Pinky y su regreso a la televisión: "Mi trabajo siempre me emociona"
Accede al estudio 1 de la Televisión Pública acompañada por sus asistentes. Aunque el paso es lento, lo hace con seguridad, como quien ingresa a un sitio familiar, bien conocido. Luego de un largo rato reunida con su equipo de producción, repasando la rutina del día, es el momento de buscar ese oxígeno imprescindible que, para ella, son las cámaras. Es que la Señora Televisión sabe cómo embelesarlas con su sola mirada. Juego de seducción innato para alguien que hizo todo, y más, en el medio. "Mi trabajo siempre me emociona", confiesa a LA NACION, testigo privilegiado de la grabación, mientras se acomoda el vestido negro con encajes que le dan un aire misterioso a su porte. Luce impecablemente producida. Y si bien, su hablar es considerablemente menos verborrágico que años atrás, lo cierto es que la lucidez y la picardía siguen siendo parte de su estilo. Un modo que no ha perdido la gran dama de la pantalla nacional. Estilo Pinky en estado puro.
-La veo ingresar al estudio y la percibo con una convicción que pocos tienen ante lo inhibitorio que puede resultar este ámbito.
-Es mi casa. Es así. Lo siento así.
Todo está listo para la grabación del segundo programa de Memorias Desordenadas, el ciclo que la devolvió a la actividad, ocupando, desde el sábado 28 de septiembre pasado, el prime time de las 21 por la pantalla de la Televisión Pública. Allí está, dueña y señora del set, para entrevistar a las celebridades amigas, pero, sobre todo, para contar sus propias historias. Y de esas tiene millones. 63 años de trayectoria no es una cifra menor. Pocos pueden ufanarse de eso. Más de seis décadas de estelaridad sin escándalos. Por eso, cuando Pinky dice, hay que callarse. En su relato, de dicción perfecta, no hay palabras de más. Todo está teñido de profundidad, remembranzas. De esa sabiduría que no solo tiene que ver con el oficio sino con la vida transitada.
-Pinky, usted condujo un ciclo, producido por Héctor Ricardo García, que se llamó La década del ´60, pero lo cierto es que su carrera comenzó antes y se continúa en el siglo XXl. Seis décadas en el aire es un verdadero mérito atemporal.
-No es ningún mérito, es que soy la más antigua de todas...
Se sonríe y atraviesa al interlocutor con su mirada. Ya no se ríe estruendosamente como lo hizo siempre. Ese era también su sello propio. Pero allí está ella haciendo gala de ese nombre que es toda una marca registrada. Una construcción propia. La celebridad que forma parte indisoluble de la historia de nuestra televisión. Y que esconde a Lidia Elsa Satragno, la mujer resiliente. La que estuvo al borde la muerte, la que pasó un largo tiempo sin caminar, la que residió internada más de un año en una clínica de rehabilitación, la que afrontó con dignidad la partida de su hijo Leonardo, esa muerte que no tiene definición en palabras por lo anti natura de su esencia. Allí está Lidia, la que incursionó en la política, la que fue raleada por los intrincados laberintos del poder. Es esa mujer, la misma a la que el amor le permitió conocer pasiones profundas y abandonos dolorosos. Lidia y Pinky, las dos caras de una moneda valiosa.
Es hora de comenzar a grabar la entrevista que Pinky le realizará a Antonio Gasalla, su invitado del segundo programa que saldrá al aire hoy. La asistente de piso pide silencio, pero la dueña de casa detiene esa cuenta regresiva del monitor. Pinky la llama sigilosamente. Algo anda mal. La asistente la escucha y, luego, llama al iluminador. Con cordialidad, y firmeza, la estrella le pide al técnico una luz frontal mejor ubicada y con mayor intensidad. Dueña y señora. Famosa por su obsesión por el diseño milimétrico de la puesta de luces. Basta con observar el monitor y comprobar que, no podía ser de otra manera, tenía razón. Y, si antes se la veía espléndida, con el ajuste del reflector, luce radiante. Ahora sí. Todo listo para grabar. Para comenzar a desandar ese camino de recuerdos. Inmediatamente, ya en el aire, Antonio Gasalla le recordará que ambos nacieron en el partido de La Matanza. Pero ella, rápida de reflejos, le dirá: "Yo en San Justo, la parte pobre. Vos, en Ramos Mejía, la parte rica". Y, una vez más, tendrá razón. Como con el direccionamiento de la luz.
