Juan Carlos Calabró: un tipo tímido y obsesivo que se convirtió en el último gran capocómico argentino
Y eso que era un tipo tímido. Si es cierto eso de que uno es artífice de su propio destino, el de Juan Carlos Calabró fue construido con muchísimo esfuerzo, paso a paso, peldaño a peldaño, bien predispuesto a lo que lo esperara a la vuelta de la esquina, pero sin hacerse demasiadas ilusiones.
El ciclista federado que se cansó de lustrar trofeos desde los 16 a los 26 años, el actor cómico que arañaba los 40 puntos de rating en tiempos de Calabromas (último representante de esa estirpe de artistas cuyos nombre era parte del título de su programa, como inalterable marca registrada), o el hombre que aprendió a nadar a los 73 años y nunca se subió a un avión porque les tenía terror. Todos convivían en él, también el trabajador obsesivo, el que cualquiera podía saludar una tarde en el barcito de la esquina de su casa; o sino también en el de la esquina de Libertador y Coronel Díaz, o corriendo por el Botánico. Ese hombre siempre amable pero parco, correcto pero con cara de pocos amigos.
"Si me pongo una camisa y no tengo el pañuelo del mismo color siento que estoy mal vestido", dijo alguna vez y esa descripción lo pintaba de cuerpo entero. Porque a su historia la atravesó el compromiso y la obsesión por lograr la perfección en un mundo imperfecto. Y a ello le dedicó su vida.
"Mi abuelo, su papá, era un tano muy rígido, muy severo, con el mismo gesto adusto que tenía él -recuerda Iliana Calabró para LA NACION-. Parecía siempre enojado, de mucha seriedad, muy metódico y meticuloso, cosas que heredó y que también tienen que ver con esa generación que vino de otros países, que sufrió el desarraigo. Tenía un carácter bastante irascible, una estructura donde no había espacio para permeabilidades, las cosas eran así y había que hacerlas así, y solo así. Esa rigidez se reflejaba en todo, y papá tomó mucho de esto para su vida y para su trabajo. Con decirte que fumaba mucho, pero jamás delante de su padre, ni tampoco en televisión. Era un exponente de la generación de sus padres, pero potenciada".
La severidad de los Calabró no recibió con demasiado entusiasmo el deseo de un joven Juan Carlos de hacer camino en la radio. "Es más fácil que un cerdo suba a una antena a que vos seas locutor", le dijo su padre. Pero el muchacho siguió adelante y se recibió en el ISER, y al poco tiempo ya daba sus primeros pasos haciendo publicidades, primero en radio y después en televisión en épocas en que todo era en vivo y en directo. Entre la pinta, la dicción perfecta, y un innato timing para hacer reír, fue cuestión de tiempo para que se le abrieran las puertas de la actuación en ambos medios. Primero con Farandulandia, en 1958, y después en Telecómicos, en 1963, ambas creaciones de Aldo Cammarota.
Al locutor lo sedujo el humor, y al deportista el cigarrillo. De ahí en adelante, una década de trabajo ininterrumpido, aportando, escribiendo y puliendo cada texto al lado de talentosos compañeros como Alberto Olmedo, Pinky o Carlitos Balá, entre muchos otros.
Para 1978, Calabró tenía 44 años (había nacido el 3 de febrero de 1934), quince de televisión con algunos papeles destacados en comedias hoy olvidadas, siete películas -una de ellas como protagonista junto a Susana Giménez, Yo también tengo fiaca, rodada en 1977-, y otras tantas participaciones en teatro. Sin embargo, todavía no había llegado su consagración. El día a día no le dejaba tiempo para andar buscándola, y probablemente tampoco le interesara demasiado. Para qué, si ya tenía trabajo de sol a sol; también tenía a Coca, su gran amor y su esposa desde el 5 de enero de 1962, y a sus dos hijas: Iliana, que había nacido en 1966, y Marina, en 1973. Pero pasó lo que tenía que pasar, y una vida ajetreada se transformó en una "vida en calabroma".
