
"No tenemos alma individual, formamos otra más grande"
Bert Hellinger
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Vino para cumplir una promesa: visitar el centro Bert Hellinger en Buenos Aires antes de cumplir 80 años. "No vine antes porque prefería utilizar mis fuerzas para difundir la terapia de las constelaciones en países donde no la conocen", sonríe el terapeuta.
Bert Hellinger nació en el sur de Alemania, y durante 16 años trabajó como misionero jesuita en Sudáfrica, entre los zulúes, donde fue director de un colegio; ahí aprendió dinámica de grupos. Un día, David, un instructor, le preguntó algo que marcó su vida: "¿Qué es más importante para ti, los ideales o las personas?". Hellinger recuerda: "Esa noche no dormí y decidí practicar ese principio toda mi vida".
Luego dejó el estado religioso y estudió psicología, primero psicoanálisis y luego otras terapias como la gestáltica, la transaccional, la sistémica, y programación neurolingüística. Esto le permitió descubrir ciertas coincidencias como el que un hecho ocurrido muchos años antes siguiera repitiendo sus efectos en miembros de otras generaciones. Su respuesta fue la terapia de constelaciones, donde se vuelve a representar el conflicto por medio de intérpretes para aclararlo. Lo curioso es que, aunque no tiene mayores referencias del personaje que asume, el representante comienza a sentir y actuar como si fuese el auténtico.
"Esto es posible porque hay un concepto que pone prácticamente patas arriba toda nuestra visión occidental de las cosas", explica Hellinger.
–¿Cuál es?
–Que no tenemos alma individual, formamos otra más grande. Dicho en otras palabras, cada uno de nosotros es parte de un sistema más abarcador. Y ese sistema que nos trasciende tiene sus propias leyes, y cuando esas leyes se transgreden se produce un desorden que es necesario restaurar porque sus efectos se transmiten de generación en generación.
–¿Puede explicarlo mejor?
–Tomemos un ejemplo muy simple: la relación de un perro con su amo. El animal sabe perfectamente cuando llega su amo, si está de buen o de mal humor, incluso, si ha tenido un accidente. ¿Por qué es así? Porque comparten algo común, un campo, de otra manera no se explica. Hubo que introducir la denominación campo, porque muchos observadores cuestionaron que lo llamáramos alma. Pero no es lo mismo, porque el alma tiene conciencia y libre albedrío, en cambio el campo no. Pero volvamos a lo nuestro, en el campo es imposible sacarse a alguien de encima, hacerlo desaparecer, porque, como dijimos, cuando alguien es excluido, el campo se desordena. Y hay una sola manera de normalizarlo, trayendo al excluido al presente, reconocerlo y aceptarlo.
–¿Por ejemplo?
–Un matrimonio tenía hijos mellizos. Uno de ellos, siendo un niño, enfermó de anorexia y siguió así hasta los 12 años. Entonces se curó, pero enfermó el hermano. Decidimos hacer una constelación y las personas elegidas para representar a los hermanos miraban al suelo con una gran tristeza. Esto significa, siempre, que están mirando a un muerto. Hicimos acostarse delante de ellos a alguien que representaba al cadáver. Instantáneamente, la expresión de los mellizos cambió: con gran ternura y amor, abrazaron al representante y en sus rostros apareció una sonrisa. Le pregunté a la madre quién podía ser el muerto, quién era el excluido. Me respondió que en realidad ella había tenido trillizos, pero uno de ellos nació muerto, un hecho que había ocultado.
–¿Qué pasó con los hermanos?
–Se curaron. Muchas veces al concluir una constelación me preguntan qué hay que hacer ahora que todo se aclaró. Nada, no tienen que hacer nada, el propio campo, al eliminarse el motivo del desorden, armoniza las cosas. Pero a veces todo es más extraño: alguien enferma de un mal que no parece lógico por su constitución, tipo de vida, circunstancias, etcétera, o inesperadamente se hace drogadicto. En el fondo, es lo mismo, se trata de un síntoma. Una pista de un misterio más grande que ocurrió en otra generación y que el propio enfermo ignora.
–¿Otro ejemplo?
–A veces todo parece más simple y cotidiano. Un amigo tenía un hijo, un chico de cuatro años, sumamente inquieto e hiperactivo. Preocupaba a sus padres y a las maestras del jardín de infantes donde concurría. Mi amigo estaba casado en segundas nupcias, pero también su nueva mujer había tenido un matrimonio anterior. En los dos casos no existía una buena relación entre los antiguos cónyuges. Le expliqué a mi amigo que los niños siempre conservan la imagen de sus padres en pareja y es importante que, pese a la separación, esa relación sea buena. Esto tranquiliza al niño que siente que si bien sus padres están separados se siguen queriendo y lo siguen amando. Hicimos la constelación y en ella mi amigo (su representante) y su ex mujer se miraban con amor, y otro tanto hicieron los representantes de su actual esposa con su ex pareja. Esto curó la ansiedad del chico. Hay innumerables historias, algunas de hombres que estuvieron en la guerra y que arrastran viejas culpas por compañeros que murieron, aunque ellos no tuvieron nada que ver.
–¿Cuál sería el objetivo final de su terapia?
–La terapia de las constelaciones tiene un solo objetivo: reconciliar, restablecer el amor en las relaciones humanas. Ese es su efecto sanador.