Historia viva
Ese estudio 1 de la Televisión Pública la conoce bien. Es el set más grande del canal, digno de ella. El que cuenta con una platea para recibir espectadores que, al momento de inaugurarse ATC (Argentina Televisora Color), hasta tenía un acceso directo por las terrazas en la explanada del canal sobre la avenida Figueroa Alcorta, hoy deterioradas y cerradas para la recreación pública.
En ese mismo estudio, condujo, junto a Cacho Fontana, y por iniciativa del animador, uno de los capítulos más recordados de nuestra televisión. Perpetuado por lo doloroso y porque despertó la solidaridad masiva de la sociedad en su conjunto ante el desarrollo de la Guerra de Malvinas. Ahí mismo, donde hoy está sentada, fue protagonista de aquel controversial programa "Las 24 horas de las Malvinas", en donde se apeló a la generosidad de anónimos y famosos para recaudar fondos y víveres para acercar a los soldados argentinos que luchaban en el frente de batalla. Ahí mismo, y también junto a Fontana, animó Pinky y Fontana: En persona, un programa ómnibus de los tantos que fueron tan habituales en las grillas de la televisión de los ochenta.
Cómo no va a dominar la cámara, si fue ella misma la que le ordenó que mute de los valores cromáticos al color. Del blanco y negro a una paleta de fusiones impensadas. E inmortalizó aquella frase que permitió instaurar la nueva era: "He aquí, la televisión a color". Quién otra tendría más autoridad que ella para dar ese puntapié histórico. Ese gol de media cancha sin gambeta. Directo al arco. Atrás quedaba la opacidad para dar paso a los brillos más reales. Aún faltaba mucho para hablar de plataformas y streaming. "Ojalá mi familiaridad con la cámara pueda ser vista así al aire", nos dice y se desafía a sí misma, dejando abierta una cuota de duda. Como si no supiera que sus partidos siempre son ganados con honores. Y por goleada.
Memorias Desordenadas es un regreso, pero también tiene aroma de despedida. De un final amoroso y sentido para quien fuera, es, uno de los notables baluartes del medio. Detrás de cámara hay un numeroso plantel de asistentes, técnicos y productores comandados por Marcelo Araujo, el excuñado de Lidia Satragno. En cámara, es acompañada por la periodista Kari Araujo, hija de Marcelo y de Raquel Satragno, hermana de Pinky. Kari, al aire, le dice "tía". Todo un gesto de cariño y de acercamiento entrañable. Sabe que no es sencillo este regreso para la gran dama. Por eso, la joven periodista y crítica gastronómica, le allana el camino. Lo mismo que Memé, un muñequito muy simpático que habla con cierta impunidad. Como en familia. Nada que fingir. "Para mí, siempre fue mi tía, pero mis compañeros me hacen sentir la responsabilidad de estar al aire al lado de ella. Cuando yo era chica, y, por ejemplo, estábamos en un aeropuerto, mucha gente la rodeaba para sacarse fotos. Eso era parte de la rutina", explica Kari Araujo sobre esa naturalidad que significa ser sobrina de una estrella. "En el programa tenemos unos invitados sensacionales, que no van a ningún otro lado, y eso se debe a ella. A ese magnetismo enorme que tiene. Es una gran escuela hacer este programa", reconoce la periodista.
Sobre el fondo de la escenografía, una pantalla, en modo loop, reproduce decenas de portadas de revistas de todas las épocas con la foto de Pinky y titulares rimbombantes. En una de ellas se lee: "La vuelta de Pinky". Hoy, varias décadas después de aquella publicación, protagoniza un nuevo regreso. Quizás, el último. Aunque nunca se sabe con ella. La cámara la reclama. Y ella a la cámara, como oxígeno de vida.
-No le pregunto a Pinky, sino a Lidia. ¿Cómo se siente?
- Estoy un poco cansada. No por grabar, sino porque estoy delicada de salud, pero ya mucho mejor.
-Se la ve hermosa.
-¿Le parece...? ¿O se lo dice a todas?
Ahí esta Lidia Elsa Satragno seduciendo. A sus ochenta y tantos, la escorpiana mira, sonríe y sabe que es quien lleva la delantera en la charla. Así fue siempre, como cuando hacía El pueblo quiere saber, Con sabor a Pinky, o TelePinky. Ganadora de innumerables Premios Martín Fierro y Konex. Pero, sobre todo, ganadora del calor del público. Pinky hizo y pasó a la historia de los medios argentinos. Es el momento de continuar grabando. Kari Araujo la acaricia, Antonio Gasalla la besa. El equipo de técnicos la observa reverencialmente. Se enciende el reflector, la cámara activa la luz roja que indica el inicio. He aquí, la Señora Televisión.
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