De comediante a capocómico
La vida en calabroma fue el primer ciclo de sketchs que tuvo como protagonista. De esta manera, el actor sacaba patente de capocómico, ubicándose a la altura televisiva de Olmedo, Jorge Porcel, Juan Verdaguer y Tato Bores, entre otros.
Uno podría imaginarse el entusiasmo, la satisfacción de haber llegado a un lugar de privilegio después de tantos años de esfuerzo. Sin embargo, Iliana cuenta que para Juan Carlos, había algo mucho más importante: "Mi papá todo lo asumía, más que con la satisfacción del logro de haber llegado, con la responsabilidad que eso acarreaba. No sé si logró disfrutar tantísimo de su éxito como lo disfrutábamos nosotros y el público. Sí del cariño de la gente, eso le encantaba y lo retribuía. Hasta sus últimos días, las manifestaciones de afecto le daban mucho placer. Pero en el trabajo en sí, creo que era más el compromiso que le implicaba, que el poder disfrutar de lo conseguido".
En el programa parodiaba series de moda, construía minuciosamente personajes nuevos, o reformulaba algunos de sus éxitos previos como el "Tanito inyeniero" o "El Contra". Este último había nacido diez años antes, con otro nombre pero el mismo espíritu. Tal vez por eso, y por la dedicación que le puso, fue el que más duró en el imaginario popular.
Así se lo contaba el actor a LA NACION: "'El Contra' nació en Telecómicos, en ese momento se llamaba 'El admirador'. Cada programa yo hacía algo distinto, o vendía diarios o era taxista, entonces me cruzaba con un famoso y le sacaba charla con la excusa de hacerle escuchar una canción que había escrito: ‘La miel es muy pegadiza’. Recién empezaba en la televisión, un día en la puerta de Canal 13 me dicen ‘Chau Alfredo’, confundiéndome con Alfredo Alcón, otra vez con Anselmo Marini. Se lo cuento a Cammarota y le propongo hacer un personaje que se confunda con todo. Así empezó y siguió por cuarenta años". Recién cambia a su nombre histórico en 1973, cuando Calabró lo hace en El chupete, ya con Marcos Zucker como contraparte. También en esta época nace el latiguillo: "Pedro, mirá quien vino", en una oportunidad en que se olvidó la letra en pleno sketch.
Recuerda Iliana: "Era su favorito. A él no le gustaba eso de que le había ‘dedicado su vida’, pero mientras lo transitaba era el motivo de su pensamiento. 'El Contra' fue su hijo varón, nos tenía a todas sus mujeres y a su hijo".
La vida en calabroma continuó por dos temporadas. Con el cambio de década, el actor recibió la propuesta de seguir, y en su necesidad de renovación sumó varios nuevos personajes, y recortó el nombre a Calabromas, sin saber que había encontrado la fórmula del éxito.
Una propuesta para toda la familia
Las razones por las que Calabromas fue uno de los programas emblemáticos de la década del 80 no son claras, pero no por ausencia de méritos, más bien todo lo contrario: Calabró se encontraba en la cúspide de la popularidad, y también de su creatividad.
Entre las virtudes del programa -y por consecuencia, de su éxito- se encontraba la convicción de esquivar la picaresca que comenzaba a asomar con la década y se potenciaría con la llegada de la democracia. Calabromas era una propuesta para toda la familia, y esa era la clave que tanto le preocupaba y enorgullecía a su hacedor.
También marcaba la diferencia a la hora de su construcción. Mientras colegas como Alberto Olmedo o competencia como Polémica en el bar trabajaban a partir de una mínima línea argumental apoyada en la improvisación, Calabró desarrollaba puntillosamente principio, desarrollo y remate de cada sketch. No había lugar en Calabromas para la repentización, el elenco tenía que estudiar mucho cada libreto y seguirlo al pie de la letra.
