The Strokes: la banda neoyorquina que definió la presión arterial de la generación millennial, renueva sus credenciales
Hace veinte años, la banda editó su primer disco, Is This Is, y para muchos significó el verdadero comienzo musical del siglo XXI; con su frontman, Julian Casablancas, este grupo de “chicos sucios y desprolijos” se presenta en el mismo escenario donde estuvieron hace cinco años; taquicardia guitarrera y canciones que se volvieron referencia para miles de fans que inconscientemente ya cumplieron la mayoría de edad
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The Strokes se encontró con un mundo nuevo. La llegada del nuevo milenio había sido esperada y temida. Y fue confusa. En realidad, comenzó en el siglo anterior, con el debate acerca de si el cambio de guardia “era” en 2000 o 2001. Y al terror por el Y2K (el error informático de programar las fechas omitiendo el siguiente siglo) se le sumaron la invasión de las fuerzas aliadas a Irak y la llegada del euro. Y eso sólo en el mundo. En la música, la llegada del IPod a nuestras vidas y de la familia Osbourne del señor Ozzy a MTV, hicieron de la música algo inmaterial y del canal catalizador de jóvenes y nuevas tendencias, una señal de realities donde la música empezaba a sonar accesoria. En una síntesis caprichosa y apretada, la música de los 90 había comenzado con Violator (1990) de Depeche Mode (música fría, dark e industrial para las masas) y había finalizado con Californication de Red Hot Chili Peppers (recalentados y demasiado vestidos y empáticos con las radios FM).
Pero tal vez sea el calor local lo que mejor pueda explicar una época y su música: en 2001 la Argentina había entrado en su crisis institucional y se acercaba su trágico default. Y acaso ese mismo cuco ocurría con la música. La música comenzaba el nuevo milenio de a poco sin saber si tendría reservas (de buenas canciones). Nadie daba crédito aún (por los nuevos grupos) y la liquidez (para hits bailables) escaseaba salvo con un furor frío por la electrónica. Al mismo tiempo, no se podía discernir si la música iba a caminar por el sendero (vanguardista, ensoñado y liviano respectivamente) de Kid A de Radiohead, Air de Virgin Suicides o el Parachutes de Coldplay. El endeudamiento (con el viejo y querido rock and roll) iba a ser un hecho para la historia del futuro.
Pero el canje de deuda rockera llegó justo a tiempo. Ocurrió en ese kubrickiano 2001. Y fue todo un mazazo, como el de los primates al comienzo de aquel film. Is This It de los newyorkers The Strokes rebasaba de historia y de futuro con una duración de apenas 35 minutos y una playlist de corrido con canciones imparables de principio a fin. Ya desde el comienzo con la canción que da título al disco -que se desinfla para volver a arrancar- y hasta el final con “Take it or leave it” (canción que cita, extracta o directamente le reza, a la letra de la canción “Blank generation” de los geniales Richard Hell and The Voidoids, grupo neoyorquino precursor del punk).
Y como Richard Hell, Is This It llegó con reservas de sobra para cualquier default rockero: se podía cantar, bailar y pasar en la radio. También se podía saltar al escucharlo, solo, acompañado y de noche. O salir a correr con él como toda compañía. Es uno de los mejores discos debut de todos los tiempos y en su apuesta por el sonido retro, pero con los pies en el presente, parecía adelantarse a lo que sería la nueva moda del vinilo: la apertura de lo que sería el Lado B -algo fundamental en los viejos álbumes- es el hit imparable “Last Nite”.
Desde las referencias a la novela distópica Un mundo feliz de Aldous Huxley en la canción “Soma”, hasta la portada internacional, censurada en varias partes del mundo y que consiste en una extraordinaria foto de la cola y la cadera de una mujer, con el erotismo y sutileza con que la hubiera captado el fotógrafo Helmut Newton, todo tiene un aire de la misma vanguardia de la ciudad de Nueva York, marca registrada de The Velvet Underground y su mecenas pop, Andy Warhol. Sólo que aquí el Sade & Roll de cadenas y cuero de Lou Reed pasa a convertirse, en la voz de Julian Casablancas (líder y compositor), en diversión garantizada. Todo el disco se siente como lo que dijo Pete Townshend cuando escuchó por primera vez a los Sex Pistols: “Cuando escuchas ‘Anarchy in the UK o ‘Bodies’ lo que pensás es ‘esto está sucediendo realmente’. Este es un tipo, con un cerebro sobre sus hombros, que en realidad está diciendo algo que sinceramente cree que está ocurriendo en el mundo. Y lo dice con verdadero veneno y verdadera pasión. Te toca, te asusta, te hace sentir incómodo. Es como si alguien dijera: ‘Ey, ¡vienen los alemanes! ¡Y no hay forma de que los detengamos!”. El título del disco, Is This It (¿es esto?) que prescinde -tan de gesto apurado y urgente del rock- del signo de interrogación parece auto-responderse, como el líder de The Who: “Sí, es esto. Y está sucediendo ahora”.
Apenas dos años después, el segundo disco, Room On Fire traía ese mismo efecto de síntesis, copia y perfección. Pero si el punzante duelo de los guitarristas Nick Valensi y Albert Hammond Jr. persistía (una influencia del disco Marquee Moon de Television) aquí se volvió imprescindible el fabuloso bajo de Nikolai Fraiture. En el rock, por lo general, es difícil que el bajo eléctrico sea un socio equilibrado de las canciones y. que en caso de ser un bajista virtuoso, se mantenga bien lejos del jazzfusión y su sonido subacuático, lechoso y envarado. Además, para este álbum rechazaron al productor estrella del momento, Nigel Godrich, encargado del sonido de Radiohead. Optaron nuevamente por el productor de su disco debut que los acercó a su característico sonido “sucio”.
Con los subsiguientes discos The Strokes siguieron fieles a su nombre (que se traduce como apoplejía o ataque cerebral) para continuar su rock and roll cardíaco, retro y de muchas pulsaciones. Tal vez hayan sido los primeros en revelar a otros grupos del nuevo milenio que, sin parecérseles, demostraron lo mismo: amar sus influencias, sin esconderlas y sin complejos, y lograr con eso crear algo propio.
The Strokes, imitadores, pero con corazón (al borde de la taquicardia) coquetearon en su discografía de ya seis álbumes de estudios con la new wave, sobre todo en el álbum Comedown Machine, y un reggae vaporoso y global, como si The Clash marcara el camino, lo cual nunca debe ser un mal consejo para ninguna banda. En su último álbum hasta la fecha, The New Abnormal, volvieron a sorprender con canciones como “The Adults Are Talking” o “Selfless” coronadas con una maravillosa portada del artista Jean-Michel Basquiat. La producción esta vez fue de Rick Rubin, un mogul del sonido americano profundo, que ha tenido a cargo discos de Beastie Boys, Johnny Cash y Metallica, entre otros.
The Strokes, apenas un poco después de dos décadas de su disco debut vuelve a presentarse en el Lollapalozza después de cinco años de su debut en estas tierras y en el mismo festival. No se trata de un cambio de milenio, de un cambio de época, o siquiera, de la misma situación que hace 20 años. Pero hoy como ayer, las canciones al corazón, bailables y rockeras, no sobran. Acaso sea una buena oportunidad para ver en vivo y directo, cuánto y cómo creen en lo que imitan. En lo que aman.
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