El 2 de julio de 1987 se apagó la voz del “último romántico” de la canción ciudadana, que alcanzó un enorme reconocimiento por sus presentaciones junto a la orquesta de Héctor Varela y sus apariciones en Grandes valores del tango
Si la vida es tango, la muerte es silencio. Y el 2 de julio de 1987, su voz sentimental, cansada de sufrir, de pronto se durmió. Jorge Falcón inició su último viaje a los 37 años, muy pronto, demasiado pronto, si recién estaba llegando.
Jorge, o Luis Ángel Iglesias de acuerdo a su documento, le sacó lustre al tango cuando este dudaba de su propia existencia, promediaba la década del 70 y otros géneros le disputaban su liderazgo de antaño. Octubre de 1976 marcó el debut profesional del cantante nacido en Parque Patricios.
Sin embargo, el sentimiento que vibraba a la par de sus cuerdas vocales, había nacido mucho antes: a los siete años. Un poco influenciado por su padre -también Luis Ángel Iglesias, que dicen las malas lenguas que cantaba mejor que él, pero era mucho más tímido- y otro poco por su madre, que despuntaba el vicio bailando tango puertas adentro. “Vengo de una familia muy hermosa. Mi viejo siempre me aconsejó para bien. Me habló desde muy chiquitito, como si yo fuera un adulto. Como hago ahora yo con mi hijo”, contaba el astro en su época de gloria. Esos consejos no eran solo sobre apostura, sino también de una filosofía que Jorge Falcón honró hasta el último día: “La vida es una cosa maravillosa, por eso la quiero y la respeto tanto. Y no solo la mía sino también la de los demás. Sino no se puede aprender a querer la vida”.
Rebelde y angelical
Como sucede con las leyendas, los datos no siempre son exactos pero colaboran en la construcción histórica. Se habla de un simple grabado en Mar del Plata a los trece años, de un concurso en Canal 7 que ganó interpretando “Te llaman malevo”, de Homero Espósito y Aníbal Troilo (dato al margen: tango de 1957 que nació sin nombre para un certamen de Radio El Mundo, luego bautizado por los oyentes del programa). Los memoriosos también registran clases de canto con Eduardo Bonessi, gran amigo y maestro de Carlos Gardel, y mentor del dúo Gardel-Razzano.
Enseguida, y todavía con el nombre de Luis Iglesias, el cantor se arropó en las orquestas de Jorge De Luca y Gabriel Clausi. Con el último llegó su primer trabajo discográfico. De esa prehistoria, donde ya brotaba el talento que luego fue, Internet rescata algunas perlas como “Yo estoy loco por vos”, “Aquel libro”, “Fue aquel beso”, reunidas en el disco A mi fueye. Sin embargo todavía faltaba mucho camino por recorrer y suela por gastar. Y la brújula que necesitaba en ese momento estaba en manos de otro imprescindible: Héctor Varela.
A pesar de ser resistido, cuando no burlado, por el sector más ortodoxo del género, Héctor Varela mantuvo en alto (como también Julio Sosa) la bandera del tango en su momento más oscuro, del 60 y pico en adelante. Su orquesta y cantantes siempre concentraron el apoyo popular, y de sus filas surgieron nombres como Raúl Lavié, Argentino Ledesma o Rodolfo Lesica.
Ya como parte de su orquesta, el “As del tango” le propuso a Luis adoptar su nombre artístico definitivo: Jorge Falcón; bautismo que llegó con un ultimátum: “Yo lo quiero a usted en la orquesta tres años, si después sigue estando será porque es un fracasado. Quiero que empiece a volar”. Se quedó cuatro, no por falta de talento sino por agradecimiento al maestro.
Su incorporación a la formación de Varela catapultó a Falcón hacia una popularidad tan inmediata que hasta él mismo se sorprendió. Solo, en dúo con Fernando Soler, o en trío con este y Diego Solís, el artista veía que su sueño infantil comenzaba a hacerse realidad. Sin embargo, faltaba el hit que afianzara la incondicionalidad del público. Y llegó en 1977, cuando su mentor le propuso un tema que “podía andar”. Se llamaba: “Azúcar, pimienta y sal”.
De estructura simple, efectiva y pegadiza, cuando Héctor Varela presentó el tema a sus músicos, la orquesta lo aceptó con algo de silencioso escepticismo. Algunos miembros de entonces aseguraban que Juan Carlos Howard, pianista de la formación, además de director de orquesta, compositor y arreglista, les dijo a Falcón y a Soler: “Con esa milonga van a llenarse de gloria o van a tener que rajar”.