"El Contra" Renato (que tuvo su spin off en Operación Ja Ja), el teleteatro demasiado breve, Anibal "el number one" con su topolino, el presentador de Cocucha efervescente "la duquesa de las gaseosas", Borromeo y su padre, ese ídolo de pies de barro que era Johnny Tolengo y parodias a Drácula, El llanero solitario, El súperagente 86 y Batman, entre otros. La galería era inabarcable y el nivel parejo, con Juan Carlos poniéndose al hombro un ciclo que representaba su identidad, su manera de ver la vida y las cosas que lo hacían reír.
Gracias al excéntrico y extravagante Tolengo, el actor logró conquistar al público infantil. Un objetivo que llegó sin proponerselo, pero que lo hizo más que feliz. "Mi papá amaba a los chicos, era uno más cuando jugaba con sus nietos o con cualquier nene de la familia -se emociona Iliana Calabró-. En cualquier reunión donde había chicos, todos terminaban con él, tenía un imán. Como papá era muy vergonzoso, creo que esa espontaneidad, esa ternura que le daban, lograba que se permitiese jugar a la misma altura. El problema siempre fue que no le gustaba disfrazarse, le costaba mucho, pero por eso fue que lo quiso tanto a Tolengo". Esta creación caló tan hondo que su canción Estás para ganar (aquella de "que alegría, qué alegría, olé, olé, olá") se convirtió en ineludible canto de hinchada.
La repercusión de Calabromas permitió que algunos de sus personajes dieron el salto a la pantalla grande. Anibal hizo yunta con el Minguito de Juan Carlos Altavista en la trilogía Mingo y Anibal, dos pelotazos en contra (1984), Mingo y Anibal contra los fantasmas (1985) y Mingo y Anibal en la mansión embrujada (1986). Un año después le tocaría al cantante popular de voz raposa y dudoso talento protagonizar Johnny Tolengo, el majestuoso (1987), película que comenzó a dirigir Gerardo Sofovich y en la mitad se bajó del rodaje, teniéndola que terminar Enrique Dawi. Curiosamente, ese mismo año se estrenó El manosanta esta cargado, basado en el popular personaje de Olmedo, marcando la última vez hasta la fecha que el cine se nutrió de criaturas televisivas como protagonistas de largometrajes.
El mejor papel de todos
Una década después, Calabromas y sus personajes más emblemáticos se diluyeron. No así "El Contra", que había nacido antes de todos ellos pero tenía cuerda para rato. Con la invalorable compañía de Antonio Carrizo, tuvo ciclo propio que, con algunas intermitencias, siguió hasta 1997. Luego tuvo un regreso fugaz en 2003 que no dejó para nada conforme al actor, y una aparición para el olvido junto a Ricardo Fort en Fort Night Show en junio de 2012. Aunque el entorno no fue el ideal, el capocómico seguía intacto, con el timing perfecto e igualmente preocupado porque todo saliera bien.
"'El Contra' le trajo algunos dolores de cabeza pero también muchísimas alegrías. Le dedicó muchísimo tiempo y atención a ese personaje. Papá fue un ser íntegro que se brindó mucho a los otros con un humor sano, que reunía a la familia para disfrutar frente al televisor, o yendo al teatro o al cine para disfrutar un momento que se podía compartir, eso no tiene precio. Un gran tipo", dice su hija mayor con la voz entrecortada.
Por supuesto que en esa vida que se apagó el 5 de noviembre de 2013 también estuvieron los momentos tristes. Cinco años de depresión a comienzos de la década del 90, cuando mermó el entusiasmo y las ganas de divertir a los demás. Una enfermedad que afrontó lo mejor que pudo, refugiándose como siempre en Coca, Iliana y Marina, y que lo llevó por primera vez a la consulta de un psiquiatra. Más tarde, el problema en su médula ósea que lo enfrentó a la incomodidad y desazón de tener que someterse a diálisis.
Aunque era consciente de su edad y de su estado de salud, Juan Carlos nunca bajó los brazos ni como marido, ni como padre, ni como abuelo, los tres papeles que más quiso y que mejor representó. Lo demás: el comediante, el éxito y los cuarenta y pico de años de carrera ininterrumpidos fueron la yapa en la vida de un hombre que fue el último capocómico de la Argentina. Y eso que era un tipo tímido.
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