra acústica alumbra las luchas por los derechos civiles. Otro manto de esperanza para una era convulsa: fue escrita sólo unas semanas después del asesinato de Martin Luther King. Partida al medio, “black” evoca a la población negra, “bird”, a una chica. Una chica negra, en definitiva. Es momento de alzarse, coger las alas rotas y liberarse. “Cuando escribo canciones pienso en que hay gente que la está pasando mal. Y que al escucharlas, pueden mirar sus problemas de otro modo y tratar de resolverlos”, ha manifestado.
“A Day in the Life” (The Beatles, 1967)
Toda lista es arbitraria, incompleta. Podrían seleccionarse “And I Love Her”, “Something”, “Yellow Submarine”, “The Long and Winding Road” y otras tantas genialidades. “A Day In The Life” resume el punto altísimo de una creatividad sin límites que rompió con los estándares de la industria musical. La primera estrofa la tiró John. A modo de ping-pong, la fueron completando con Paul, como había ocurrido con “We Can Work It Out”. Se sentaron en el estudio y fueron hilvanando la letra. Y el crescendo orquestal del medio, influido por el avant-garde, que insertó un vuelo aleatorio que se siente como un remolino caótico. Es la canción que cierra el álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. En Paul se nota la influencia de la música de Karlheinz Stockhausen y su sello está presente tanto en la línea creativa como en el aspecto estético y conceptual. Coincidiendo con la época en la que el grupo decidió dejar de hacer giras -lo que por primera vez les permitía grabar canciones aprovechando cualquier recurso posible, sin tener que pensar en su interpretación en directo-, a Paul se le ocurrió la idea de que una banda ficticia publicase el siguiente disco de The Beatles. Y la canción empezó en tinta roja: el 19 de diciembre de 1966, John en pijama leyó en el periódico que Tara Browne, amigo suyo y heredero de la familia Guinness, había fallecido en un accidente de auto.
“Maybe I’m Amazed” (Paul McCartney, 1970)
En medio de los problemas que provocaron la ruptura con los Beatles, McCartney lidiaba con el dolor de volver a comenzar de cero. Es aquí cuando Linda, la mujer con quien contrajo matrimonio en marzo de 1969, lo animó según él a volver a escribir canciones para poder salir de su depresión tras la turbulenta separación. “Maybe I’m Amazed” fue escrita, en palabras de su creador, como “un homenaje a su espíritu inspirador, que brillaba en medio de la melancolía”. Es una balada, pero Paul la canta con un impulso rockero que hace erizar la piel. Autobiográfica, tiene una carga emotiva enorme con Linda de por medio, recordando el momento en que a uno lo arrasa el amor por primera vez. “Y no sonaba para nada casera, sino que se trataba de una poderosa balada cuyo tácito erotismo igualaba lo mejor de Cole Porter”, la describió el biógrafo Philip Norman.
“Eleanor Rigby” (The Beatles, 1966)
Cuando era pequeño, Paul vivió en barrios populares. Había muchas ancianas que contaban historias de la Segunda Guerra Mundial. Paul le hacía compras a una de ellas, que tenía el aspecto de una anciana solitaria. Le pareció un gran personaje, luego agregó al padre McKenzie, y quedaron ensamblados finalmente los dos. A Paul siempre lo irritó que la posteridad lo considerara a él como el lado melódico, agradable y seguro de la sociedad Lennon-McCartney y a John como el rebelde, el experimentador y el iconoclasta. En “Eleanor Rigby” se trata de cómo una estrella de pop de 24 años, en su mansión de St. John’s Wood, entre discotecas y fiestas, imaginó a una anciana solitaria que recogía el arroz del suelo de la iglesia después de la boda y a un raído sacerdote como el único deudo en su funeral. Sólo la primera estrofa fue escrita en soledad confesional; el resto cobró forma en la casa de John en Weybridge, con aportes de él, George, Ringo e incluso del viejo amigo del colegio de John, Pete Shotton. En diferentes etapas, Paul se la enseñó a Donovan (quien más tarde recordaría una letra completamente diferente de la definitiva), a William S. Burroughs (que alabó su concisión, por más lejana que fuera de El almuerzo desnudo) y a su profesor de piano de la escuela, Guildhall (quien la recibió con indiferencia). Para la sesión de grabación en Abbey Road solicitó el mismo acompañamiento clásico de cuerdas de “Yesterday”, pero en esta ocasión pidió que la partitura de George Martin tuviera el estilo más dramático de Vivaldi, a cuyas Cuatro estaciones se había introducido hacía poco.