Afortunadamente sucedió lo primero, “Azúcar, pimienta y sal” tuvo un éxito tan grande que vendió más de tres millones de discos, número al que en esa época solo accedían artistas como Julio Iglesias o Rafaella Carrá. Como coletazo, hicieron 24 shows por mes y hasta cinco en un solo día. Cifras impensadas para el espectro tanguero, al que muchos hacía rato que le habían dado la extremaunción.
Claro que hubo otro factor que colaboró a la consolidación de la estrella de Jorge Falcón en el firmamento artístico. Porque si uno piensa en Héctor Varela, piensa en Silvio Soldán. Y si piensa en Silvio Soldán, piensa en Grandes Valores del Tango.
Un corte y una quebrada
Cuesta imaginarlo con los ojos de hoy pero en 1979, cuando Jorge Falcón debutó en la pantalla de Grandes Valores con el tango “Quiero verte una vez más”, había un solo televisor por hogar. Así que sentarse en torno a él para disfrutar de artistas nuevos o consagrados era un ritual que reunía a las distintas generaciones de la casa. Por eso la voz de Falcón interpretando “Pasional”, “Quema esas cartas” o “Así bailaban mis abuelos” (letra del propio Soldán) era común a toda la familia, multiplicando la fascinación, hoy convertida en nostalgia de los que ya no están.
Otra figura que brillaba en programa tanguero de Canal 9, y gran amiga de Falcón, era Noemí Marcela. Hoy, como Marcela Ríos, continúa presentándose en reductos tangueros de San Telmo como La ventana o La cumparsita, y recuerda con mucho cariño para LA NACION aquella época: “Salíamos en vivo los miércoles a la noche. Entonces el jueves anterior a las tres de la tarde íbamos al canal y elegíamos tema y tonalidad, con los maestros Armando Calderaro y Armando Cupo, que dirigían la orquesta. Así cada intérprete empezaba a trabajar el tema que íbamos a cantar la semana siguiente. El lunes hacíamos un ensayo para que estuviera todo perfecto, y el mismo miércoles a las cuatro de la tarde hacíamos dos pasadas previas al inicio del programa. Después venía la parte de maquillaje y vestuario. Se trabajaba con muchísima rigurosidad, responsabilidad y profesionalismo”.
La creencia popular de que la relación entre Marcela y Jorge -que se mantuvo intacta hasta su fallecimiento- asegura que nació cuando en el programa interpretaron juntos una de las mejores versiones que se han hecho a dúo de “Alma, corazón y vida”. Incluso Soldán revelaba que ese día la joven finalmente iba a cumplir el sueño de actuar con su ídolo. Sin embargo, la historia fue otra: “Ese dúo fue una idea del productor del programa, Alfredo Gago, porque sabía que con Jorge ya hacía un año que lo hacíamos en vivo con mucho éxito. Entonces Alfredo me dijo: ‘vamos a armar una historia, como que es tu sueño cantar con Jorge. Y de alguna manera era verdad, porque en ese momento Jorge era una estrella, estaba en su mejor momento artístico. A Jorge lo conocí a los doce años, en un homenaje que se le hacía Luis ‘El Negro’ Mela en el club Chacarita Juniors, él era una de las figuras que asistió. Fue el 22 de noviembre de 1979, me acuerdo porque ahí debuté como profesional. Dos años después nos encontramos en Grandes valores, y después integré el grupo que él capitaneaba en la Casa Rosada de San Telmo, en Chile y Balcarce. Así fue como nos conocimos en realidad”.
Quiero verte una vez más
Aquellos tres años, que en realidad fueron cuatro, a las órdenes de Héctor Varela, colocaron a Jorge Falcón en un lugar de privilegio. Decidido a probar suerte como solista, en 1982 de riguroso smoking, lanzó su primer trabajo en solitario para CBS: La noche, el tango y el amor, con dirección y arreglos de Ernesto “Tití” Rossi y dirección artística de Silvio Soldán. Sobre él, el conductor señalaba a modo de reseña: “En líneas generales pienso que un error muy común entre los intérpretes de nuestro tango es pretender abarcar una gama demasiado amplia en cuanto a sensaciones y sentimientos, que conforman la vida del hombre y la mujer de hoy, sin encontrar una línea definida en su expresión. Hay cantores que por su presencia, voz y tono deben hacer lo que comúnmente se denomina ‘repertorio recio’. Otros, encuadrarse dentro de una manifestación distinta del canto ciudadano, por caudal vocal, por color de voz, y por ese imponderable que se llama ángel. Por todo ello pienso que Jorge Falcón es un cantor romántico”. El LP incluyó una participación de María Graña en el vals “Ansiedad”. El resultado fue un éxito de ventas, que auguraban un futuro promisorio para el cantante. Sin embargo, lo que ocurrió después era imposible de prever.
