Van Morrison corre contra el tiempo y no para de producir
Cuatro discos en quince meses. ¿No será mucho? ¿Fiebre creativa o estrategia para juntar algo de dinero en un momento acuciante? Las teorías sobre la hiperactividad del veterano Van Morrison (cumplió en agosto pasado 73 años) están a la orden del día: por un lado, los que opinan que tiene mucho para decir; por el otro, los que conspirativamente observan en su reciente divorcio de Michelle Rocca –una ex-Miss Irlanda con la que mantuvo una tormentosa relación durante más de veinticinco años– y sus consecuencias económicas la verdadera razón de tanto ajetreo.
Hipótesis al margen, hay que decir que Morrison casi nunca edita discos de los que deba avergonzarse. Muy por el contrario, hay mucho para celebrar y admirar en este The Prophet Speaks, un título que, en tren de fomentar especulaciones maliciosas, podría leerse como una manifestación palmaria de soberbia, una interpretación que el inicio del tema homónimo (elegido además para clausurar el álbum) abona: "Cuando el profeta habla, casi nadie lo escucha/ (...) Solo aquellos que tienen oídos para escuchar/ Solo aquellos que están entrenados para escuchar"). En principio, la pericia del viejo Van para explotar del mejor modo posible su voz actual, un síntoma de inteligencia y maestría que también sobresale en los últimos trabajos de Bob Dylan. Sin resignar profundidad ni entrega, Morrison recupera joyas de la rica tradición de la música negra ("Dimples" de John Lee Hooker, "Laughin’ and Clownin’" de Sam Cooke, "I Love the Life I Live" de Willie Dixon) y les imprime su propio sello. Sus versiones nunca son miméticas o rutinarias. Luego, y no menos importante, su capacidad para componer esas canciones que navegando entre el soul, el jazz y el blues con acento celta remiten de inmediato al clasicismo y la elegancia. Las horas de trabajo con una banda sólida, sobria y muy ajustada (Joey DeFrancesco en teclas y trompeta, Dan Wilson en guitarra, Michael Ode en batería, Troy Roberts en bajo y saxo) son, sin duda, un respaldo invaluable, tanto en los pasajes más intimistas (la preciosa "Spirit Will Provide") como en aquellos cargados de groove ("Gotta Get You Off My Mind", de Solomon Burke, más refinada y menos ampulosa que la original, de hecho, y con su hija Shana).
Morrison también se luce en más de una oportunidad con la armónica, una prueba de que le sobran aire, onda e ideas melódicas como para seguir en la ruta, orientado más por su instinto artístico que por los supuestos apremios legales. Cínicos, desconfiados y propagadores de chismes de poca monta se lo están perdiendo. "Vengo de una época que ha desaparecido por completo", dice él, seguro de sí mismo y consciente de vivir un presente en el que el espectáculo superficial asfixia al arte y lo confina impunemente al rincón de la nostalgia o la excentricidad.