“No More Lonely Nights” (Paul McCartney, 1984)
Apoyado por su banda Wings, Paul McCartney ya podía sacar pecho de su carrera en solitario. A mediados de los ochenta, había publicado una docena de discos de estudio además de algún recopilatorio y un trabajo en directo. En el devenir del tiempo aparecieron temas que cualquier compositor envidiaría, como “Another Day”, “Pipes of Peace”, “Calico Skies”, “Here Today”, “Coming Up”, “My Love”, “Hi-Hi-Hi”, “Hope Of Deliverance”, “Uncle Albert”, “Let Me Roll It”, “Junk”, “Young Boy” y colaboraciones con Stevie Wonder como “Ebony and Ivory” o la hermosa “Say, Say, Say” con Michael Jackson. Fue entonces cuando decidió embarcarse en un proyecto cinematográfico, “Recuerdos a Broad Street”, producida, escrita e interpretada por Paul y que contó con Ringo Starr y Linda McCartney como miembros del reparto. Fue un fracaso de crítica y público. Entre el fiasco por la película, este single pegadizo y ochentoso se destacó por su gran melodía. Tal vez por la frustración de taquilla, Paul nunca la tocó en vivo (¿sera esta la primera vez?) y fue una pequeña deuda con sus fans. El ex-Beatle contó, además, con un invitado de excepción: el guitarrista de Pink Floyd David Gilmour, quien regaló un solo lleno de magia y emoción, como sólo él era capaz de ejecutar.
“Michelle” (The Beatles, 1965)
Lo que empezó como una humorada de Paul, con diálogos inexactos en francés, terminó en una gran canción. Fue una de las baladas más exitosas de The Beatles. “Un FA demente, ese fue el inicio”, lo definiría Paul McCartney tiempo después. “Michelle” pasó a conocerse como la “loca cancioncita” con la que Macca simulaba ser francés en las fiestas parisinas y un homenaje velado a Edith Piaf. Ese ritmo de vals tan típico de Piaf y un acorde aprendido en una tienda de música, según le cuenta Paul al barbado productor Rick Rubin en la serie documental McCartney 3,2,1, fueron el cóctel explosivo que terminó en una balada de 2 minutos y 42 segundos, la medida justa con la que los Beatles, antes de su etapa más experimental y de trascender el formato de la canción pop, solían esgrimir para la composición. Por primera vez, en rigor, Paul quería sumar alguna estrofa en francés en una canción del grupo. En Francia ya eran adorados después de una serie de conciertos en el teatro Olympia, en 1964. Fue entonces que pidieron ayuda a Ivan Vaughan, un amigo de John cuya esposa era maestra de francés para construir una rima con “Michelle”, un nombre que Paul parecía tener en mente hacía tiempo y del cual se encargó de desmentir -hasta hoy- que se trataba de un amorío francés. “Michelle” como síntesis de lirismo, simpleza y simbiosis de cuarteto.
“Penny Lane” (The Beatles, 1967)
Difícil dejar de lado muchísimas canciones de la fecunda época beatle como “Golden Slumbers”, “Get Back”, “I Saw Her Standing There”, “Can´t Buy Me Love”, “Love Me Do”, “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band”, “Lady Madonna”, “The Fool On The Hill”, “For No One” y su favorita, “Here, There and Everywhere”. A finales de los sesenta, John hizo la psicodélica “Strawberry Fields Forever” y Paul le contestó con “Penny Lane”. La evocación a la niñez encuadra un magistral equilibrio formal que tiene un solo de trompeta piccolo, casi extraído de una suerte de carrera de caballos. Según Philip Norman, “Penny Lane” -calle de Liverpool que en los últimos años se propuso cambiarle el nombre por asociaciones a la esclavitud- siempre se ha visto como el título más dulce posible de una canción, que evocaba el inocente mundo de los cincuenta, cuando en Gran Bretaña se utilizaban grandes monedas de cobre de un penique que en muchas ocasiones se remontaban a la época de la reina Victoria; los pasteleros vendían tabletas de chocolate a un penique y las mujeres no orinaban, sino que “gastaban un penique”, el precio de utilizar un baño público. En realidad, el nombre conmemora a James Penny, un mercader de esclavos de Liverpool del siglo XVIII. Y la canción tampoco habla de Penny Lane, sino de Smithdown Place, donde termina esa calle (que, en cualquier caso, tiene más conexiones con John que con Paul) y se ensancha en una “plaza con tiendas” y la terminal de varias rutas de autobuses.
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