En 1986, Falcón volvió al estudio de grabación para registrar el álbum que se convirtió en su mayor suceso, el que lo consolidó como el artista más importante de la década en su género, y el que gracias a su tema principal lo perpetuó en la historia de la música: El amor desolado.
La canción, compuesta por Alberto Cortez como homenaje al malogrado Waldo de los Ríos, algo que emocionaba particularmente a Jorge: “Lo que más me atrapa del tema es haber estado conversando en noviembre de 1979, en Cosquín, con Alberto Cortez y enterarme por boca de él que es un tema que nos habla de la vida de Waldo de los Ríos. Cada vez que lo hago me pongo en la piel de él y es una experiencia muy movilizante para mí. Es el tema que me ha dado más satisfacciones”.
Ahora sí, por primera vez en su vida, y con un futuro que se abría de par en par frente a él, El “último romántico del tango” tenía control total sobre su repertorio, editó un tercer disco -Para todos con amor- donde se mostraba absolutamente afianzado en su estilo melódico y varonil. Su popularidad era cada vez mayor e inesperada para alguien tan joven. Por eso, la preocupación fue absoluta cuando en 1986, los noticieros hablaron ininterrumpidamente del accidente automovilístico que Falcón había sufrido luego de una actuación en Rosario.
Vida, cuerpo y alma
“Nosotros, sus compañeros, veíamos que él venía dando síntomas de que no se sentía bien. Lo atribuía a que estaba trabajando mucho, imaginate que hacía televisión, giras, shows, viajes. Primero pensamos que había sido solo eso, un accidente automovilístico tremendo porque iba solo. Pero después tuvimos la certeza que manejando había tenido algún tipo de descompensación y soltó el volante. Pero después, finalizando 1986, en una actuación en el teatro Fundación Astengo, él tiene convulsiones. Lo internan, y lo operan de la cabeza”. El diagnóstico fue cáncer, la intervención se consideró exitosa, pero los médicos recomendaron que volviera por seguir la rehabilitación a Buenos Aires.
Conforme pasaban las semanas, se multiplicaban los buenos augurios de su público, que Jorge no dejaba de agradecer: “Mi recuperación ha sido obra de los médicos pero también de Dios. He notado esa fuerza en la gente, y pienso que eso es un poco el porqué estoy aquí. Gracias a las oraciones, a los rezos y a las misas brindadas en mi nombre. Simplemente gracias”.
La mejoría del cantor era lenta pero palpable. Sin embargo, cuando su familia y amigos pensaron que el cuadro estaba superado, el cáncer arremetió nuevamente, inexorable. A pesar de mostrarse apagado, vulnerable, Jorge Falcón no se iba a perder la oportunidad de reencontrarse una vez más con su público televisivo. Y fue en un homenaje de Grandes Valores del Tango a comienzos de 1987 cuando apareció por última vez en pantalla.
Se lo veía feliz y sonriente, pero también frágil, con la voz apagada. Hasta que con entereza subió al escenario, tomó el micrófono y ahí sí, reapareció el de siempre para hacer una emocionante versión de uno de sus grandes éxitos, “Después si querés hablá”. Marcela Ríos ofrece más detalles de esa noche: “Yo estuve esa noche. Jorge estaba recuperándose y todos teníamos la esperanza de que eso funcionara. Se lo veía muy bien. Incluso después nos fuimos con él, su hijo Adrián que era chiquito, y algunos amigos a comer una pizza a San Telmo. Estaba produciendo unos espectáculos en el Salón 901 de Rosario, creo que ahí fue que actuó por última vez en vivo”.
Jorge Falcón falleció por complicaciones de su enfermedad el 2 de julio de 1987 a las 20.25. En una injusta paradoja, con la consagración llegó la muerte. O viceversa. Lo único certero fue que él la miró a los ojos, con la serenidad del que nada debe. “No tenemos que llorar, tenemos que estar siempre alegres”, dejó grabado en un casete quien lo puso todo: vida, cuerpo y alma. Y que una noche oscura se fue de casa, dejando sobre su memoria un puñado de rosas blancas.
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